ENTORNOS, Vol. 29, No. 2, Noviembre 2016 

¿Avanza Colombia hacia la paz?1

Is Colombia moving towards peace?

Jesús Antonio Bejarano


El estado de proceso de paz a un año de la administración Pastrana, puede leerse de varias maneras. Va desde el escepticismo que exhibe un gran sector de opinión pública, hasta el optimismo aparentemente infundado que muestran algunos funcionarios del Gobierno. En cada una de las interpretaciones se combina de manera desigual diversos elementos: los compromisos políticos, los estados del ánimo, las percepciones subjetivas y los criterios ‒unos más analíticos, otros más voluntaristas‒. Tales criterios incluyen desde las cercanías ideológicas o políticas con alguna de las partes hasta la comparación con experiencias de procesos en Colombia o de otros países. Refiriéndonos solo a los extremos, hay quienes desde una posición escéptica solo ven en los hechos (desde el desaire de Tirofijo en la instalación del proceso de paz, el pasado siete de enero [1999, EE], hasta la suspensión de las conversaciones en el mes de julio) los desaciertos del alto comisionado, el exceso de voluntarismo del presidente o la mala fe de las FARC. En las dificultades otros parecen advertir más bien los inconvenientes y obstáculos de laguna manera “naturales” en procesos complejos en los cuales no se dispone de un libreto fijado de antemano, ni de una fórmula a la cual acogerse para transitar por el camino correcto.

En todo caso, no hay puntos de referencia más objetivos. En consecuencia, el resultado no puede ser más que un apoyo cada vez más tibio al proceso de paz, una opinión colectiva mayoritariamente pesimista sobre sus posibilidades y crítica de la manera como se ha conducido.

Hechos de paz

Por otra parte, en quienes siguen más de cerca los hechos pueden apreciarse diferentes telones de fondo o, si se quiere, concepciones diferentes de la naturaleza del proceso. Por un lado, para la mayoría el telón de fondo es la necesidad de resultados y la necesidad de reducir los niveles de la confrontación, lectura según la cual el proceso debería erigirse sobre una arquitectura construida a partir de hechos positivos (los llamados hechos de paz). En esa perspectiva, el proceso parece concebirse como un camino llano que se funda en la “voluntad de paz” y aunque se recorra lentamente, avanza sin rupturas, sin discontinuidades, sin transformaciones cualitativas. En esa visión, la medición del camino recorrido, así como la confianza en alcanzar el horizonte hacia el que se avanza, depende de ir acumulando “hechos de paz” de una y otra parte (suspensión de ataques, suspensión de secuestros, finalización de las extorsiones, etc.), hechos que signifiquen manifestaciones claras sobre que realmente se quiere la paz y que signifiquen que se pueden ir resolviendo los problemas de la violencia.

El otro telón de fondo, infortunadamente minoritario entre los observadores, se atiene a una estructura de análisis ‒apoyada por la experiencia interna e internacional‒ según la cual el proceso por su propia naturaleza significa rupturas, tensiones, sobresaltos, discontinuidades y transformaciones cualitativas cuyos avances no pueden juzgarse desde los “hechos de paz” aunque estos sean deseables, sino desde la lenta configuración de las condiciones que crean una masa crítica de resultados a partir de los cuales pueden empezarse a producir los hechos de paz.

Esa estructura de análisis presupone que en los inicios de un proceso se trata de conjugar esfuerzos en la consecución de objetivos simultáneos: la construcción de una relación de confianza, el diseño de un esquema creíble de garantías y la construcción de un propósito común de la negociación. Los propósitos de la negociación (más allá de la finalización de la guerra) son por si mismos materia negociable, de lo que resultan tensiones y conflictos. Más aún, a menudo los objetivos iniciales de las partes son incompatibles y por lo tanto no transables. Por ello la negociación debe orientarlos hacia un tercer objetivo que no es el punto medio o el resultado transaccional entre los dos objetivos iniciales, sino una solución nueva que presupone la transformación de los objetivos iniciales de cada una de las partes, lo cual tensiona las manifestaciones militares del conflicto2.

La superposición de esos planos no ocurre en un cuadro de aislamiento de las partes Gobierno-guerrilla. De hecho, el proceso de paz incluye otros actores (comunidad internacional, sociedad civil, grupos paramilitares, otros actores armados), cuyas conductas modifican a menudo las percepciones de los actores principales, los cuales a su vez modifican su propia conducta. De ese modo, el proceso de paz está constituido en realidad por un conjunto de negociaciones simultáneas que superponen estrategias distintas de muchos actores.

En esas circunstancias, un proceso de paz no puede ser comprendido de manera lineal, ni leído según la lógica causa-efecto, ni interpretado como un proceso de resultados acumulativos de carácter positivo. Su interpretación debe hacerse según una perspectiva más evolucionista, en la que es decisiva la capacidad mutua de adaptación al clima de dificultades y a los contextos cambiantes internos y externos que el propio proceso va generando.

Aunque los hechos de paz son deseables y es preciso presionar desde la sociedad para que ocurran sin resignarnos a la dañina tesis de que es inevitable negociar en medio del conflicto, no es en todo caso desde estos hechos de paz que puede juzgarse si el proceso avanza o no. De lo que se trata en un proceso de paz es de construir un “tejido” que un día se hace y otro día parece deshacerse. Allí hay que tejer no solamente un nuevo lenguaje y objetivos comunes que suponen la transformación de los objetivos de las partes (y no principalmente su regateo), sino también la modificación de las percepciones de cada parte. Por su propia naturaleza ese tejido es de lenta factura y llega a su punto cuando se acumula la masa crítica de hechos positivos (agenda, confianza, compromisos mutuos, clima de apertura política, beneficios potenciales, etc.) que precipitan, en el sentido químico, la negociación.

Si los procesos de paz son lentos, lo son por el tiempo requerido para la acumulación de la masa crítica de hechos positivos que hacen posible la negociación y no necesariamente por el tiempo de la negociación sustantiva, que puede condensarse en unos pocos meses. La esencia de los procesos de paz en Guatemala y El Salvador, por ejemplo, se concentró en no más de un año, mientras que la acumulación de la masa crítica de hechos positivos se demoró prácticamente una década en los dos países.

El ejercicio que proponemos aquí no busca demorar, en un sentido deductivo, conclusiones relacionadas con el proceso de paz; tampoco presupone ningún juicio respecto de la orientación acertada o desacertada por parte del Gobierno, ni sugiere conclusiones optimistas o pesimistas sobre su estado. Intenta únicamente situar algunos puntos de referencia para evaluar los hechos y las posibilidades del proceso.

Se ha insistido en que no son pocos los que abogan por “hechos de paz” ofrecidos por la guerrilla de manera unilateral, lo cual apuntalaría la confianza de la opinión sobre el proceso. Desde luego, la demanda de estos hechos de paz, por parte de la opinión pública, es deseable y plausible. Sin embargo, hay otros hechos altamente significativos que la opinión parece subestimar y que deben valorarse por sí mismos (ver esquema 1).

Esquema 1


Hechos en proceso de paz


Sería innecesario insistir en que esos hechos pueden leerse por igual como positivos o, aunque no del todo negativos, al menos si problemáticos. Así, por ejemplo, la zona de distensión es para los optimistas una oportunidad y un espacio para conversar, para mantener el diálogo sin presiones cotidianas de la confrontación. Un espacio que ofrece garantías a la guerrilla de que se puede dialogar bajo un esquema de seguridad con quienes la representan. Pero también puede leerse como un resultado de excesiva cesión del Estado sin contraprestaciones, que solo ha conducido, en ausencia de reglas de conducta en esa zona, a acumular desconfianzas sobre las verdaderas intenciones de la guerrilla en el proceso y desconfianza sobre la capacidad del Gobierno para conducirlo.

Según algunos, el contenido de la agenda muestra las amplias posibilidades de un proceso de paz. Incluye temas sobre los cuales no solamente es posible una negociación, sino que además son necesarios de resolver para bien del país. Par otros esta agenda es de un orden tan general que nada dice sobre la naturaleza de los acuerdos a los que se pudiera llegar. Para otros es tan amplia que pone de manifiesto las aspiraciones maximalistas de la guerrilla y para otros dice mal de la disposición del Gobierno a cederlo todo en función de un acuerdo de paz.

Así mismo, la confrontación de las comisiones de negociación implica, según unos, que se apuesta a las personas de mayor confianza de Marulanda y de Pastrana, puesto que los fundamentos reales del proceso por lo menos por ahora descansan precisamente en las relaciones de confianza de los líderes de cada parte. Para otros, la comisión gubernamental expresa la concepción del Presidente sobre la perspectiva cerrada que tiene sobre el proceso de paz.

Respecto de la conformación de las comisiones temáticas no faltan quienes advierten que las FARC han puesto sus cartas más fuertes (sus hombres más lúcidos en el terreno político), mientras que el establecimiento muestra en la composición de esa comisión su dispersión, su debilidad y su resquebrajamiento. En cuanto al tema de la verificación apenas es necesario recordar que este se ha vuelto el más serio impasse del proceso de paz, pero justamente no son pocos (entre ellos el autor de estas notas) los que habían valorado de la manera más positiva la disposición de las FARC a someterse a un mecanismo de verificación al que hasta ahora se habían negado.

Juzgados estos hechos desde la perspectiva de quienes reclaman resultados, son demasiado pocas cosas para un año de proceso y desde luego los resultados no parecen responder a las urgencias de disminuir la intensidad de la confrontación. Juzgados estos resultados desde la perspectiva comparativa de procesos anteriores, apenas es necesario decir que la agenda es más precisa y se acerca más a la naturaleza de un proceso de paz que las agendas hasta ahora logradas con las FARC en los acuerdos de la Uribe en 1983 y en Caracas en 1991; que las comisiones temáticas son metodológicamente un avance que sustituye para bien las pretensiones de diálogos regionales con que en el pasado las FARC buscaban apuntalar la participación de la población; que la zona de distensión es un experimento que no tiene antecedentes reconocidos salvo el despeje en la práctica de la llamada “Casa Verde” entre 1983 y 1990; que la zona de distensión no tiene más defecto real que el no estar amarrada a condiciones de verificación ni a reglas ni calendarios. Nada puede decirse, sin embargo, sobre si los hechos hasta aquí señalados indican avances en el proceso de paz, puesto que pueden leerse en las direcciones negativa y positiva que ya se indicaron. La pregunta central que todavía no es posible responder, es obviamente si estos hechos podrían ser parte de la masa crítica y en qué condiciones pudieran serlo.

Valoración del estado actual del proceso

Ahora bien, estos pocos hechos y las vicisitudes que los han acompañado han dejado interpretaciones de todo orden, fundadas las más de las veces sobre estados de ánimo y no sobre el telón de fondo de cómo se construye un proceso de paz. Las principales proposiciones que se desprenden de la manera como la opinión pública y los analistas valoran el estado actual del proceso se resumen en el esquema 2.

Las apreciaciones señaladas en el esquema 2 sobre la valoración del estado actual del proceso no requieren de mayor constatación.

Esquema 2


Apreciaciones sobre el estado del proceso


Están en la percepción pública, como opinión generalizada entre amigos y críticos del Gobierno y como temas de debate y controversia entre analistas y observadores. Ahora bien, ¿cuáles son los fundamentos de algunas de esas valoraciones? ¿Cuál es la evidencia que las apoya? ¿Qué tan acentuadas están otras en la opinión? ¿Cómo percibe esta opinión pública aspectos importantes como la debilidad de los consensos? Lo único que parece claro es la necesidad de un debate más profundo sobre los fundamentos y la significación de esas valoraciones de la opinión.

Por ahora las fundamentaciones nos remiten de nuevo a los estados de ánimo: para unos es el resultado de los desaciertos del Gobierno en la manera como hasta ahora ha conducido el proceso. No hay, por otra parte, mayores dudas sobre que el Gobierno y el alto comisionado no han sido afortunados en la manera de enfocar lo que se está construyendo. Es decir, el objetivo común, las relaciones de confianza y el cuadro de garantías.

A su vez, los desaciertos se atribuyen a la arrogancia, a la improvidencia, a la ingenuidad y credulidad, según los calificativos más habituales de los críticos del Gobierno (calificativos no exentos de razón), así como a la poca transparencia de las FARC para enfrentar el proceso. Sin embargo, como han advertido diversos analistas, estas críticas no pueden caracterizarse justamente por su novedad. La mayoría de ellas ha sido esgrimida en otros procesos en el pasado. Betancur, Barco, Gaviria, Samper fueron en su momento igualmente calificados de exclusivistas, improvidentes, arrogantes o excesivamente generosos. También en esos gobiernos se produjeron fatigas prematuras, debilitamiento de los apoyos políticos y nulos consensos internos y en algunos se esperó con impaciencia (o se puso en práctica) un plan B.

Por otra parte, para muchos, de estas valoraciones sobre el estado del proceso se desprende la conclusión de que el Gobierno carece de orientación y de estrategia. Esto también se ha dicho hasta la saciedad en procesos anteriores cuando se pusieron como telón de fondo de esas valoraciones la urgencia de los llamados hechos de paz sin que se hubiese especificado, por parte de la opinión, cuál debía ser la orientación y cuáles las estrategias correctas.

Ciertamente, todos los que apostamos a las soluciones políticas quisiéramos un manejo mucho más afortunado del proceso de paz, que valorara y recogiera las experiencias no solamente de procesos anteriores en el país, de más de década y media de aproximaciones con las FARC, sino también que se recogieran las experiencias internacionales y las elaboraciones académicas, analíticas y metodológicas, que abundan en la última década. También quisiéramos que al lado de la paciencia y la audacia que caracterizan al Gobierno, se pusiera también más humildad, más espíritu abierto al debate y más capacidad de rectificación. Aunque estos aspectos son importantes y pudieran mejorar las valoraciones de la opinión, el hecho es que las cuestiones valoradas nada dicen en una perspectiva sustantiva sobre el estado del proceso, ni sirven para fundamentar la percepción de que este proceso no va para ninguna parte o que ha llegado a una sinsalida.

Si como quedó dicho atrás no se pueden producir resultados en términos de hechos de paz justamente porque alrededor de estos hechos se están evaluando del lado de la guerrilla las perspectivas, costos, beneficios y posibilidades de una negociación, es apenas natural que las valoraciones estén caracterizadas por la ambigüedad y sitúen los hechos en un terreno brumosos que desde luego se parece a la ausencia de norte o a la ausencia de voluntad. Esto último puede ser cierro. Sin embargo, si definimos esa voluntad en términos de sus expresiones sustantivas, es decir, en términos dela alcance de las concesiones de una y otra parte, también puede ser cierto que el tiempo de esa voluntad no ha llegado todavía y que –como se trata de la fase de acumulación de hechos críticos– esta situación brumosa y ambigua pudiera ser la situación del proceso por algún tiempo.

Las estrategias de los actores: una cartografía

Como ya se mencionó, un proceso de paz como este, que aparentemente pone en relación a dos actores, Gobierno-guerrilla, constituye en realidad un conjunto de negociaciones simultáneas en las que se superponen estrategias, se superponen agendas y se procesan agendas ocultas. Por ello, la mayoría de los enfoques sobre la resolución negociada de conflictos sugieren la elaboración de una cartografía de las partes y los temas, de modo que pueda captarse una dimensión más completa de los aspectos del proceso.

El esquema 3 intenta identificar las hipótesis más relevantes sobre las estrategias de los actores principales, es decir el Gobierno, la guerrilla, los paramilitares, la sociedad civil y la comunidad internacional. Tales estrategias no son necesariamente una descripción que corresponda en cada punto con la realidad, pero sí con las percepciones más generales de los analistas. Como se verá, en unos casos esas estrategias son ocultas pero compresibles a la luz de las conductas (guerrilla, paramilitares), otras se reconstruyen a partir de lo observable, puesto que no son intencionales (Gobierno, sociedad civil) y otras son explícitas y múltiples (comunidad internacional).

La identificación de las estrategias de los actores principales permite captar los ámbitos en que son necesarias las modificaciones y rectificaciones así como los procesos de aprendizaje y los elementos de adaptación en los que descansan realmente las posibilidades de una solución política negociada. Ese es el punto al que hay que atender en vez de concentrarse en las manifestaciones de las intenciones aparentes de las partes.

Aunque no hay prácticamente puntos comunes en las estrategias de los actores, y algunas de ellas son básicamente equivocadas o desorientadas (Gobierno, sociedad civil) y otras tienen elementos ocultos que dificultan la comprensión (guerrilla y paramilitares) en tanto que la comunidad internacional tiene estrategias de objetivos múltiples, no hay ninguna que tenga como presupuesto que el proceso de paz carezca de posibilidades. Por paradójico que parezca, el presupuesto común es que hay un proceso en marcha, bueno o malo. Ello es obvio en el caso del Gobierno, de la sociedad civil y de la comunidad internacional, pero menos obvio en otros actores.

Aunque parezca paradójica esta conclusión, bastaría analizar cada una de las estrategias en su detalle para advertir precisamente que no se trata de observar desde lejos lo que ocurre en la mesa (como sí ocurrió en Caracas y Tlaxcala) sino de moverse en función de un posicionamiento en un proceso de paz que se percibe como activo. Este es quizás el síntoma más alentador de lo que ha venido ocurriendo hasta ahora y que pudiera ir configurando consensos mínimos comunes dependiendo de la capacidad de adaptación de los actores a las superposiciones de las estrategias.

Los modelos más habituales de negociación en efecto sugieren que hay dos tipos de negociación simultáneos en un proceso de paz: la negociación que se ha convenido en llamar horizontal, es decir la que está ocurriendo en la relación Gobierno-guerrilla y al mismo tiempo una negociación en el interior de cada una de las partes, que se ha convenido en llamar vertical (para aludir al hecho de que esa negociación apunta a la construcción de consensos mínimos dentro de cada parte). Los movimientos simultáneos de los actores horizontales delimitan los espacios y los movimientos de cada uno de ellos en el plano vertical3. Sin embargo, la configuración de los consensos mínimos verticales condiciona la posibilidad de los acuerdos en el plano horizontal y es por tanto el nudo real del proceso de paz. Ese consenso no se ha configurado todavía en ninguno de los actores excepto al parecer en el caso de los paramilitares.

Esquema 3


Percepción de las estrategias de los principales actores

Modelo de negociación-Gobierno

Modelo de negociación-FARC

Estrategias paramilitares

Estrategia sociedad civil

Estrategia comunidad internacional-Estados Unidos


Que las estrategias no son convergentes es evidente. Que pudieran conducir a consensos mínimos en cada caso es posible. Que si eso ocurre se clarifica la orientación del proceso de paz es una conclusión de Perogrullo. La cuestión fundamental, sin embargo, es si estas estrategias pueden contribuir a la masa crítica de hechos positivos.

¿Avanza el proceso de paz?

Cuando se repasan los pocos hechos asociados al proceso de paz, no parece haber razones para ser optimistas. En efecto, la escasa presencia de elementos positivos y el cuadro dominante de los elementos negativos (la persistencia de acciones violentas de la insurgencia y de los paramilitares, los secuestros, la inflexibilidad de las FARC y su arrogancia, la desorientación del Gobierno y de la clase política) conducirían a conclusiones más bien pesimistas sobre el estado del proceso de paz y sobre sus pocas posibilidades.

Esta conclusión sin embargo sería un tanto apresurada.

Si se compara la situación actual con la predominante en el pasado reciente, no solo están los hechos, que aunque son escasos deben evaluarse con menos prevención. Si se mira desde la óptica de la comunidad internacional y de la sociedad civil, existen en primer lugar un nuevo contexto y nuevos espacios y actitudes que no pueden desestimarse. Desde el ángulo de la guerrilla, una observación atenta de su lenguaje y de sus conductas frente a la negociación, en unos pocos pero importantes aspectos, contrasta con sus expresiones anteriores. Desde el lado del Gobierno, las cosas quizás no son mejores que en el pasado, pero el compromiso personal del presidente Pastrana con el tema contrasta claramente, y para bien, con gobiernos anteriores. Es preciso reconocer que hay más elementos positivos que en los 16 años anteriores, elementos que no significan mucho, por cierto, ni son suficientes para contrarrestar, de cara a las percepciones de la opinión, el pesimismo. Esos elementos nuevos y positivos (no todos resultantes de la relación Gobierno-guerrilla) se observan en el esquema 4.

Esquema 4


Nuevos elementos de contexto en el proceso de paz


Pudiera pues concluirse que el proceso de paz está produciendo, aunque de manera limitada, algunos resultados en la dirección de configurar un contexto favorable alrededor del cual pudieran irse delineando definiciones sustantivas.

Los elementos identificados en el esquema 4 requieren de algunas consideraciones breves.

En primer lugar hay que destacar que es la primera vez que el proceso de paz ha suscitado una mayor atención por parte de la comunidad internacional que antes se limitaba a la de observador. De hecho, hay una mayor expectativa y una presencia activa especialmente de los Estados Unidos. Esto puede interpretarse de muchas maneras, pero en todo caso afecta –en una dirección positiva hacia la paz- la conducta de los actores. Por otra parte, elementos como la zona de distención, así como la existencia de una agenda y los esfuerzos de construcción de confianza entre las partes, demarcan un terreno de posibilidades de solución, que no se ha caracterizado ciertamente por producir hechos de paz pero que ha logrado mantenerse esencialmente en el terreno de lo político. El proceso en sí mismo, independientemente de sus resultados, ha facilitado hasta ahora la convergencia de esfuerzos de muchos sectores sociales por encontrar un horizonte común, esfuerzo visible sobre todo en el último año. Quizás ese esfuerzo explique la todavía mayoritaria inclinación de la opinión por la solución política negociada aunque sean crecientes las voces de quienes abogan por una solución militar. Mantener la solución en el terreno de lo político, reduciendo el espacio del llamado plan B, constituye sin duda uno de los logros principales del procesos, sin que ello signifique declinar el apoyo, también mayoritario, al fortalecimiento del ejército.

Debe destacarse también que hoy existe una gran cantidad de grupos y organizaciones sociales empresariales que están trabajando en la perspectiva de contribuir al desarrollo de la agenda en vez de concentrarse, como había ocurrido hasta ahora y con unas pocas excepciones, en propuestas de procedimiento. Ello implica una sociedad civil más activa que identifica como temas de reflexión y trabajo los contenidos mismos de la negociación. Por supuesto esto tiene como complemento, también positivo, la reducción del oportunismo político partidista en la búsqueda de opciones. Si alguna cosa le ha hecho daño al proceso de paz en Colombia es precisamente ese oportunismo partidista que atiborró el escenario de propuestas sobre procedimientos y soluciones lingüísticas, lo que produjo señales equívocas que en su momento bloquearon la discusión sobre los contenidos sustantivos de la negociación.

La trampa de negociar violencia

Por otra parte, los impasses frecuentes, más allá de la manera como se han venido resolviendo, muestran señales que no pueden desestimarse. Las FARC han facilitado en ocasiones los movimientos del Gobierno en la negociación vertical (recuérdese el episodio del despeje indefinido cuando las FARC opinaron que le despeje no tenía que ser indefinido, contrario a lo que dijeron algunos representantes del Gobierno). Asimismo han moderado parcialmente el lenguaje maximalista y agresivo para dar paso, también en ocasiones, a un lenguaje transaccional, al menos de los negociadores, que lejos de cobrar los errores del Gobierno, a veces han facilitado las salidas. Ello puede deberse tanto a la necesidad de prolongar de mala fe la negociación para sus propios fines, como a una búsqueda sincera de alternativas.

Por último, la creciente movilización social contra la violencia –y no solo a favor de la paz- implica una transformación cualitativa de los objetivos de la sociedad civil. Hechos como la condena a la violencia y la negativa al pago de secuestros reducen la eficacia de los actos violentos como objetivos negociables. Hasta ahora la llamada sociedad civil había caído en esa trampa, al reducir su mensaje a los llamamientos a la paz y al apresurarse a proponer la negociación de cada acto violento de la guerrilla o de los paramilitares. Este logro constituye sin duda el aporte más importante al desescalamiento del conflicto. En la medida en que un hecho violento suscite de inmediato un llamado a la negociación de ese hecho, convierte a la violencia por sí misma en negociable, la acrecienta y le hace un enorme daño a una solución política estable y de largo plazo.

Una anotación final: quizás serán muchos los lectores decepcionados después de la lectura de estas consideraciones. Aquí se ha intentado proponer una cartografía del proceso que facilite una aproximación más analítica que la de los estados de ánimo. Es muy pronto para saber si los puntos de referencia de esta configuración constituyen o no elementos importantes de la masa crítica de hechos positivos que precipiten una negociación. Quizás el mapa propuesto pueda contribuir a modificar algunas orientaciones equivocadas, a moderar el pesimismo con que se mira el proceso y a reconsiderar el derrotismo con que miramos el futuro.

Siguiendo a Immanuel Wallerstein, hemos querido ser tan concretos como se puede en mitad de un remolino, quien a propósito de qué esperar del progreso ha escrito: “Esencialmente he dicho dos cosas sobre la vida en medio de un remolino. Primero, hay que saber hacia cuál orilla quiere uno nadar. Segundo, hay que asegurarse que los esfuerzos inmediatos parezcan llevarnos en esa dirección. Quien quiera más precisión que esa no la encontrará, y seguramente se ahogará mientras la busca”4.

No es chapoteando como se alcanza la orilla. Eso es lo único seguro.



1 Artículo tomado de Antología Jesús Antonio Bejarano, Vol. 2 Estudios de paz. Colección Obra Selecta. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011.

2 Véase Jesús Antonio Bejarano, “Las negociaciones de paz, algunos aspectos metodológicos”, Econógrafos, ensayos sobre asuntos económicos, Universidad Nacional, Facultad de Ciencias Económicas, Departamento de Teoría y Política, Santa Fe de Bogotá, noviembre 1998.

3 Esta aproximación es familiar e la teoría de juegos y es relevante en muchas teorías de la negociación. Véase Howard Raiffa, El arte y la ciencia de la negociación, México, Fondo de Cultura Económica, 1995.

4 Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Madrid, Siglo XXI Editores, 1998, p. 268.