Obituario

ENTORNOS, Vol. 29, No. 2, Noviembre 2016 

After Jerome Bruner What? Un adiós a Jerome Bruner 1915-2016



“No recuerdo que me hayan tildado nunca de indeciso. Distraído, abstraído, un poco au-delà de la bataille eso sí. Pero no carente de convicciones ni de disposición a actuar. No, no llegué a ser hombre de acción. Nunca se me ocurrió entrar en negocios, aunque eso hubiese sido lo familiar y ‘obvio’. Creo que estuve más interesado en construir mundos posibles que en tratar de probar que estaba en el lugar adecuado”.

A los cien años de edad falleció el psicólogo Jerome Bruner. Su vida y su obra van de la mano. Al igual que otros hombres de ciencia a los que no les bastó erigir un gran edificio conceptual, la posibilidad de obsequiarle al mundo, antes de su muerte una apreciación de su oficio, desde la exclusiva y subjetiva visión personal es lo que se quiere destacar en esta recensión. Bruner par lui-même. El texto de un obituario es para recordar, para rendir tributo y hacer memoria. Tras el fallecimiento de una persona son muchas las preguntas que se hacen alrededor de esa vida apagada y si bien, se conocen solo atisbos, superficialidades (en el caso de Bruner, se lo conoce como el gran especialista en educación, el psicólogo del aprendizaje y del desarrollo, el cofundador de la revolución cognitiva, etc.) quedan en la oscuridad los detalles de la esencia. Tal vez por la necesidad de expresar lo que para él podría ser el sentido de la vida, creando mundos posibles, le entrega al público en general en 1983, un relato psicológico de su persona: In Search of Mind. Essays in Autobiography [traducido al español como En busca de la mente. Ensayo de autobiografía, 1985 y publicado por el Fondo de Cultura Económica]. El lector encontrará allí detalles de primera mano, esto es de puño y letra del propio autor que iluminan y sorprenden por su belleza y contundencia descubriendo la vida personal y profesional de nuestro personaje. Transcribimos algunos apartes como una provocación:

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con haberme dedicado a la psicología, o a un tipo en particular de psicología? Por ejemplo, habiendo venido a parar a esta disciplina, ¿por qué me dejé atrapar por los acertijos acerca de la naturaleza del conocimiento? Después de todo, reflexionar sobre el conocimiento es una actividad bastante extraña, y aun si puede decirse que es antigua y honorable, sin duda no se la estudia “solo por estar allí” como tampoco Mallory subió al Everest solo por subir. ¿Fue porque nací ciego? ¿Y todas las víctimas redimidas de una temprana ceguera siguen mi camino? ¿O fue por haberme criado como un judío escéptico en una tradición consagrada, desde mucho antes de Descartes, al Principio de la Duda?

¡La riqueza ayuda! Un rico fluir de visitantes asistía a dar conferencias en Duke. Agudizaban el debate intelectual. Aldous Huxley (en persona) habló de utopías científicas; Margaret Mead, de relativismo cultural; Edna Millay leyó sus poemas y coqueteó con los jóvenes. La psicología tenía su propio coloquio semanal, rutilante en los que para mí eran “grandes nombres”. Lo que es “cosmopolitismo”, no nos faltaba.

Ser psicólogo en aquellos días de finales de los treinta era una ocupación curiosa. ¿Qué hacía yo (dadas mis tendencias), trabajando con ratas? Bueno, las ratas eran entonces el medio universal para resolver cuestiones de aprendizaje y motivación. Hasta Edward Chace Tolman, mi héroe en la teoría del aprendizaje, había dedicado su monumental Purposive Behavior in Animals and Men, a “MNA”, el Mus norvegicus albinus. (Él estuvo entre los distinguidos visitantes que desfilaron por nuestro Coloquio de Psicología.) Por razones que hoy nos parecen extrañas, había que traducir cualquier asunto al lenguaje de los experimentos con ratas, para poder discutir con los “iniciados”: aun sobre psicoanálisis. Dudo que alguien hubiera negado la importancia de la evolución del sistema nervioso. Antes bien, se creía que los procesos subyacentes eran sencillos y podían demostrarse hasta en la rata. ¿Cultura y lenguaje? No formaban parte del debate.

A finales de los años treinta, un joven psicólogo con fuerte tendencia teórica podía seguir uno de dos caminos: hacia el estudio de la percepción, o hacia el análisis del aprendizaje. Eran caminos muy diferentes. Uno se relacionaba con la forma en que el mundo parecía; el otro, con lo que las criaturas hacían en virtud de estar en contacto con el mundo. El primero era mentalista, fenomenológico, esencialmente europeo. El segundo evitaba la subjetividad, estaba dominado por el conductismo y era quintaesencialmente estadunidense en su objetividad.

Supongo que cada quien tiene un concepto un tanto distinto de cuál es el “centro” de la psicología”. Nosotros teníamos nuestra propia idea. Pensábamos que era una preocupación por las formas distintamente humanas de recabar, almacenar, transformar y utilizar conocimiento de toda índole, lo que hace humanos a los seres humanos. Llamémoslos procesos cognoscitivos. Ciertamente, se les estaba olvidando, particularmente en Harvard. ¿Por qué no tratar de unirlos de alguna manera? Era una idea vaga.

Intercambiar perspectivas distintas sobre los mismos temas generales puede ser de lo más divertido en un medio en que no haya amenazas. Visitar otra institución durante un año resulta buen tónico contra el propio parroquialismo, y nuestros visitantes no fueron la excepción a la regla. A lo largo de aquellos años, docenas de personas vinieron al Centro. A la mayoría parecía reanimarles la visita. Algunos hasta afirman que los cambió. Unos pocos fueron a casa y trataron de establecer algo como lo nuestro. Para nosotros era un festín contar con Nelson Goodman, Noam Chomsky, Bärbel Inhelder, Roman Jakobson como vecinos de al lado, comer con ellos, o tomar el café o la copa.

Debo confesar una relación complicada con Piaget, pues “explica” el siguiente paso de mi propio pensamiento. Particularmente para hombres más jóvenes, su presencia era enormemente atractiva. Había en él una pureza tan auténtica y singular en su expresión que era como si en su compañía nos libráramos de todo tipo de trivialidades ordinarias. Estaba casi totalmente consagrado al desarrollo de sus ideas, Entrar en aquel mundo era un privilegio. Además, nadie hubiera podido llamarlo un hombre austero. Había una cualidad de goce en todo lo que hacía: en sus obras, en su apetito de lobo, en su manera de bromear acerca de las ideas, en su apreciación de las mujeres bellas. Pero también había en su conciencia una cualidad prioritaria. Estar con él era formar parte de aquella conciencia. Era difícil definir las propias ideas sin hacer referencia a las suyas. Hizo que muchos de quienes lo rodeaban se sintieran como hijos rebeldes cuando sus ideas divergían; rebeldes pero no independientes. No se trataba, en absoluto, de que él no respetara la divergencia. Nunca lo vi desdeñar una idea que alguien le propusiera seriamente, con espíritu de intercambio. Podía considerar que aquella parte de la idea que establecía algún contacto con su propio modo de pensamiento era digna de un auditorio imparcial, aceptarla, o convenir en el desacuerdo.

Estoy seguro que mi propio interés por el lenguaje empezó por un interés en su repercusión sobre la mente: una vez más, el lenguaje como instrumento de la mente.

Luego apareció en el escenario Noam Chomsky, a finales de los años cincuenta. Aún puedo recordar tres poderosas impresiones tempranas de él, dos de ellas leyéndolo, personal la otra. Su crítica del Comportamiento verbal, de Skinner, fue como una descarga eléctrica. Noam en su mejor aspecto, implacable, dispuesto a rematar al enemigo, audaz, brillante, del lado de los ángeles [tu t’en souviens Eliette?]. El reduccionismo de las explicaciones del lenguaje dadas por la teoría del aprendizaje quedó “expuesto” como una especie de escoria antintelectual, caso como una conspiración para denigrar la racionalidad humana. La aplicación de la prueba lingüística dio devastadoramente en el blanco. Al terminar, sentí deseos de gritar de júbilo […] Mi recuerdo más personal fue un coloquio que Noam ofreció en el Centro de Estudios Cognoscitivos. No fue nuevo su poderoso argumento en pro de lo innato del lenguaje, pero la forma del argumento sí lo fue. Se basó en la idea de un innato “generador de hipótesis” [Do you remember? The methodological proposal titled ‘Mind’]. Así como no podemos “percibir” al mundo, salvo como figuras ante trasfondos, tampoco podemos experimentar el lenguaje sin imponerle estructuras de frases, oraciones con frases sustantivas, frases verbales y sus uniones naturales. No es la experiencia la que nos lleva a hacer esto, sino la naturaleza activa de la mente y el cerebro. Eso hizo que para mí el lenguaje fuera interesante en sí mismo.

Aquellos cinco años –1965 a 1970– fueron años de tanteos desesperados, en busca de alguien interesado en la educación. Nunca es fácil pensar simultáneamente acerca de dos ideales educativos tan distintos como el cultivo de la excelencia y la promoción de la igualdad del derecho a la oportunidad. No es que se contradigan en ningún sentido lógico, sino que cada ideal recurre a muy divergentes simpatías humanas. Y cada uno exige recursos y presupuestos que chocan entre sí.

Y, después de todo, entonces, ¿cómo fue esto, pasar toda una vida como psicólogo?[…]Yo, como el “gran dubitativo”, no puedo hablar del sentido de la vida; o, más precisamente, no puedo hablar de él en tal forma que fuese la continuación de cómo habla como científico acerca de la mente y sus movimientos […] En la vida –ya sea “personalmente” ya sea como psicólogo– una parte de mí simplemente va de una cosa a otra. Yo he seguido mi nariz: mi instinto, mi intuición o como quiera llamársele. No siempre me ha llevado donde yo quería entrar, ni siempre donde yo pensaba que me conduciría. Cualquier hombre que sepa expresarse podrá contar relatos para que tales caminos parezcan razonables, y aun prestablecidos. En realidad, de esto trata principalmente el género llamado autobiografía. Pero, pensándolo bien, mi nariz no ha sido peor guía que mi razón. En ambos casos, la casualidad superó todo lo que yo había preparado. Tomemos mi decisión misma de ser psicólogo. No recuerdo haberla tomado nunca, lo que no es decir que haya tropezado con ella. Sí, supongo que fue algo natural. Pero en cuanto fui psicólogo, mis planes y proyectos ciertamente no se “derivaron” de ningún plan maestro, ni siquiera en la forma en que se dice que las tácticas se derivan de una estrategia maestra.

Una vez leídos los elementos autobiográficos seguramente las preguntas planteadas sobrevivan a las respuestas. Un complemento interesante sería acercarse a la obra, al relato académico ‘objetivo’ [desde diversos puntos de vista] y tratar de identificar cuál fue la idea que movilizó y condujo a Bruner a que dedicara toda su vida a entenderla, dilucidarla y darle su toque personal. Es probable que dicha idea se encuentre en un libro, en cierto modo también autobiográfico pero del lado de la propia psicología que se titula Acts of Meaning, 1990 [con una versión española Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva, Madrid, Alianza editorial, 1991]. Precisamente el último párrafo del libro resume, sintetizaría el programa bruneriano:

El programa de una psicología cultural no es negar la biología o la economía, sino mostrar cómo las mentes y las vidas humanas son reflejo de la cultura y la historia tanto como de la biología y los recursos físicos. Necesariamente, utiliza las herramientas de interpretación de las que siempre se ha servido el investigador de la cultura y la historia. No existe una sola “explicación” del hombre, ni biológica ni de otro tipo. En última instancia, ni siquiera las explicaciones causales más poderosas de la condición humana pueden tener sentido y plausibilidad sin ser interpretadas a la luz del mundo simbólico que constituye la cultura humana.

Bruner siempre será admirado y reconocido por su incansable búsqueda de los sentidos. Este obituario es en sí la provocación para la búsqueda de Jerome Bruner en su legado humano.

Invitamos al lector a que vea una de sus últimas entrevistas en el siguiente link:

Youtube, Inside the Psychologist's Studio with Jerome S. Bruner; https://www.youtube.com/watch?v=xxn6IpAJEz8 [Link]