Obituarios
ENTORNOS, Vol. 30, No. 2, Noviembre 2017
Héctor Mora Pedraza
Héctor Mora fue siempre la biblia de los viajes. De él se podían aprender muchas cosas, algunas de vital importancia y otras que simplemente aligeraban el tránsito por la cotidianidad. Con la generosidad de los grandes, compartía sus secretos de tantas y tantas horas de vuelo. En un estudio de grabación, en un parque o en la sala de alguna casa se sentaba en la palabra y decía que las bolsas plásticas había que empacarlas haciéndoles un hueco diminuto para que no se llenaran de aire. Ese espacio ocupado por el aire en algún momento se iba a necesitar, sobre todo en los viajes de retorno.
Así como suministraba ese dato sin darle espacio al interlocutor para algún interrogante, también decía que el par de zapatos tenía que viajar separado. El calzado, completo, tiene el inmenso agravante de apoderarse de una buena porción del equipaje y él, con tantos pasaportes empleados, con tantos asientos de avión visitados y con tantos paisajes archivados en la mente, no podía darse ese lujo. Así que un zapato iba en un lado y el otro en el rincón opuesto.
Antes de institucionalizarse los diarios de viaje y los programas sobre turismo, Héctor Mora ya tenía en su haber muchas jornadas dedicadas en exclusiva a mostrarles a los colombianos a través de la pantalla del televisor cómo era el mundo más allá de las fronteras.
Era un tiempo en el que no había internet y las posibilidades de conectividad eran realmente escasas, por eso él se encargó de mostrar las culturas foráneas y las puso al alcance de todos los espectadores nacionales.
Siempre fue un enemigo beligerante del trabajo en escritorio y de ahí que se hubiera inventado muchos formatos en los que el común denominador eran los exteriores. Cuando muchos periodistas preferían pontificar desde un estudio de grabación, Mora hablaba desde la calle, mostrando la esencia de la labor del reportero nato, así su formación estuviera más relacionada con la abogacía y la jurisprudencia, que estudió en la Universidad Libre.
Cuando fue jefe de prensa de la Cámara de Representantes se empeñó en hacer un programa de televisión en el que los congresistas estuvieran al alcance del público. Por eso realizaba sus emisiones no desde un estudio, ni desde las oficinas parlamentarias o en las comisiones. Prefería la atmósfera callejera para mostrar la realidad social del país. Esa idea fue la primera semilla para la gestación de El mundo al vuelo con Héctor Mora, el espacio que lo consagró definitivamente.
En 1977 se emitió por primera vez el programa cuyo propósito era hacer una radiografía de cómo era la vida en un país distinto a Colombia. La cultura, la gastronomía, la geografía y, por supuesto, la gente eran las temáticas abordadas por Héctor Mora en cada capítulo. Con el mismo respeto e información con que se enfrentaba a un recorrido por el Taj Mahal, era capaz de aventurarse por la Ciudad Prohibida, en China, o presenciar en absoluto silencio un ritual en Haití.
Mientras las imágenes mostraban parajes lejanos, Mora, con sus libretos y el empleo del sonido ambiente como recurso certero, acortaba las distancias. En una época en la que no todo estaba al alcance de un clic, él traía a la pantalla de los televisores los destinos más exóticos sin inmutarse. Textos, postales estáticas o en movimiento y audios pertinentes creaban la atmósfera perfecta para empezar a conocer otros lugares. Esa fórmula la utilizó en más de 1.240 programas que alcanzó a producir, en los que exhibió las realidades de unos 108 países.
Pasaporte al mundo, Así es el mundo y La vuelta al mundo fueron también iniciativas gestadas por Héctor Mora, quien jamás supo conjugar la pasividad, lo que hizo que su cabeza nunca entrara en reposo. La excursión lo apasionaba y, mientras más conocía un destino, más ganas le nacían de volver a visitarlo. Recorrió cientos de veces el río Magdalena y nunca dejó de sorprenderse con lo que encontró a su paso.
Con los ojos bien abiertos y los oídos atentos, guardaba siempre lo mejor de cada lugar para relatar su crónica y compartir sus conocimientos con quienes no tenían la posibilidad de visitar otras latitudes. Viajar era su don, su gran bendición, y de ahí su compromiso de “invitar” al público a vivir con él cada experiencia audiovisual.
Las crónicas de viajes fueron su territorio y, aunque el programa El mundo al vuelo con Héctor Mora dejó de existir en 2001, se inventó otro tipo de narrativas alrededor de su objeto de estudio. Con Colombiana de Televisión, con Caracol Televisión, en Canal Capital o en el Canal del Congreso, tal vez su última aparición en un medio masivo convencional, impuso su estilo y más adelante lo reiteró en un medio digital propio en el que publicó historias inéditas vividas en sus cuatro décadas de vigencia profesional.
Héctor Mora se alejó de los medios a causa de una enfermedad en el páncreas. Se recuperó, retomó sus labores hasta que una pancreatitis le provocó la muerte ayer, a sus 77 años. Mora fue en los 70 y 80 el maestro que con su habilidad demostró que el mundo cabe en una pantalla de televisión. Hoy sólo se le puede decir gracias y adiós al aventurero de siempre.
https://www.elespectador.com/noticias/cultura/hector-mora-el-aventurero-de-siemprearticulo-705013 [Link]
27 cosas que aprendí en El mundo al vuelo (publicado en la revista SOHO, 2015)
1. Aprendí que en el Tíbet te traen una copa de té de Yak y luego le meten los dedos al líquido para espantar los espíritus. Y que no aplauden cuando las cosas salen bien sino cuando salen mal.
2. Aprendí que en China las mesas son redondas para que no haya cabecera y que la comida se sirve siempre para compartir. Es un concepto de Confucio.
3. Aprendí que en Japón hay que entregar las tarjetas personales cogiéndolas con la punta de los dedos por cada extremo y recibirlas de la misma forma, y con venia. Meterse al bolsillo la tarjeta es una grosería: estás dando a entender que te vas a sentar en el nombre de la otra persona.
4. Aprendí que hay que llevar una sábana blanca cuando entras a Argentina por tierra. Aunque suene raro, la policía la exige para que se puedan cubrir los cadáveres en caso de accidente.
5. Aprendí que en Benín, en el oeste de África, es muy peligroso hacer fotos al azar; sus habitantes creen que pueden perder el alma si son fotografiados.
6. Aprendí que en China el luto es blanco.
7. Aprendí que en Tailandia cruzar la pierna en una visita es una falta de cortesía: consideran que si la otra persona los señala con el zapato les está enviando una maldición.
8. Aprendí que, también en Tailandia, es inconcebible ponerle a un niño la mano en la cabeza y revolverle el pelo, pues creen que la divinidad reside en ella hasta los 12 años.
9. Aprendí que en India no se debe nunca saludar con la mano izquierda porque es únicamente para el aseo personal.
10. Aprendí que en Cuba no se puede, por ningún motivo, pedir sancocho: si lo haces, te traerán lavazas para los cerdos.
11. Aprendí que no hay que confiar en los sentidos: en Irlanda, una vez, tramitando los permisos para grabar en unos castillos, vi a una persona en falda y pelo largo que estaba dándome la espalda, y le dije: “Señorita, por favor” … Cuando se volteó me di cuenta de que era un hombre con el tradicional kilt.
12. Aprendí que en China el chop-suey es lo que sobró del día anterior.
13. Aprendí que, como regla universal, hay que declarar siempre que llevas más de 10.000 dólares y que en el mundo hay dos clases de dioses: la policía y los cónsules de Estados Unidos.
14. Aprendí que a los templos musulmanes hay que entrar sin zapatos, y que en las mezquitas las mujeres deben usar falda y cubrirse los brazos.
15. Aprendí que en China se escupe en la mesa para espantar a los malos espíritus.
16. Aprendí que en España los gallegos tiran sal por encima del hombro izquierdo para ahuyentar la mala suerte. También que si le das una noticia muy mala a un gallego, se quita el vestido que lleva puesto y lo quema.
17. Aprendí que los chinos consideran al 8 el número de la suerte. Por eso, los Juegos Olímpicos de Pekín fueron el día 8 del mes 8 (agosto) de 2008 y la llama olímpica se encendió a las 8:08 minutos.
18. Aprendí que hay platos tan exóticos que no pueden comerse: nunca pude con la sopa de mariposas en Hong Kong ni con los sesos de mico crudo en Mongolia: le abren la cabeza al animal enfrente de uno y le sacan los sesos mientras todavía está vivo.
19. Aprendí que a veces, por educación, tienes que aceptar lo que te ofrecen. En Hong Kong, por ejemplo, tuve que tomar sangre de culebra y me sorprendí con el sabor: parece Coca-Cola vieja y helada.
20. Aprendí —aunque no soy religioso— que en el Tíbet uno siente una fuerza espiritual rara, enorme.
21. Aprendí que en Asia recostarse contra una estatua de Buda para una foto es delito religioso y puede uno terminar en la cárcel.
22. Aprendí que para los musulmanes el pan es un símbolo religioso y es ofensivo tirarlo al suelo.
23. Aprendí que en Suecia no se trabaja a partir del sábado y, por eso, es posible que no encuentres gasolina en las estaciones.
24. Aprendí que en Leicester Square, en Londres, consigues entradas para las obras de teatro y los musicales del día con el 50% de descuento.
25. Aprendí que en China te puedes tirar una cita de negocios si, en vez de saludar con una venia, te da por besar a una mujer en la mejilla o intentas apretarle la mano a otro hombre. Es una falta de respeto.
26. Aprendí que uno cambia mucho con los viajes, que salir te abre la mente y que, al final, el mundo no es tan ancho como uno cree.
27. Aprendí —después de hacer El mundo al vuelo durante 30 años— que es muy importante programar cualquier viaje y leer sobre historia y geografía; después de todo, es mejor conocer tres países en tres semanas que seis en 15 días.