ENTORNOS, Vol. 31, No. 1, Junio 2018
La reacción conservadora. Algunas preguntas teóricas en torno al debate sobre el plural del español y la aparición de la “e” como práctica de lenguaje inclusivo en Argentina
Marina Cardelli (UBA)1
Universidad de Buenos Aires, Argentina
mcmarinacardelli@gmai.com [Link]
como “cantante”. Y -decía- aunque parece un sustantivo es otro tipo de palabra, un participio presente, o lo
que quedó de los participios presentes del latín. Una palabra que señala a quien hace la acción: quien preside,
quien canta. Justamente, no tiene género. “¿Vas a decir la cantanta?”
Piñeiro: “¿Y ‘sirvienta’ tampoco decís? ¿O ‘presidenta’ no pero ‘sirvienta’ sí”? Gol.
Kolesnikob, Patricia, Clarín, 20/12/2019
las zonas de la comunicación social. Por eso es lógico que la palabra sea el indicador más sensible de las
transformaciones sociales, inclusive aquellas que apenas van madurando, aquellas que aún no se constituyen
nuevamente ni encuentran acceso todavía a los sistemas ideológicos ya formados y consolidados. La palabra
es el medio en el que se acumulan lentamente aquellos cambios cuantitativos que aún no logran pasar a una
nueva cualidad ideológica, ni dar origen a una nueva y acabada forma ideológica. La palabra es capaz de
registrar todas las formas transitorias, imperceptibles y fugaces de las transformaciones sociales.
Voloshinov, Valentín, El Marxismo y la Filosofía del Lenguaje, 1929
1. Introducción
Por primera vez en la historia, el 13 de Junio
de 2018 se debatió en la Cámara de
La masividad y el alcance internacional de la lucha feminista en los últimos años que, lejos de sostener una agenda sectorial, es uno de los actores más dinámicos de la lucha antineoliberal –y anticapitalista- en el mundo (Minici, 2018) es el contexto en el cual se desarrolló este proceso de movilización masiva.
Una de las declaraciones públicas que más
trascendió y que lo convirtió en un debate de
alcance nacional fue la de una adolescente
que opinaba sobre la acción de
“Desde ya digo que estamos comunicándonos con toda la comunidad educativa,les padres, les docentes , para ver, por ejemplo, las clases de apoyo del curso de ingreso, sialgunes docentes quieren venir, incluso en el medio de la toma, a dar clases, está la posibilidad porque el reclamo no es contra la institución particularmente, sino para visibilizar un reclamo que estamos teniendoles estudiantes que es que salga el proyecto de ley. Haypoques diputades que estánindecises , y queremos demostrarles que anosotres no nos va a pasar por el lado que sigan muriendo mujeres, o que decidan frenar eso e ilegalizar el aborto”
Estudiante secundaria argentina en una toma de escuela, 12 de junio de 2018, un día antes del tratamiento de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, para escuchar:
https://www.youtube.com/watch?v=IwozaE24z_w [Link]
Cuando esa entrevista se hizo pública, el
debate no tardó en crecer, al día siguiente varios
diarios de alcance nacional publicaron notas
de opinión, editoriales, chistes etc.; empezó a
hablarse del tema tanto en los medios masivos
de comunicación como en las aulas y salas de
En los ejemplos 2, 3 y 4 la respuesta tiene
elementos de violencia machista: amenaza
encubierta, insulto misógino (“concha de tu
puta madre” “incogible”) y acoso. En los casos
3, 4 y 5 hay una representación lingüística
asociada al valor de preservar “La Lengua” de
quién la “arruina”, de quien la habla “mal” y un
reconocimiento de la institución supuestamente
encargada de su cuidado, la Real Academia
Española. Los casos 1 y 5 muestran la aparición
de otra representación, asociada, por un lado
a la anormalidad (apartamiento de la norma
“retrases mentales severes”) y, por el otro, a
que eso reciba una sanción social –por ejemplo,
el insulto-. Los comentarios particulares no son
el objeto de reflexión de este texto y han sido
seleccionados al azar, sin embargo, es importante
identificar qué reacciones suscita en la sociedad
esta intervención colectiva sobre la lengua:
violencia e indignación. Los comentarios de
El “lenguaje inclusivo” o el “sexismo en la lengua” no son temas nuevos y hace varios años que se debaten, tanto en el ámbito de los estudios del lenguaje y el discurso, como en los ámbitos feministas. Se han expresado en contra con mucho ímpetu desde instituciones que asumen la tarea de “preservar el idioma”, con tanto éxito que –como pudimos ver- la ideología de la preservación es dominante, está completamente naturalizada en los medios, en las calles, además de las academias.
Merece atención y reflexión que una porción
muy numerosa de estudiantes
El mismo conocimiento público adquirieron otras formulaciones típicas de los ámbitos feministas en proceso de debate parlamentario sobre el aborto, como referirse a “personas gestantes” y no a “mujeres” para dejar sentado que existen personas que abortan y no se reconocen como mujeres. Es decir, el proceso de popularización de nuevas propuestas de lenguaje inclusivo fue el resultado del crecimiento de un sujeto político del feminismo que ya no eran sólo las mujeres, sino otras identidades.
Este ensayo intenta poner sobre la mesa algunas dimensiones relevantes y poco consideradas hasta ahora desde los estudios lingüísticos y discursivos en lo que refiere al uso del morfema “e”. Lejos de asumir una posición neutra, o que pueda “resolver” algún tipo de “incordio” sobre la base de lo que resulta “adecuado” o “correcto” para una perspectiva prescriptiva de la lengua como entidad abstracta, consideramos que estamos ante un debate que reviste la forma de lo político y exige, por ello, una abordaje glotopolítico que, aunque se localiza a nivel del sistema, no puede abordarse al margen de las prácticas lingüísticas y discursivas.
Muchas veces lo más importante no son las
respuestas, sino las preguntas. Una pregunta
presupone un objeto de reflexión, una posición
teórico-política y un objetivo de conocimiento. Si
no estamos de acuerdo en cuál es, en este caso,
el objeto de reflexión, la posición teórico-política
y el objetivo de conocimiento, no es posible
avanzar en debates conducentes. Hasta hoy
este debate ha tenido, muchas veces, el rasgo de
darse sin acuerdo en esas dimensiones básicas
y, de algún modo, ha clausurado el necesario
–o urgente- debate al interior del campo de los
estudios del discurso acerca de qué rol vamos
a tener
Una afirmación de consenso entre la mayoría de las posiciones teóricas es que la Lengua es social, presunción sin la cual este debate estaría cerrado. En un extremo de tales posiciones están las teorías del reflejo, es decir, aquellas que consideran que la lengua refleja lo que ocurre en la sociedad –desde una concepción determinista y lineal de la relación entre la estructura social y la superestructura- y que para terminar con el androcentrismo y el sexismo en la lengua habrá que terminar primero con el de la sociedad. En el otro extremo, están las posiciones más radicalizadas del llamado relativismo lingüístico (la llamada “hipótesis de Sapir-Whorf”), de base saussuriana, que sostienen que la Lengua configura las categorías desde las cuales pensamos el mundo, hasta un punto tan extremo que una lengua es una visión del mundo irreductible a otra y que, en algún punto, aquellos significados que no están en la lengua no pueden pensarse. Desde el inicio vamos a dejar planteado que esas dos posiciones dejan afuera la densidad del debate que, desde nuestro punto de vista reside en preguntarse de qué modo participa el lenguaje en la reproducción de relaciones de dominación económica y política para ser susceptible de intervenciones políticas por parte de sectores de poder (o resistencia). Esta pregunta reenvía hacia, por un lado la configuración histórica de la lingüística moderna sobre la base de la dicotomía lengua/ habla que este debate pone en cuestión; por otro lado, las lingüistas feministas, que han dado cuenta del carácter androcéntrico y sexista del lenguaje y que son sistemáticamente ignoradas o silenciadas en los ámbitos disciplinares; por último, señala hacia la presencia creciente de un sujeto político que se enfrenta a las relaciones de dominación económica, política y cultural y que se despliega, incluso, en intervenciones concretas sobre las prácticas lingüísticas que nos obligan a dar cuenta que una política: la política de los feminismos sobre el lenguaje5.
2. El problema glotopolítico y las miradas feministas de las relaciones de dominación
El término Glotopolítica se refiere a las distintas formas en que las acciones sobre el lenguaje participan en la reproducción o transformación de las relaciones de poder. La perspectiva de la glotopolítica contemporánea (Marcellesi y Guespin 1986, Arnoux 2000 y 2008, Laroussi 2003) estudia los diversos tipos de intervenciones en el espacio público del lenguaje y el modo en que participan en la conformación, reproducción o transformación de las relaciones sociales y de las estructuras de poder, en el ámbito local, nacional, regional o mundial. Es decir, que tiene como objetivo indagar en diversos tipos de discursos sociales que toman la lengua como objeto de estudio, de reflexión y/o de valoración –gramáticas, diccionarios, ensayos, teorías lingüísticas, etc. (Arnoux y Luis 2003)
Una de las tareas fundamentales de la glotopolítica ha sido identificar que existen ideologías lingüísticas que orientan, en cada época, de una manera bastante restrictiva, la evaluación de las situaciones lingüísticas:
Las ideologías lingüísticas son sistemas de ideas que articulan nociones del lenguaje, las lenguas, el habla y/ o la comunicación con formaciones culturales, políticas o sociales específicas. Aunque pertenecen al ámbito de las ideas y se pueden concebir como marcos cognitivos que ligan coherentemente el lenguaje con un orden extralingüístico, naturalizándolo y normalizándolo, también hay que señalar que se producen y reproducen en el ámbito material de las prácticas lingüísticas y metalingüísticas, de entre las cueles presentan para nosotros interés especial las que exhiben un alto grado de institucionalización (Del Valle 2007).
En el caso de los debates acerca de lenguaje inclusivo –como puede verse en los comentarios que recibió el video- los condensados ideológicos que sostienen ciertas posiciones se articulan de forma muy particular con discursos visiblemente machistas y misóginos. De modo tal que no es posible impulsar un debate serio respecto del lenguaje inclusivo en general, y del uso de “e” en particular sin asumir alguna posición teórica respecto las propuestas –ya abundantes, a esta altura- de las teorías feministas acerca de la construcción social del género, del vínculo que entabla con las relaciones de desigualdad y violencia y la estructuración profunda que tiene con la estructura social de producción y reproducción.
Para la glotopolítica, en el lenguaje se afirman
y negocian las identidades sociales de los interlocutores. Existen
Partamos del hecho de que toda colectividad humana se caracteriza por la existencia de ciertas condiciones sociales y relaciones de poder. Son estos factores contextuales los que estructuran el mercado lingüístico, es decir, el régimen de normatividad o sistema que asigne valores diferentes a los usos del lenguaje. El lugar que un individuo ocupe en la sociedad, los espacios a los que tenga acceso y la capacidad que posea para negociar su rol en ese entorno determinar su predisposición a actuar de una cierta manera o a valorar de uno u otro modo las acciones de otros. El individuo desarrolla, en terminología de Pierre Bourdieu, unhabitus . Estará, por tanto, en disposición de usar una o varias lenguas, una u otra lengua, una u otra variedad de una lengua, dependiendo de su ubicación y capacidad de maniobra en el complejo entramado social. Y de esta misma posición, y por tanto de su grado de sometimiento o autonomía con respecto al régimen de normatividad imperante, dependerá su imposición de valorar de un modo u otro el espectro de prácticas lingüísticas que se encuentre (Arnoux, Del Valle 2010).
El orden simbólico que imponen las clases dominantes incluye esquemas de percepción y evaluación de las normas lingüísticas y de dispositivos normativos tendientes a orientar prácticas y creencias. Es decir que esas ideologías lingüísticas que pudimos esbozar más arriba integran sistemas ideológicos más amplios y se ponen al servicio de ellos (Arnoux 2008). Analizar las condiciones sociales y relaciones de poder que estructuran los regímenes de normatividad vigente supone acudir a las teorías feministas que han pensado la problemática de la dominación de forma integral. Por un lado, existen estudios que, desde el feminismo, piensan el sistema capitalista y su funcionamiento como sistema de dominación; por otro, están los estudios de género, que han pensado a lo largo de las últimas décadas el modo en el que se configuran las relaciones de poder sobre la base de la diferencia sexual.
Una de las autoras que intentó repensar el desarrollo del modo de producción capitalista desde una perspectiva feminista es Silvia Federici (2004), recuperando la caza de brujas medieval como un elemento central de su surgimiento. Sostiene que la llamada “acumulación originaria” supuso una nueva división sexual del trabajo en la cual la función reproductiva de las mujeres está destinada a la reproducción de la fuerza de trabajo. En el nuevo orden patriarcal las mujeres están excluidas del trabajo asalariado y subordinadas a los hombres y al cuerpo proletario mecanizado. La caza de brujas cumplió, para Federici, esa función: las mujeres, bajo el control del Estado, fueron convertidas en recursos económicos para el orden patriarcal, les fue sustraído el control de la natalidad y su cuerpo fue puesto al servicio del incremento de la población y la acumulación de fuerza de trabajo. Si los marxistas latinoamericanos, como Aníbal Quijano, lograron mostrar lo intrínseco que es el racismo al capitalismo, Federici muestra el carácter patriarcal de la dominación capitalista. En ese sentido el “género”, para la autora, es una especificación de las relaciones de clase.
La identificación del trabajo femenino como trabajo invisibiliza¬do tiene una relación directa con su condición de trabajo no pago en términos salariales. El trabajo de las mujeres queda minimizado como subsidiario del trabajo pago masculino y desconoce la vinculación entre ellos que, como sostiene Verónica Gago (2010), es intrínseca y su análisis, desde la perspectiva feminista, no introduce simplemente una especificidad o abona un particula¬rismo sino que abre la noción y la composición misma de la clase trabajadora, tanto en sus orígenes como en la actualidad.
De este modo, las teorías feministas, por un lado, dan cuenta del carácter estructural que tiene el rol subordinado de las mujeres y la división sexual del trabajo; por otro lado, analizan lo que ocurre con la explotación en el capitalismo actual. En ese sentido, Gago sostiene que la forma que adquiere el capitalismo neoliberal es la de producir nuevas com¬binaciones entre economías de tipo servil y economías posmodernas y que para eso no reproduce la tendencia hegemónica (o hegemonizante) de un trabajo asalariado libre, sino que lo hace a partir de la extensión de una nueva feminización del trabajo que implica la valo¬rización creciente de los atributos que permanentemente cualifican al trabajo como no-libre. Hay una con¬dición colonial de nuevo tipo, un nuevo impulso capitalista que logra competitividad y dinamismo a partir de articularse con prácticas, redes y atribu¬tos que históricamente caracterizaron los flujos de trabajo no-pago, como lo fue siempre el trabajo de las mujeres. En ese sentido podemos afirmar que el rol del trabajo no-pago y el rol de las mujeres está en transformación en el modelo de acumulación actual, simultáneamente con una crisis económica mundial que ya lleva casi una década y que no ha cesado de profundizarse.
Respecto de los debates acerca de la categoría del género, Joan Scott (1990) sostiene que el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y, también, una forma primaria de relaciones significantes de poder. Comprende, según ella, cuatro elementos interrelacionados: símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones, múltiples (y menudo contradictorias), basadas en la diferencia; conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos, en un intento de limitar y contener sus posibilidades metafóricas (doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, que afirman categórica y unívocamente el significado de varón y mujer, masculino y femenino); rol de las instituciones y organizaciones sociales en la construcción de una permanencia intemporal en la representación binaria del género (familia, mercado de trabajo, sistema educativo, política); y la identidad subjetiva.
Estos aportes muestran que, como sostiene Simone de Beauvoir (1949), mujer no se nace sino que se llega a serlo y articulan la desigualdad entre hombres y mujeres con el sistema global de dominación. Judith Butler (1990) hizo aportes significativos a la noción de género que, lejos de ser meras proposiciones teóricas o puntos de vista, han configurado acción política feminista y explican muchas de las posiciones que actualmente, en Argentina, se han volcado a hacer desde el feminismo una acción política específica sobre los regímenes de normatividad. La autora sostiene que el género es performativo, es decir que lo que muchas veces se considera esencia interna de género –nacer varón o nacer mujer en el cuerpo que sea- se construye a través de un conjunto sostenido de actos, postulados por medio de la estilización del cuerpo basada en el género. Yendo mucho más allá, sostiene también que aprender las reglas que rigen el discurso inteligible (donde sólo hay femenino y masculino, por ejemplo) es imbuirse del lenguaje normalizado, y el precio que hay que pagar por no conformarse a él es la perdida misma de inteligibilidad. Butler tiene como objetivo, entre otras cosas, poner en cuestión la mujer como sujeto del feminismo y discutir la noción de que exista un sujeto “antes” de la ley (“Lengua”), esperando su representación en y por ella.
Si el género es uno de los significados culturales que acepta el cuerpo sexuado, entonces no puede afirmarse que un género únicamente sea producto de un sexo. Si llevamos esta posición hasta su límite lógico, afirma Butler, la distinción sexo/genero muestra una discontinuidad radical entre cuerpos sexuados y géneros culturalmente construidos: no está claro que la construcción de “hombres” dará como resultado únicamente cuerpos masculinos o que las “mujeres” interpreten solo cuerpos femeninos. Para Butler, lo cuerpos no son binarios en su morfología y constitución, y tampoco hay ningún motivo para creer que los géneros seguirán siendo sólo dos. Butler sostiene una apuesta política contra el binarismo sexual y genérico: los géneros “inteligibles” son los que de alguna manera instauran y mantienen relaciones de coherencia y continuidad entre sexo, género y práctica sexual o deseo. Se presupone que la unidad metafísica de los tres, una visión sustancializadora del género. La desarticulación que propone Judith Butler entre sexo (o genitalidad), género y deseo ha abierto un campo vasto de debates e identidades sexuales que, al concebirse como algo no sustancial sino performativo, y que disputa con la llamada heterosexualidad normativa (que produce lo binario) viabiliza múltiples colectivos políticos que, efectivamente, quedan por fuera de la inteligibilidad femeninomasculino inscripta en la cultura y, en lo que a nosotros respecta, en las prácticas lingüísticas.
Entonces, como punto de partida, cualquier análisis de las prácticas lingüísticas es, necesariamente, una análisis de los regímenes de normatividad que produce y reproduce prácticas lingüísticas que garantizan relaciones de poder al interior de las cuales la división sexual del trabajo y la reproducción de las relaciones de desigualdad de género cumplen un rol estructurante. En el caso que analizamos, el régimen de normatividad entra en tensión cuando se pone en discusión una regla (también) estructurante del sistema lingüístico, como lo es la flexión genérica, por lo que produce reacciones vehementes, que van desde la desautorización hasta la violencia machista (insulto o acoso). Intentaremos demostrar que quienes, por un lado, desarrollan una práctica que enfrenta la norma o valoran positivamente esa práctica disruptiva y quienes, por el otro, participan de su censura y de su desprestigio, lo hacen según su posición en el entramado social y su nivel de subordinación ideológica al sistema de dominación que, como veremos en el apartado siguiente, se expresa en regímenes de normatividad y es reproducido por ellos.
3. Algunos reflexiones en torno de la relación entre sexo, género, lenguaje y patriarcado
Este apartado está lejos de ser un recorrido integral de aquellos autores que han pensado la relación entre estos cuatro elementos. El objetivo fundamental de este ensayo –muy acotado respecto de todas las dimensiones que implica el cruce entre lenguaje y patriarcado en términos amplios- se limita a ubicar esta reflexión en el terreno de la glotopolítica, y arrojar alguna hipótesis –desde esa perspectiva- en torno del uso del morfema “e” para el plural inclusivo. Hasta ahora hemos reflexionado en torno de una parte del problema. Para continuar, mencionaremos algunas aportaciones teóricas que, entre muchas otras que no están aquí, dan cuenta de la relación indiscutible entre la categoría gramatical de género -y su funcionamiento- y la existencia de una relación de desigualdad y dominación entre los hombres y el resto de las identidades.
Muchos manuales de lenguaje inclusivo sostienen sus propuestas de expresiones no sexistas sobre la base de que en el español existe una falta de representación simbólica de las mujeres en la lengua y que, por lo general, está invisibilizada. Aunque en el español sexo y género no coinciden en la mayoría de los casos, sí lo hacen en el caso de los sustantivos animados; por ende, la utilización del masculino, ya sea en singular para referirse a una mujer, o en plural para denominar a un grupo de mujeres o a un grupo mixto, según estos autores, esconde o invisibiliza a las mujeres, cuando no las excluye del proceso de representación simbólica que pone en funcionamiento la lengua (AAVV, 1995).
Respecto de tales planteos, Ignacio Bosque (2012), miembro de la Real Academia Española, sostiene que esa posición se encuentra con la pregunta de dónde fijar los límites ante el “problema de la visibilidad de la mujer en el lenguaje”. Bosque se inquieta ante las propuestas porque sostiene, sobre la base de la propuesta Saussuriana, que si el sistema lingüístico da forma al pensamiento, es un sinsentido que algunas mujeres se sientan discriminadas. El segundo término, Bosque se inquieta por la dificultad para hablar, porque sostiene que las propuestas (que en los casos a los que se refiere son, fundamentalmente, las de reiteración – “los trabajadores y las trabajadoras”- y el reemplazo por palabras sin marca genérica –“la docencia” en lugar de “los docentes”-), puestas a funcionar de forma plena, impedirían hablar. El tercer elemento que inquieta a Bosque es el que se vincula con los tres rasgos correlativos de la Lengua que postula Saussure, y cuya determinación mutua resulta nodal para el pensamiento lingüístico tradicional: arbitraria – social – inmutable. Es decir, que la Lengua no es algo que se pueda poner en debate ya que se impone a los hombres más allá de su voluntad. Sin embargo, Bosque abre una puerta que tampoco Saussure cierra, y es que, aunque la arbitrariedad sea la norma, y el pensamiento mismo resulte moldeado por la lengua, en ciertos fenómenos gramaticales –como la existencia de dos géneros- puede encontrarse un sustrato social –es decir, sin arbitrariedad-. Sin embargo, lo más probable, dice Bosque tras su concesión, es que su reflejo sea ya “opaco” y que sus consecuencias en la conciencia lingüística de los hablantes sean “nulas”.
Muchos lingüistas coinciden en este último punto, es decir, en la existencia de un sustrato no arbitrario en la categoría gramatical de género en los casos en los que coincide con el sexo. Para muchas corrientes de estudios lingüísticos provenientes de los estudios feministas, el lenguaje es androcéntrico (en estos casos se refieren tanto al nivel del sistema como al del enunciado). El androcentrismo puede identificarse, según Mercedes Bengoechea (2008), por dos rasgos: toda persona es del género masculino, a no ser que se especifique lo contrario (1) y las mujeres quedan borradas de la lengua (2). La autora aporta dos ejemplos que por su simpleza resultan elocuentes:
A. Llegaron los tres al pueblo
B. Los nómadas se trasladaban con sus enseres, mujeres y niños, siguiendo la caza.
El primer caso es un uso inclusivo del masculino como forma no marcada. La autora sostiene que el hecho de que podrían ser tres hombres o dos mujeres y un caballo prueba el principio que sostiene que toda persona es hombre a menos que se compruebe lo contrario. El segundo caso (que es un ejemplo común y podrían encontrarse ejemplos similares en la totalidad de la literatura de cualquier disciplina del mundo occidental) pretende ejemplificar la falacia de la inclusión, en la medida en que “los nómadas” – forma masculina que se supone que incluye a las mujeres- trasladaban objetos, entre los cuales había mujeres, lo que muestra que en “los nómades”, y, asimismo, en todos los usos del masculino inclusivo, la mujer no está incluida sino borrada.
Estas posiciones sostienen que la regla que supone que el masculino incluye al femenino no es de orden natural, eterno e inmutable, sino un claro reflejo de la visión androcéntrica del mundo y de la lengua. Según Bengoechea, la presencia constante de tales enunciados otorga carta de naturaleza a uno de los ejes vertebradores del androcentrismo, constante y habitual en la lengua: el que refuerza la presencia del género/sexo masculino y causa la desaparición del género/sexo femenino.
Cameron (1985), lingüista norteamericana que ahora produce desde la Universidad de Oxford, sostiene que lo que describe Bengoechea puede ser llamado “alienación” de las mujeres del lenguaje. Es decir, las palabras no les pertenecen y, de algún modo, se les vuelven en contra. De este modo, la mirada feminista del lenguaje resulta una reminiscencia de la mirada feminista de la sexualidad: es una fuente poderosa que es apropiada por el opresor que devuelve simplemente la sombra que las mujeres necesitan para funcionar en la sociedad patriarcal. Desde este punto de vista, la lucha por el lenguaje resulta crucial en la lucha por la liberación de las mujeres de la situación de opresión.
Cameron aporta un recorrido histórico en la teoría feminista del lenguaje e identifica tres posiciones: los estudios de la diferencia sexual, centrados en estudiar si las mujeres y los hombres utilizan el lenguaje de forma diferente; los estudios de sexismo lingüístico, sus efectos y cómo eliminarlos y, finalmente, aquellos que trabajan la dimensión de la alienación. La autora se pregunta si el lenguaje es el mecanismo por el cual la misoginia es construida y transmitida, y si acaso podemos pensar por fuera de los confines del lenguaje que odia a las mujeres. Recorre, en ese sentido, muchas posiciones que van desde las teorías del reflejo, hasta aquellas feministas que, ancladas en posiciones posestructuralistas, han reivindicado el relativismo o las posiciones de raigambre lacaniana. Su repaso por la teoría gramatical muestra que, a pesar de que algunos lingüistas insistan en demostrar la inexistencia de un vínculo entre género gramatical y sexo, tal vínculo resulta indiscutible. Para Cameron, sea cual fuere el origen del género gramatical, no pude afirmarse que no tiene que ver con el sexo en la medida en que es claro que se pone al servicio de los valores y las relaciones patriarcales.
La autora afirma que aquello que sostiene Simone de Beauvoir (1949), acerca de la condición biológica innata de lo femenino y la configuración sociocultural de ser una mujer, está lexicalizado en el inglés a partir de “sexo” y “genero”. Para las lingüistas feministas pioneras que investigaron el lenguaje y la genericidad a principios de la década del setenta, el objetivo fundamental era justamente, mostrar el modo en el que utilizar el lenguaje estaba implicado en el proceso de convertirse en una mujer o en un hombre. Es decir que utilizar un lenguaje androcéntrico –que asigna valor universal al hombre a partir del borramiento de la mujeres una parte del proceso sociocultural de convertirse en una mujer.
Butler –a quien retomamos luego- constituye, según Cameron, la respuesta posmoderna a ese debate, ya que sostiene que conocemos el “sexo” sólo a través del filtro ideológico del género que provee el discurso. De este modo, no hay uno más natural que el otro, ambos son, para Butler, construcciones culturales. La teoría de Bultler se basa en la obra de Jacques Lacan y de su concepción del sujeto como resultado de la entrada en un universo simbólico, su entrada en el lenguaje. Las normas de género -actos y gestos que nos esperan desde antes del nacimiento- son interpretados por Butler en términos similares al "orden simbólico" lacaniano. En ese sentido, el lenguaje es una estructura que está ya ahí, y que va a ser determinante en la producción de la subjetividad. Por eso los enunciados de género, desde los pronunciados en el nacimiento -"es un niño" o "es una niña"-, hasta los insultos como "maricón" o "marimacho" no son constatativos sino performativos, es decir, invocaciones o citaciones ritualizadas de la ley heterosexual (Senz, Preciado 1997)
Respecto de la gramática y el lenguaje inclusivo, Butler afirma lo siguiente:
Las formulaciones que tergiversan la gramática o que de manera implícita cuestionan las exigencias de la estructura de la lengua son claramente irritantes para algunos. Los lectores tienen que hacer un esfuerzo, y a veces estos se ofenden ante lo que tales formulaciones exigen de ellos. ¿Están los ofendidos reclamando de manera legítima un “lenguaje sencillo”, o acaso su queja se debe a las expectativas de vida intelectual que tienen como consumidores? ¿Se obtiene, quizá, un valor de tales experiencias de dificultad lingüística? Si el género mismo se naturaliza mediante las normas gramaticales, como sostiene Monique Wittig, entonces la alteración del género en el nivel epistémico mas fundamental estará dirigida, en parte, por la negación de la gramática en la que se produce el género. No estoy fuera del lenguaje que me estructura, pero tampoco estoy determinada por el lenguaje que hace posible este “yo”. Este es el vínculo de autoexpresión, tal como lo entiendo. Lo que significa que usted, lectora o lector, no me reciben nunca separada de la gramática que permite mi disponibilidad con usted. Si trato esa gramática como algo de claridad meridiana, entonces no podre despertar su interés por esa esfera del lenguaje que establece y desestablece la inteligibilidad (Butler 1990).
Regresamos, desde la perspectiva de Butler, a pensar el problema de la representación y la visibilidad con el que discutía Bosque, desde la razón de la Real Academia Española. Según la autora, para las teorías feministas, el desarrollo de un lenguaje que represente de manera adecuada y completa a las mujeres fue necesario para promover su visibilidad política. Es decir qué representación política estuvo asociada a la noción de representación en el signo. ¿Pero qué ocurre con aquellos a los que la lengua no representa? ¿Para quienes no existe signo? La noción (androcéntrica) del signo masculino como universalidad supone un sentido de universalidad que incluye el binarismo o la ley heterosexual. Si no hay más dos sexos, y si no hay signo para representar en el lenguaje – como acción política- aquello que pelea por una representación política, entonces hay que desplazarse a los márgenes, a lo que esté cerca de perder inteligibilidad.
En
Todas estas reflexiones nos permiten ver que
la estructura de la lengua y el valor universal
o inclusivo del género gramatical masculino
tienen una relación indiscutible con el género
como categoría sociocultural -y, para algunos
autores, con el sexo- y con el funcionamiento
de las relaciones de poder en la sociedad. En
primer lugar, lo femenino está borrado o está
subordinado en la estructura de la lengua, al
igual que todo aquello que queda por fuera de
la norma heterosexual –como expresa Butler- o
del binarismo sexual –como diría Bourdieau-. Lo
masculino es universal, lo femenino esta borrado
y lo que no es femenino o masculino queda en los
límites de lo inteligible, no tiene representación.
Las teorías feministas han logrado demostrar,
como vimos en el apartado anterior, que lo
mismo ocurre en la estructura social respecto
del rol asignado a varones y mujeres -y otras
identidades- y el rol fundamental que cumplen
en sistema de acumulación. Las prácticas
lingüísticas de los sujetos, es decir, la disposición
a utilizar y valorar la lengua de cierto modo
–
4. En nombre de La Lengua
Ferdinand de Saussure (1916) es considerado
el “padre” de la lingüística moderna y configuró
un objeto de estudio hasta entonces inexistente,
a partir de un punto de vista sincrónico,
redefiniendo los parámetros del pensamiento
gramatical europeo y, por su influencia, del
mundo: La Lengua. Según Saussure, la lengua
tiene, entre otros, dos principios fundamentales
que son los que, en este caso, están puestos en
cuestión y son la respuesta inmediata de muchos
lingüistas y filólogos al planteo de las corrientes
que pretenden promover el lenguaje inclusivo:
su arbitrariedad y su inmutabilidad –sincrónica-.
Las consecuencias de la arbitrariedad, sostiene
Saussure, son incalculables, y, justamente, la
inmutabilidad es una de ellas, una de las más
importantes. La lengua no pone nombres al
mundo, sino que es, en sí misma un principio
de clasificación, la aparición de lo distinto: la
lengua da forma al pensamiento porque provee
la posibilidad de que haya un sonido distinto
de otro e inmediatamente unido a un concepto
-por primera vez
Voloshinov elaboró una crítica profunda
a lo que llamó el “objetivismo abstracto” de
Saussure. La perspectiva de Voloshinov llegó a
ser conocida a través de la teoría de los géneros
discursivos y de dialogismo (y la polifonía),
atribuidas a Mijail Bajtin (1952-1953)6. Sin
embargo, el carácter materialista y la radicalidad
de la crítica de Voloshinov fue mayormente
invisibilizada y subestimada, tanto desde las
posiciones estructuralistas y posestructuralistas
como desde las perspectivas del materialismo
determinista, para quienes los aportes de
Voloshinov también se alejaban fuertemente de
la teoría del reflejo. Sin embargo, lo que aporta
es, justamente, una de las claves para pensar los
conflictos en torno del significado del morfema
del masculino en el español: el signo es la
arena de la lucha de clases, esto es, de la lucha
ideológica. Es decir, la clase dominante busca
adjudicar al signo ideológico un carácter eterno
por encima de las clases sociales, pretende apagar
y reducir al mínimo la lucha de valoraciones
sociales que se verifica en él, trata de convertirlo
en un signo monoacentual. Así es como se
plantea, para Voloshinov, la relación entre las
bases y las superestructuras: sin determinación
mecánica. Si el lenguaje expresa, de algún
modo, la superestructura de una sociedad, lo
hace en función de las relaciones materiales
(de explotación, por ejemplo) bajo las cuales se
organiza. En este sentido la lengua no
Para Voloshinov, la teoría Saussuriana es
un objetivismo abstracto por dos razones,
en primer lugar porque niega el rol de la
subjetividad, y, en segundo lugar, porque para
hacerlo imagina situaciones que no ocurren
en la realidad, ejecuciones individuales de un
sistema de la lengua que no ocurren jamás por
fuera de experiencias concretas históricamente
situadas, de sujetos reales que toman la palabra
y producen enunciados orientados. En ese sentido, la oposición entre
La distinción entre diacronía y sincronía es, para el autor, el resultado de un punto de vista elaborado desde la filología, que trabajaba con lenguas muertas. El enunciado aislado, acabado y monológico, sacado de su contexto discursivo real, no orientado hacia una posible respuesta activa, sino a la comprensión pasiva de un filólogo, representa el dato último y el punto de partida para el pensamiento lingüístico: la Lengua para la lingüística está muerta, es escrita y, fundamentalmente, es ajena. Voloshinov revierte esa mirada y sostiene que nada existe realmente para la conciencia subjetiva del hablante como un sistema objetivo de incuestionables formas normativamente idénticas. Lo que al hablante le importa es aquel aspecto dela forma lingüística gracias el cual resulta un signo apropiado para las condiciones concretas de una situación dada: en la vida real no pronunciamos ni oímos palabras, sino que oímos la verdad o la mentira, lo bueno o lo malo, lo importante o lo nimio, lo agradable o lo desagradable. La palabra siempre aparece llena de un contenido, o de una significación ideológica o pragmática.
En resumen, podemos afirmar que para la lingüística que funda el pensamiento saussuriano, el momento estable e idéntico a si mismo de las formas lingüísticas (sincronía) prevalece sobre su variabilidad (diacronía); lo abstracto prevalece sobre lo concreto y la sistematicidad abstracta prevalece sobre la historicidad –lo que no permite anclarlo históricamente; las formas de los elementos prevalecen sobre las formas de la totalidad y la sustancialización del elemento lingüístico aislado sustituye la dinámica del discurso– es decir, asistimos a una historia de las formas, y no a una historia de los enunciados reales producidos por sujetos reales en su experiencia vital –la monosemia y la monoacentualidad de la lengua sustituye su polisemia y su poliacentualidad– es decir, al anularse la dimensión viva y dinámica, se anula el punto de vista del conflicto y, finalmente, se presenta el concepto de La Lengua como una entidad abstracta y acabada que se transmite de una generación a otra. Queda afuera cualquier posibilidad de una participación activa de una conciencia hablante en el proceso de la generación histórica. Es inviable cualquier combinación dialéctica entre la necesidad y la responsabilidad lingüística o la libertad. Asumir el punto de vista de La Lengua supone, entonces, pararse desde un objetivismo abstracto desprovisto de historicidad.
En el sentido de esta crítica materialista y desde la perspectiva del conflicto es que nos permitimos pensar el problema de la aparición del morfema “e” como flexión de género inclusivo. En primer lugar, si el lenguaje (en tanto régimen de normatividad) refracta las características de la estructura social, tiene mucho sentido, también en términos de Voloshinov, que el masculino sea, por defecto, lo universal y que ese sea el sentido que se le quiera dar desde aquellos sectores interesados en la reproducción de las actuales relaciones de poder. En segundo lugar, si el signo es uno de los lugares en los cuales se despliega la lucha de clases –en forma de batalla ideológica- creemos que el fenómeno a atender no es solamente la aparición de la “e” y las posibilidades de planificar y de tener éxito -o noen la introducción de un cambio lingüístico tan significativo, sino más bien la batalla ideológica abierta acerca de la universalidad del masculino.
En ese sentido, la aparición de otro significante para expresar la inclusión de todas las identidades, o bien de aquellas para las que no existe una forma estable, es una consecuencia de que el significado del masculino esté en disputa. El significado universal y genérico del masculino está tan en crisis como lo está el rol social de poder de los hombres en la sociedad patriarcal, producto, tanto de una transformación de algunos elementos del sistema de acumulación, como de la lucha del movimiento feminista en el mundo. Como sostiene Voloshinov, en la palabra se ponen en funcionamiento los innumerables hilos ideológicos que traspasan todas las zonas de la comunicación social. Es un indicador sensible de las transformaciones sociales, inclusive aquellas que apenas van madurando y aún no se constituyen ni encuentran acceso todavía a los sistemas ideológicos ya formados y consolidados.
5. Conclusiones
Este ensayo está atravesado por un conflicto fundamental: no tiene del todo claro quiénes son sus destinatarios. No es lo mismo escribir para los lingüistas que para las feministas. Parece innecesario aclarar que los lingüistas no son todos varones cis. Más innecesario todavía pareciera ser tener que aclarar que las feministas no son todas mujeres cis; sin embargo, decir “los feministas” es casi un contrasentido –por no decir un acto de violencia-. El conflicto parte de una situación que se sostiene en la mayoría de los ámbitos de producción de conocimiento: este es un debate lingüístico y político –si es que existe alguno lingüístico que no lo sea- que no puede darse sin leer la producción de los feminismos, tanto de teoría lingüística como de otros campos. Los lingüistas no se han nutrido lo suficiente de las teorías feministas y poco tienen para aportar a este debate si no conocen la mitad del problema.
El fenómeno de los adolescentes hablando con “e”, pero fundamentalmente el fenómeno de un movimiento feminista masivo y plural (construido con un siglo de luchas, reflexiones y, sobre todo, silenciamientos teóricos y políticos) ha puesto a los lingüistas en un brete.
La sociedad insiste en posicionarse acerca del
posible o imposible cambio lingüístico, acerca
del cual la corporación lingüística responde, en
nombre de “La Lengua”, que esa transformación
voluntaria no es posible. La pregunta no parece
residir en si Saussure estaba o no en lo cierto:
aunque los fundamentos de la inmutabilidad de
la Lengua han permitido niveles muy profundos
de comprensión del fenómeno lingüístico, son
discutibles desde varios aspectos. Pensar este
problema supone desplazarnos de un debate
acerca de la Lengua –como entidad abstracta que
cuya definición la contrapone al habla, es decir, al
uso- para asumir un debate acerca de las prácticas
lingüísticas y los regímenes de normatividad. La
pregunta, en todo caso, es, en primer lugar, de
qué modo las prácticas lingüísticas integran los
mecanismos de reproducción de las relaciones
de poder y dominación y cómo las sociedades
se dan estrategias, más o menos efectivas, para
poner en tensión esas relaciones; y en segundo
lugar, qué transformaciones económicas, sociales
y políticas están en curso que impactan en el
lenguaje (
A partir de un recorrido teórico que, insistimos, es exploratorio y pretende profundizarse, consideramos que, en primer lugar, cualquier análisis de las prácticas lingüísticas no sexistas o de lenguaje inclusivo exige un análisis de los regímenes de normatividad que produce y reproduce prácticas lingüísticas que garantizan relaciones de poder al interior de las cuales la división sexual del trabajo y la reproducción de las relaciones de desigualdad de género cumplen un rol estructurante. La sociedad es muy reactiva –con insultos, indignación, desautorización, violencia- cuando se pone en discusión una regla fundamental del sistema lingüístico (la flexión genérica) porque hay una insubordinación al régimen de normatividad vigente y, por ende, a las relaciones de poder que lo estructuran. Las prácticas lingüísticas de los sujetos (o bien las valoraciones acerca de ellas) dependen del grado de sometimiento o autonomía con respecto a esos regímenes.
En segundo lugar, a partir de un recorrido por algunos planteamientos teóricos, hemos visto que hay muchos elementos para considerar que la estructura de la lengua y el valor universal o inclusivo del género gramatical masculino tienen una relación con el género como categoría sociocultural -y, para algunos autores, con el sexo- y con el funcionamiento de las relaciones de poder en la sociedad. Por un lado, lo femenino está borrado / subordinado en la estructura de la lengua –y aquello que no reproduzca la norma heterosexual que queda en los límites de lo inteligible y no tiene representación– al igual que en la estructura social.
Por último, si analizamos el nivel del sistema
de la lengua –que, en términos de Voloshinov,
tampoco existe como entidad abstracta por
fuera de un uso social concreto-, este refracta
las características de la estructura social y el
masculino resulta, por defecto, lo
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Figuritas de antes.
1 Marina Cardelli es Profesora en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET). Es docente de la cátedra de Semiología en el Ciclo Básico Común de la UBA y de Estudios del Discurso en la UNSAM. Asimismo, dicta talleres de lectura y escritura en la UNA. Participa en proyectos de investigación (UBACyT, ANPCyT) que abordan temáticas vinculadas a los estudios del lenguaje y el discurso desde una perspectiva glotopolítica.
2 Este ensayo está destinado a
3 La fecha prevista para el tratamiento en la Cámara de
4 Ricardo Alberto Barreda es un odontólogo argentino que en 1992 asesino a su esposa, sus dos hijas y su suegra. En 1995 fue condenado a prisión perpetua.
5 Hablamos de “feminismos” en plural porque existen muchas corrientes teóricas y políticas que se asumen desde una posición feminista que no tienen acuerdo en sus bases teóricas ni en su acción política.
6 Hay muchos debates en este punto. Algunos sostienen que eran personas distintas pero que reflexionaban en conjunto desde el llamado Círculo de Bajtín. Otros sostienen que se trata de la misma persona. No nos interesa posicionarnos sobre este punto.