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La realidad mágica del mundo en la obra de Carlos Castañeda

(Cosmovisión de la cultura Yaqui avasallada, a través de una experiencia alucinante).

Antonio Inerte Cadena.

De esa fecha a hoy he leído los otros libros de Castañeda: Una realidad aparte, Vi^je a Ixtlan, Relatos de poder, El don del aguila y El fuego interior, así como una preciable bibliografía de analistas y críticos que de una u otra manera se han ocupado del tan célebre como polémico "caso castañeda".

Consideraciones previas.

Hace unos siete años cayó en mis manos un libro que, en un principio, me pareció extraño y, luego, francamente perturbador. Se trataba de Las enseñanzas de don Juan, del antropólogo brasileño Carlos Castañeda. Su capacidad para desconcertarme me hizo sentir incómodo, pero al mismo tiempo exacerbó de manera inusual mi curiosidad. Lo volví a leer. Al término de la segunda lectura no sólo estaba más perplejo que antes, sino que mi desazón intelectual, lejos de apaciguarse, había aumentado. Casi con horror descubrí de un momento a otro, que en la estructura mental sobre la que descansaba mi hasta entonces tranquila, confiable y dnica manera de ver y de entender la realidad del mundo que me enseñaron desde . pequeño, empezaban a aparecer algunas grietas preocupantes.


La explicación que ustedes, tal vez, esperan acerca del asombro, perplejidad y desconcierto intelectual que tales libros me causaron, aspiro poder satisfacerla, al menos en parte, a lo largo de este ciclo de conferencias; aunque pienso que tal explicación bien pudiera ahorrármela, sólo con el hecho de que ustedes leyeran esas obras y pudieran por sí mismos sacar sus propias conclusiones.

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Por lo pronto puedo adelantar que mi experiencia personal con los libros de Carlos Castaneaa constituyó un campanazo de alerta, un perentorio toque de atención acerca de la necesidad de atreverme a plantear una revisión de los presupuestos de la certeza que hasta entonces supuse en mí inmodificable, acerca de la confiabilidad absoluta en nuestra aprehensión y explicación del mundo físico, biológico y humano, a través del exclusivo y casi siempre excluyeme camino de la razón y de la ciencia positiva.

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Husseerl, sin olvidar la violenta crisis del llamado "cientifismo positivista" que sacudió a Europa a finales del siglo XIX, para darnos cuenta hasta qué punto ha marcado a occidente el imperio del racionalismo.

No hay que olvidar que si bien al racionalismo debemos en gran parte el asombroso progreso científico y tecnológico de nuestro tiempo, él mismo ha logrado, por desgracia, limitar y hasta atrofiar en gran medida la riquísima gama de posibilidades gnoseológicas del hombre occidental, para reducirlo casi que al ejercicio de lo puramente racionalizar como presupuesto único y exclusivo criterio de verdad en el intrincado, vastísimo y siempre complejo universo del conocimiento.

Ocurre que las culturas precolombinas, las mismas que arrasaron los españoles en nombre de la razón y de la cruz, miraban las cosas de otro modo.

Los españoles que llegaron con Colón a América, sin saber a ciencia cierta, entre otras cosas, a dónde habían llegado, y aquellos que nos visitaron después, resultaron víctimas de una inconmensurable alucinación que, más tarde en las crónicas y demás informes escritos sobre las Indias, se convirtió en distorsión. No era para menos: pretendieron en vano entender con la razón una América esencialmente mágica.

Mientras el griego y el occidental perciben la realidad del mundo como Fisis, esto es, como Natura, entendida en


Tan excesiva y, en ocasiones, temeraria confianza en las vías racional y científica como únicos medios para apropiamos de la realidad mundana, la heredamos de la cultura occidental que se supone empieza en Grecia, se extiende, luego, por Europa, y se fusiona más tarde con el cristianismo, cuyo fruto más conspicuo es la filosofía escolástica medieval, magistral simbiosis entre Aristóteles y la teología cristiana, y cuyos presupuestos llegaron a nosotros a través de los españoles, hace ya 500 años.

Desde que Parménides de Elea, por allá en el siglo VI antes de Cristo identificó el ser con el pensar, echó a andar el conocimiento, desde ese mismo momento hasta nuestros días por los rumbos de la razón, de la lógica, del verbo discursivo.

No es sino seguir ia trayectoria que va de Parménides a Platón, de Platón a Aristóteles, del Estagirita a la Escolástica, y de ésta a Descartes, al empirismo de los ingleses, a Leibniz, a Kant, a Hegel, a Marx, hasta llegar a la fenomenología de

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términos de realidad objetiva, cujeta a leyes universales discernibles por la razón, para, luego, ser detentas y medidas por la ciencia, el aborfgea precolombino percibe esa misma realidad por medios no siempre racionales, como una entidad dolada de poderes, de fuerza ciertas y tangibles que está llamado a conocer y adominar.

Así, pues, mientras para el griego y d occidental el ideal cognoscitivo del

hombre se cifra en d pensar y en el quehacer c el filósofo y del científico, para el aborfgea precolombino su hazaAa suprema se cristaliza en "ver* los mundos, a iravéa de las maniobras mágicas del bnijo o del chamán. Eae, a mi juicio es el punto que marca la radical diferencia entre las culturas del invasor y d aborigen. Al indio precolombino lo tiene sin cuidado la explicación racional del mundo. Sólo le intresa hacer suyas las Aierzas cósmicas que lo convertirán primero en brujo, y luego en

hombre de conocimiento de una realidad maravillosa y mágica a la vez.

Por supuesto que el español que vino a América no pudo jamás conciliar el universo mágico que configura la cos-movisión indígena con su universo positivo y racional, porque para hacerlo necesitaba, entre otras cosas, desarrollar aquellas facultades de percepción de lo real, que son precisamente las que en occidente no hemos aprendido a utilizar. En el desarrollo y afinamiento de estas facultades de aprehensión de la realidad y en la apropiación y dominio de las fuerzas cósmicas, radica el secreto del poder del brujo y la sabiduría del chamán.

Los españoles en su prepotencia racional y en su fundamentalismo religioso, incapaz, en cuanto tal, de convivir con otros modos de ver y de relacionarse con mundos diferentes del suyo, no sólo avasallaron esas culturas, en muchos aspectos infinitamente más sabias y humanas que las del conquistador, sino que optaron por borrar la cosmovisión mágica de América mediante el artificio de de-monizarla, esto es, de estigmatizarla como producto de aberrantes tratos con el demonio, y el más benévolo de los casos como consecuencia de la que ellos creían supina ignorancia y ancestral atraso y barbarie de nuestros indios.

Que lo lograron a cabalidad no nos cabe la menor duda. Si hasta nosotros, nativos de esta América mestiza, terminamos pensando como los europeos. Antes de leer la obra de Castañeda yo era uno de los que tomaba poco en serio y

mucho en broma la dimensión mágica del mundo americano revelada en la obra de algunos novelistas hispanoamericanos. Ahí están HOMBRES DE MAIZ, de Miguel Angel Asturias; GARABOMBO EL INVISI-BLE, de Manuel Scorza; EL REINO DE ESTE MUNDO, de Alejo Carpentier y, sobre todo, LA VORAGINE, de José Eustasio Rivera. También en su mo-mentó, como profesor de Literatura Colombiana me hice eco de algunos acerbos críticos de José Eustasio, cortos de vista por los demás, para quienes los sorprendentes fenómenos naturales de los llanos del Casanare y de la selva amazónica, magistralmente descritos en LA VORAGINE, no pasaban de meras exageraciones de un poeta hiperestésico, como lo llama Torres Ri-oseco, o en el mejor de los casos, de una bella metáfora tejida en la mente calenturienta del que algunos llaman, no sin soma, "nuestro cantor del trópico". Fenómenos tales como las distancias engañosas, las fa-cultades de cla-rividencia que algunos indios obtienen por medio del Yagé. o esa innconmensurable y fantasmagórica danza de lamentos, ecos y señales que Clemente Silva denomina "el embrujamiento de la montaña" sólo las creía posibles como producto de una supuesta lujuria fabuladora de nuestro novelista.

Los libros de Castañeda me pusieron sobre aviso en el sentido de que la realidad es más compleja de lo que nos imaginamos, y de que existen en el ser humano potencialidades cognoscitivas diferentes de las que la razón nos ofrece, las que, por otra parte, jamás hemos tenido la opor-(unidad de desarrollar y en el ejercicio de las cuales nuestro aborígena fueron maestros consumados antes de que los apañóles arrasaran su cultura, y cuyos sobrevivientes enantes alin pueden darnos prueba de su sabiduría y de su poder, si es que nos atenemos a la apasionante y reveladora experiencia descrita en los libros de Castañeda.

Al empezar este ciclo de conferencias sobre la obra del citado autor, deseo manifestar que, ante todo, pretendo rendir con ellas cálido homenaje a todas nuestras culturas vencidas Para nuestros


indios, por lo demás, tal gesto tardío no les será de utilidad alguna. El daño ya e"lá hecho y es, por desgracia, irreversible. Pero al menos quede a manera de afectuosa constancia, la conviccckta de que después de 500 a&o de consumada la barbarie por quienes supuestamente encarnaban la civilización, aún es posible rescatar algo de lo que quedó a la deriva en medio de tan colosal naufragio.

Mi trabajo se limitará a contar a ustedes lo esencial de la experiencia de Castañeda , sin pretender en modo alguno convencer a nadie. Pretendo además un intento de articulación coherente de la cosmovisión que subyace en lo que quedó del chamanismo yanqui de México, apelando, por supuesto a los parámetros de coherencia inherentes a esa visión del mundo y, finalmente, a mostrar los puntos de vista de algunos críticos y analistas del llamado "caso Castañeda", irreconciliables los más de ellos entre sí, entusiastas algunos, escépticos no pocos y venenosos más de uno.

Y ya para empezar, permítanme formular un deseo: tal vez de estas charlas resulte uno que otro lector de Castañeda que me facilite la oportunidad de confrontar con los suyos mis no pocos interrogantes sobre el particular, y ese asombro vecino de la perplejidad del que aún no me he podido reponer hasta el día de hoy, después de haber leído esas obras.

ANTONIO IRIARTE CADENA

Nació en Neiva en 1945. Es Licenciado en Ciencias de la Educación con Estudios Principales en Español poi la Universidad Pedagógica Nacional en 1975 y Master of Arts por University of Northern lowa, USA., en 1978. Autor de diversos artículos sobre humanidades y crítica literaria. Investigador Principal de El perfil del docente para el Departamento del Huila, cuyos resultados aparecieron publicados en forma de libro por la Universidad Surcolombiana en ¡988, bajo el título Los maestros del Huila: reconocimiento y transformación de su quehacer, libro del cual es coautor. Su primera novela El retador de Vivaldi, próxima a aparecer, fue declarada obra finalista en el prestigioso concurso nacional dea novela PLAZA Y JANES, versión 1991.#