Revista Entornos

ISSN 0124-7905 | e-ISSN 2590-8081



Artículo

Recibido: 31 Octubre de 2019/Aceptado: 30 Diciembre de 2019



Violencia, memoria y duelo en las espacialidades de la danza y el performance


Violence, memory and mourning in the spatialities of dance and performance



Roxana Margarita Díaz Castellanos*1


Resumen


El trabajo versa sobre el que hacer artístico de la danza y el performance, en su relación con el espacio físico y simbólico, entendido como una configuración donde se danza y se acciona detonando espacialidades disidentes, es decir, donde la estética de estas artes escapan al orden espacial hegemónico y se sitúan en un lugar en el que los antagonismos sociales se hacen evidentes.
En este sentido, el objetivo es observar cómo la danza y el performance construyen espacialidades memoriales que evocan imaginarios sobre los feminicidios y las desapariciones forzadas, a propósito del incremento de la violencia en México durante los últimos quince años.
En este recorrido sobre el espacio, sus relaciones y contradicciones sociales retomamos algunos argumentos teórico-metodológicos como el espacio concreto y pseudoconcreto de Karel Kosík (1967), para entender el dinamismo social del poder, además de la noción de “necroteatro” de Ileana Diéguez (2016) que entraña formas particulares donde se representa y administra el horror. Adicionalmente, nos inspiramos en el acontecer y el aparecer de Martin Seel (2010), para explicar cómo las imágenes que emergen del hecho artístico se materializan en su realización; así como en los argumentos de Emmanuel Lévinas (1995) y Judith Butler (2006), útiles para reflexionar cómo las experiencias sensibles de la danza y el performance generan espacialidades de memoria y de duelo. Espacios que transgreden lo normado, no sólo porque denuncian la violencia y transmiten el dolor, sino porque resignifican la ausencia a través de la presencia compartida de los cuerpos en movimiento y/o acción.


Palabras claves: espacio, danza, performance, violencia, memoria, duelo.


Abstract


The work deals with dance and performance’s artistic work, in its relationship with the physical and symbolic space. Understanding this as a configuration where dance and action are triggered, activating dissident spatialities, where the aesthetics of these arts escape order spatial hegemonic and locate ina place where social antagonisms are evident.
In this sense, the objective is to observe how dance and performance construct memorial spatialities that evoke imaginary about femicides and enforced disappearances concerning the increase in Mexico’s violence during the last fifteen years.
In this journey about its space, relations and social contradictions, we take up some theoretical-methodological arguments. Such as the concrete and pseudo-concrete space of Karel Kosík (1967), that help us to understand the social dynamism of power, in addition to the notion of “necrotheater” by Ileana Diéguez (2016) that involves particular forms where horror is represented and managed. Additionally, we were inspired by the events and appearances of Martin Seel (2010), to explain how the images that emerge from the artistic fact materialize in its realization. In the arguments of Emmanuel Lévinas (1995) and Judith Butler (2006), it is useful for reflecting on how the sensitive experiences of dance and performance generate spatialities of memory and mourning. Spaces that transgress the norm, not only because denounce violence and transmit pain, but because they resign from the shared presence of bodies in movement and/or action.


Key words: space, dance, performance, violence, memory, mourning.


Introducción


Es necesario aferrarse al pensamiento, ponerlo en movimiento para repensarlo, para seguir pensando hoy lo que parece impensable.

Ileana Diéguez (2018)


¿Qué es el espacio?, ¿qué dimensiones del espacio se vinculan con la danza, el performance y los contextos sociopolíticos donde se desarrollan? El espacio acompaña, contiene o denota a la danza y el performance. A su vez, el movimiento del cuerpo y su estética construyen espacialidades memoriales atravesadas por experiencias sensibles que discurren en tiempos históricos violentos, traumáticos y dolorosos.


Esta reflexión gira en torno al que hacer artístico de la danza y el performance, en su relación con el espacio físico y simbólico, entendido como una configuración donde se danza y se acciona detonando espacialidades disidentes, es decir, donde la estética de estas artes, escapan al orden espacial hegemónico y se sitúan en un lugar en el que los antagonismos sociales se hacen evidentes.


En este, nuestro recorrido sobre el espacio, sus relaciones y contradicciones sociales, retomamos los fundamentos teóricos-metodológicos de Kosík (1967), Lévinas (1995), Seel (2010), Butler (2006) y Diéguez (2016). A través de ellos exploramos cómo las presencias materiales y simbólicas de la danza y el performance evocan imágenes memoriales sobre los feminicidios y las desapariciones forzadas. Hechos que corresponden al incremento de la violencia en México de los últimos quince años.


Del espacio pseudoconcreto al espacio dialécticode lo concreto


El espacio es un elemento físico y simbólico en constante tensión, su origen etimológico proviene del latín spatium y se refiere a “la materia, terreno o tiempo que separa dos puntos”, “la posición de un cuerpo entre los demás cuerpos” (Abbagnano, 2004, p.397). Asimismo, implica “extensión”, “prolongación” o “estiramiento” de lo físico-material, pero también de lo simbólico, en donde se asienta el dinamismo social: concomitancias, paralelismos y antagonismos.


El espacio puede definirse conceptualmente, pero no es una entidad aislada, homogénea y determinada per se, ni tampoco ubicada fuera de los sujetos y los objetos, sino que se trata de una condición de la existencia humana. Y es que las sociedades no pueden concebirse sin el espacio, de igual manera que el espacio no puede pensarse sin la dinámica social y su materialidad, ni tampoco puede prescindir del tiempo y la memoria que le otorgan sus sentidos simbólicos, materiales y estéticos.


El propio Karel Kosík (1967) reconoce que el espacio es una totalidad donde se expresa la realidad social, que no alude a la suma de sus partes, sino a la praxis que cristaliza relaciones y contradicciones sociales. El espacio puede pensarse circunscrito a una realidad concreta que organiza y orienta las dinámicas individuales y colectivas, públicas y privadas. En ́el se hallan formas específicas de ordenamiento civilizatorio y por lo tanto, referentes del funcionamiento de las estructuras de la sociedad.


El espacio como totalidad material y simbólica contiene su propia dialéctica, en la que las relaciones y contradicciones transitan de lo concreto a lo abstracto y viceversa. Por eso, es una totalidad inacabada constantemente en destrucción y reconstrucción, porque la vida social interactúa ahí, yendo y viniendo de la abstracción a la concreción.


Analíticamente, el espacio puede descomponerse en dimensiones, una de ellas corresponde al espacio pseudoconcreto, esto es, la praxis históricamente determinada, unilateral, fetichizada y utilitaria (Kosík, 1967). Comprende “el mundo cotidiano de lo aparente, en donde se oculta la realidad concreta y por lo tanto, la esencia misma de la cosa” (Kosík, 1967, p.207). Lo pseudoconcreto se traduce en una manifestación objetiva de la realidad, tomemos como ejemplo al México actual, delimitado por el neoliberalismo y por las estrategias de control social del Estado. Ahí, entre lo establecido y normado de los derechos ciudadanos, se contrapone la sistematización represiva y la desaparición forzada de personas, que es otro modo de “ordenamiento” que asegura el poder para el Estado y para quienes le disputan el monopolio de la violencia: el narcotráfico.


Según Ileana Diéguez, “el poder de los excesos que de manera enfática vivimos en México desde diciembre del 20062 ha permeado la vida cotidiana, los hábitos y comportamientos, las iconografías y los imaginarios” (2018, p.203) constituyendo escenarios de una crueldad sin precedentes: desaparición de personas, narcofosas, violaciones a los derechos humanos, torturas, mutilaciones y asesinatos en masa.


Este contexto se completa con la impunidad política que busca a toda costa neutralizar el conflicto, la violencia y el horror, colocando una aparente normalidad que se alinea a los intereses más mezquinos. De ahí deviene toda una parafernalia que oscila entre la simulación y la exposición de la violencia, lo que Diéguez(2016) denomina “necro teatro”, teatralidades del poder, o formas particulares de representación y distribución del horror.


En ese espacio de apariencias engañosas se produce también otro momento, la dialéctica de lo concreto, un instante donde se diluye el conjunto del mundo cosificado e “ideal” exhibiendo un fenómeno que depende de la praxis social para generar un espacio distinto, que no hace sino mostrar sus propias contradicciones sociales (Kosík, 1967).


Es ahí cuando la realidad histórica concreta destruye lo pseudoconcreto y visibiliza formas alternativas, como cuando emerge la acción colectiva y se observan los repertorios de protesta de los afectados de la violencia, que expresan y/o procesan así su dolor (Diéguez, 2016). O como cuando la danza y el performance socializan el trauma del asesinato y la desaparición forzada, con estéticas particulares en las que escapan al ordenamiento de ese mundo normado.


Recordemos por ejemplo, las danzas y los performances en el contexto de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en 2014, y de la oleada de manifestaciones que reclamaron su aparición con vida. En la Ciudad de México y en otras partes del país e incluso en el extranjero, hubo muchas intervenciones de ese tipo en el espacio público, con estéticas de cuerpos ultrajados, fragmentados, atados, vendados, semidesnudos, sangrantes y torturados, llenos de dolor y sobresalto, que acompañaban la consigna: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!.


De igual magnitud a la desaparición de los normalistas y al escenario pseudoconcreto que desplegó el Estado y sus instituciones, está el incremento de los feminicidios y los esfuerzos artísticos de denuncia como las coreografías y los performances: “Ni una más” de Rossana Filomarino (2007), “Blanco” de Magdalena Brezzo, (2016), así como “Afectxs ciudadanx” de Lorena Wolffer (2016).


En la irrupción de denuncias y remembranzas sobre los feminicidios, hay una recomposición de la totalidad en el plano simbólico en donde el arte performativo y dancístico tienen un lugar, porque su estética apuesta por la memoria de los desaparecidos, exaltando signos e imágenes de la ausencia corporal, luchando así por la creación de otras espacialidades que no tienen cabida en el “orden” de lo establecido. Vuelven visible la tragedia con la estética del cuerpo, tejiendo “(...) procesos de memoria reparadora y transformadora en las que el miedo y el dolor no aparecen como incompatibles con la acción” (Díaz y Ovalle, 2018, p.19).


En las espacialidades confrontadas, lo pseudoconcreto y lo concreto se baten por los recuerdos. Por un lado, el poder hegemónico y su apuesta por olvidar los cuerpos violentados, al mismo tiempo que normaliza el terror y el asesinato. Por otro lado, la disidencia que intentar e integrar el cuerpo social desmembrado y expone la violencia para que permanezca en la memoria y no quede impune. Es de este lado de la disputa, que la danza y el performance, recuerdan la ausencia y la muerte, valiéndose de las presencias y proxemias de cuerpos en movimiento.


Los espacios de la ausencia y la presencia en la danza y el performance: la memoria y el duelo


La construcción de estas nuevas espacialidades en las que se inscriben la danza y el performance, pueden leerse en términos de lo que Rudolf von Laban concibe como Kinesfera3 Concepto en el que todo el espacio que nos rodea puede llevarse en el cuerpo y hacerse evidente en el movimiento. La danza y el performance aparecen entonces a manera de una kinesfera colectiva de presencias individuales y sociales, de encuentros con los otros y con uno mismo, enfatizando que el cuerpo no es sino la dilatación en otros cuerpos.


Los lenguajes artísticos y la estética que los compone, intentan romper con el espacio de lopseudo concreto, alineándose en alguna medida a los valores de los que habla Lévinas (1995): empatía, solidaridad y responsabilidad hacia el otro. Por eso es que el movimiento, tiende a superar la distancia entre el objeto y el sujeto y recuperar la sensibilidad, que suele perderse comúnmente ante la hegemonía de lo pseudoconcreto.


La experiencia estética de la danza y el performance posee un sentido ético que busca empatar con el “otro”. En casos como estos, es una suerte de ampliación del yo, cuyo ejercicio sólo cobra sentido en el contacto y la interrelación social. La proximidad de los cuerpos físicos con quienes se danza, pero también con quienes se comparte, dialogan con sensibilidades, sensaciones y afecciones corpóreas diversas, instaladas en el espacio— que cabe aclarar no es un telón de fondo —sino un elemento interactuante que involucra un cúmulo de significados y signos. El intérprete domina, sea propia y fluye en el espacio de acuerdo al sentido que tiene el movimiento de su cuerpo. A su vez, que aquél, impacta en su movimiento y en su expresión corporal. El espacio en ese sentido, es más que un depósito estático, es acompañamiento de una dinámica tornadiza e inconmensurable.


Por ello observamos que la espacialidad en el cuerpo del danzante y el actuante mantiene una relación energética y versátil que se expresa en distintas cualidades e impulsos de movimiento. Gestos rápidos o lentos, súbitos o continuos, cortos o prolongados, pesados o ligeros, etc. Las formas y secuencias nos permiten ver una relación de cuerpos que interaccionan con la gravedad, pasos que imprimen significados en su transcurrir.


Cuando se danza se producen atmósferas simbólicas o imaginarias que penetran los cuerpos de los artistas y el de los mismos espectadores. Y es que más allá de la espacialidad pseudoconcreta y ordinaria, el arte genera otras que incluso rompen con la inercia de la vida cotidiana. El arte “destruye y reconstruye en el plano de la imaginación todo el edificio del valor de uso, todo el cosmos dentro del que habita la sociedad y cada uno de sus miembros” (Echeverría, 2001, p.179). Se transfiguran la vida y el mundo “real” hacia los componentes de la escenografía, el escenario, los objetos u otros recursos utilizados en el quehacer artístico.


La danza y el performance son capaces de crear espacios en libertad, útiles para denunciar la injusticia, los miedos, anhelos, memorias, pero además para procesar la violencia vivida con el movimiento del cuerpo. Ante procesos traumáticos y violentos como los asesinatos y las desapariciones forzadas, las danzas y los performances pueden tejer espacios de socialización y comunicación, configurándose en lugares de encuentros memoriales.


Del mismo modo que las víctimas han desarrollado formas simbólicas para expresar su situación elaborando imágenes y teatralidades como la queja, que es una forma de vivificar la ausencia, en la que del dolor individual se hace una experiencia compartida, un duelo colectivo y público, atravesado por la incertidumbre y la espera (Diéguez, 2016, p.50); la danza y el performance generan experiencias sensibles que recuperan la memoria sobre la violencia feminicida y las desapariciones forzadas en el hecho escénico.


De ahí que estas manifestaciones puedan generar espacios para procesar el dolor, aunque sea de forma efímera, en la medida que visibilizan la ausencia en el presente para socializarla y transformarla. Porque el duelo no implica sustituir o “superar” la pérdida, sino resignificarla colectivamente (Butler, 2006).


Las enunciaciones políticas de la danza y el performance se pueden evidenciar desde sus elementos intrínsecos, pero también cuando son ejecutadas, es decir, cobran esa naturaleza por el espacio donde se despliegan, ya sea en el marco de manifestaciones sociales o en lugares donde aconteció algún hecho significativo.


Ahí están por ejemplo, los performances ejecutados en el desierto de Ciudad Juárez, Chihuahua, o en las calles de Ecatepec, Estado de México, cuya estética nos remonta a la noción del aparecer de Martin Seel, en la que las imágenes emergen con el hecho artístico, materializándose en su acontecer. Es decir, “la imagen sólo existe cuando el objeto donde ella se materializa puede distinguirse de lo que se muestra en ese objeto” (Seel, 2010, p.244). Si bien, son evidentes los elementos que componen la imagen, hay otros que escapan a su materialidad y sólo se perciben en el instante en que aparecen, cuando las imágenes del cuerpo en movimiento, entran en contacto con el remitente.


Ciertamente, la dimensión espacial compromete un tiempo y ambos influyen en el devenir de las imágenes de estos cuerpos, que se mueven al ritmo de la violencia, alterando los significados implícitos en cuanto al objeto: imagen de la materialidad de los cuerpos. Y en cuanto a la presencia: instante en el que la danza y el performance se movilizan en el espacio. Aunque en la danza y el performance no existen imágenes preconcebidas, se van creando en el acontecimiento estético, en el contacto con el simbólico donde se ejecuta. De hecho, “la presencia de la imagen no es ninguna ilusión, no implica un como-sí (como si la escena o el objeto representado estuvieran presentes). Es más bien el presente de una aparición que presenta y enriquece la realidad (...)” (Seel, 2010, p.264-265), porque el arte no es su reflejo sino una expresión que aparece dialogando con y a través de contextos sociales particulares.


Reflexiones finales


En el discurrir de este manuscrito entrelazamos algunos conceptos para explorar el espacio y sus dimensiones, a propósito de la danza y el performance en el contexto mexicano de los feminicidios y las desapariciones forzadas. Nos aproximamos así, a un objeto de estudio que articula las representaciones memoriales de las artes escénicas y las narrativas de violencias específicas. Navegamos entre los espacios pseudoconcreto y concreto para entender el dinamismo social del poder, que entraña antagonismos de lo establecido y lo “aparente”, en eso que Diéguez (2016) denominó “necroteatro”.


Asimismo, discutimos sobre las espacialidades de la danza y el performance, inspirándonos en el acontecer y el aparecer de Seel (2010) y en la proximidad de los cuerpos de Lévinas (1995), en donde la empatía y el contacto con el otro son trascendentes para generar aquellos espacios de duelo público de los que habla Butler (2006). Fue así que llegamos a la conclusión de que la danza y el performance generan espacialidades que transgreden lo establecido y lo normado. En cierto sentido, se trata de espacios de memoria que través de la estética, denuncian, transmiten y resignifican el dolor, pero además, hacen de la ausencia, una presencia compartida.


Referencias Bibliográficas


Abbagnano, N. (2004) (4° edición). Diccionario de Filosofía. Ciudad de México, México: Fondo de Cultura Económica.


Baril, J. (1987). La danza moderna. Barcelona, España: Editorial Paidós.


Butler, J. (2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires, Argentina: Paidós.


Díaz Tovar, A. y Ovalle, L. P. (2018). Antimonumentos. Espacio público, memoria y duelo social en México. Aletheia, 8 (16), 1-22.


Diéguez, I. (2018). Encarnaciones poéticas. Cuerpo, arte y necropolítica. Athenea Digital, 18 (1), 203-219.


Ileana Diéguez (2016). Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Nuevo León, México: Universidad Autónoma de Nuevo León, UANL.


Echeverría, B. (2001). Definición de la cultura. Ciudad de México, México: Fondo de Cultura Económica.


Kosík, K. (1967). Dialéctica de lo concreto. Ciudad de México, México: Grijalbo.


Lévinas, E. (1995). De otro modo que ser o más allá de la esencia. Salamanca, España: Ediciones Sígueme.


Seel, M. (2010). Estéticas del aparecer. Buenos Aires, Argentina: Katz Editores.





*1 Doctoranda en Historia y Teoría de las Artes en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y becaria doctoral de CONICET. Sus líneas de investigación abordan la tensión entre las artes escénicas y los procesos sociopolíticos latinoamericanos. Actualmente es integrante del proyecto de investigación “Danza y precariedad en Buenos Aires”, dirigido por el Dr. Juan Ignacio Vallejos en el Instituto de Artes del Espectáculo (IAE), de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Correo: roxana.maga14@gmail.com


2 En ese año el gobierno en turno de Felipe Calderón declaró la “guerra contra el narcotráfico”. Implicó “una política de combate al crimen organizadoa través de la militarización y el control policiaco en buena parte del territorio nacional” (Díaz y Ovalle, 2018, p.1).


3 La Kinesfera es un concepto acuñado por Rudolf von Laban, se refiere al espacio personal imaginario que envuelve nuestro cuerpo y que posee puntos que podemos alcanzar con nuestras extremidades (brazos y piernas) sin desplazarnos. Las tres dimensiones en este espacio: vertical, horizontal y transversal, corresponden respectivamente a la altura, anchura y profundidad del mismo. El modelo posibilita percibir tanto el movimiento personal del cuerpo, como el movimiento de los demás (Baril, 1987, p.397).