Desafíos culturales de la globalización

PABLO GUADARRAMA GONZÁLEZ

Académico titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Cátedra de pensamiento latinoamericano "ENRIQUE JOSÉ VARONA". Universidad Central "MARTA ABREU" DE LAS VILLAS.

SANTA CLARA, CUBA. E-mail: guad3rrama@udv.edu. co

Vivimos una de las épocas de la historia de la humanidad en la que el ser humano ha tomado mayor conciencia de sus infinitas posibilidades epistémicas, de intercambio de productos, tecnologías, capacidad creativa y comunicativa, incluso hasta de experiencias eróticas y afectivas. Pero también el hombre se percata en estos tiempos, tal ,vez mas que con anterioridad, de los límites y obstáculos que se le presentan para autoconstituir cada vez mejor la condición humana y alcanzar mayores n,Veles de plenitud y felicidad, convencido de la infinitud de esta emoresa.

Se ha puesto enjuego más que nunca antes la ancestral controversia humanismo vs. alienación'. El hecho de que la historia hasta el presente le haya dado mayores éxitos al humanismo y ponga en evidencia cada vez mas ese metarrelato falaz sobre el fatal triunfo de concepciones y relaciones misantrópicas, no sig

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nifica que estén aseguradas siempre todas las vías para derrotar las más impensables formas de alienación humana, que como imperecedera hidra reaparecen detrás de disímiles modalidades históricamente condicionadas.

Esos graves problemas del desarrollo del género humano hacen parecer insignificantes a otros, que asumen apariencia secundaria, como es el de la identidad cultural o de la identidad nacional o de la identidad en general1. Como asegura el historiador cubano Pedro Pablo Rodríguez "El sentido de la identidad desde un principio tuvo un valor negativo y otro positivo, ya que diferencia a individuos, grupos, comunidades"2.

A la larga este problema de la identidad puede resultar tan grave como el de la clonación de individuos humanos, la fabricación de virus genocidas o de mecanismos de control y manipulación de cerebros humanos, por tanto, de las voluntades de sus portadores.

Toda época histórica ha tenido y tendrá sus desafíos culturales. Unos de mayor envergadura que otros, pero en definitiva todos son riesgos imprescindibles que el ser humano debe afrontar en su permanente proceso de perfeccionamiento como especie que no sólo continúa evolucionando, sino que lo hace cada vez más en el plano de su dimensión espiritual y cultural.

En otras ocasiones se ha explicado nuestra posición respecto a la cuestión de la necesaria diferenciación entre el contenido del concepto de sociedad y

el de cultura3. En caso contrario se haría superflua tal diferenciación entre ambos.

La determinación de la especificidad de los fenómenos culturales conduce a sostener que cultura no es cualquier producto de la acción multilateral del ser humano, sino solamente es aquella actividad que contribuye a que el hombre perfeccione sus condiciones de vida y realice algunas potencialidades que le posibiliten un mayor grado de dominio, y por ende, de libertad en el permanente e infinito proceso de humanización.

Toda acción cultural presupone una carga axiológica de signo positivo si aspira a mantener el sentido originario de la etimología latina del término culto en oposición al de inculto.

La globalización es un fenómeno de naturaleza eminentemente política, social y económica, que tiene sus raíces profundas en el necesario proceso de internacionalización de las relaciones capitalistas en el mundo contemporáneo, especialmente en la segunda mitad del siglo XX.

Ajuicio de Noam Chomsky, "el nuevo orden mundial construido desde las ruinas de la segunda guerra mundial se atuvo estrictamente a las directrices churchillianas (...). El mundo debe ser gobernado por las 'naciones ricas', que a su vez están gobernadas por los hombres ricos que viven en ellas, de acuerdo con la máxima de los padres fundadores de la democracia estadounidense: 'la gente que posee el país


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debe gobernarlo' (John Jay). (.. ) En la medida en que el proceso seguía su curso natural, tendió hacia la globa-lización de la economía, con las consecuencias derivadas de ello: la globanzadón del modelo de sociedad de los dos tercios propios del tercer mundo, alcanzando incluso el núcleo de las economías industriales, y 'un gobierno mundial de facto' que representa los intereses de las transnacionales y las instituciones financieras que gestionan la economía internacional"4.

En ese sentido la globalización es, por una parte, la forma predominante en que se ejecuta la política económica y social del capitalismo en los momentos actuales, con sus particularidades diferenciables de etapas anteriores de la historia de dicha sociedad5 y por otra, constituye a la vez una nueva modalidad de internacionalización de la vida contemporánea que da continuidad al ininterrumpido proceso de universalización de las relaciones humanas planteando nuevos riesgos.

La globalización tiene implicaciones en todas las relaciones humanas en su más amplio sentido, con la consecuente implicación cultural que se deriva de un hecho de tal magnitud.

Sin embargo, considerar que toda expresión de la globalización posee una connotación propiamente cultural, puede conducir a los mismos equívocos que cuando se considera, erróneamente, que todo fenómeno social constituye de forma obligatoria un hecho propiamente cultural.

Del mismo modo que en el desarrollo de la humanidad se producen innumerables productos sociales que no contribuyen en absoluto al perfeccionamiento y beneficio del mundo humano, animal, vegetal, incluso a la conservación favorable a los seres vivos de la naturaleza inorgánica, tampoco todos los efectos de la globalización deben ser considerados como productos o agentes culturales, aun cuando porten el sello imprescindible de lo social.


No es adecuado concebir a los procesos de globalización como expresión de una ineludible fatalidad cultural, tamooco de un determinismo ciego de carácter social, aunque el carácter objetivo de su existencia pueda prestar a confusión a quienes la conciban como un designio ante el cual no queda nada que hacer, sino solamente resignarse a sus efectos.

Ajuicio de Daniel Mato: "la globalización no es un fenómeno con vida propia al cual resultaría pertinente asumir como causal de otros fenómenos. Tampoco es un proceso diferenciado. Pienso que, una manera más adecuada de representar 'la globalización' es como una tendencia histórica -resultante de diversos procesos sociales-de alcance planetariamente omnlcom-prensivo hacia la interconexión entre los pueblos del mundo y sus instituciones; de modo que los habitantes del planeta en su totalidad tienden a compartir un espacio unificado, mas continuo que discreto, en virtud de múltiples y complejas relaciones, y ello no sólo desde el punto de vista económico, sino también social, político y cultural"6.

La globalización no es buena ni mala por naturaleza propia. Ella forma parte de los procesos inherentes a la evolución social que exige al hombre romper los estrechos marcos de su terruño y permanentemente trascender hacia esferas más amplias de comunicación e intercambio, como premisa sustancial de subsistencia y reproduc

ción a escala mayor que lo que la naturaleza de manera aislada le puede facilitar.

Sin embargo, es indudable que la globalización entraña extraordinarios desafíos culturales, especialmente si toma en consideración el reconocimiento que ha tomando en los últimos tiempos el significado de los procesos culturales, como puede apreciarse entre otros en Samuel Hungtlngton7.

Al respecto acertadamente Manuel Monereo plantea que en un marco más global, no hay que hablar sólo del aspecto económico, porque hay un aspecto cultural y de identidad. La mun-dializacion sitúa la cultura como un tema central8. Ya que a su juicio esta "resulta también un mecanismo cultural de occidentalización del pensamiento. El componente más fuerte de esta situación es la mundialización de la comunicación -o de Id incomunicación-. Esta constituye un elemento decisivo en el control de las grandes transnacionales sobre el sentido común de la gente. Y afecta la identidad personal. Se trata de un poder de aculturación, ante el cual fenómenos como el fundamentalísimo y el nacionalismo resultan una respuesta, si se quiere, un proceso de pérdida de identidad. Se dice que la modernidad significa un desanclaje y un reanclaje.

El desanclaje del capitalismo ya trasnacional implica un reanclaje, la cuestión es dónde. Es necesario advertir esa pérdida de identidad del yo


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individual en el marco de un conflicto colectivo, cómo afecta a los individuos y cómo reaccionan los individuos ante eso"9.

No hay dudas que ciertos demonios que desencadenan la globa-lización de hecho embrujan ante todo a los individuos y a través de ellos a comunidades, familias, clases sociales, pueblos, etc. El problema está en buscar las fórmulas para desencantarlos y a la vez aprovechar las extraordinarias fuerzas de tan poderosos genios escapados de sus lámparas. No se trata de embutirlos de nuevo en ellas, tarea esta inútil y ademas desacertada, la cuestión es utilizar la inteligencia más acuciosa para beneficiar al género humano con sus potencialidades.

Si se aprovechan adecuadamente las posibilidades que la globalización pone en juego el resultado puede ser muy provechoso, pero si se limita la acción del hombre a que éste se considere una víctima Indefensa ante sucesos ante los cuales su voluntad es inestimable y por tanto desechable, entonces no habría nada que hacer.

La enigmática globalización como otros tantos procesos socioeconómicos y políticos que ha ido conformando i a humanidad en su historia tiene dos caras y por tanto se puede mirar desde distintas perspectivas de acuerdo al observador y al objetivo de la observación. Según Sami Nair al valorar el análisis realizado por Joaquín Estefanía sobre la nueva economía de la globalización, plantea que este autor "ya no tiene la ilusión del mañana radiante, no ve en ello sólo un mal. Al contrario sabe que el proceso es ineluctable y mide los aspectos innega

blemente positivos: el acceso de todas las sociedades al juego de la riqueza, el paso casi forzado a la modernidad, la interpenetración que favorece la interdependencia y obliga a descentrase de sí, es decir, a la apertura del mundo y a la necesaria corresponsabilidad. Pero también conoce el revés de la medalla: la difusión a una rapidez nunca vista, de la desigualdad, la pobreza, y las rupturas brutales de la cohesión social. Proceso, dice, que por su descontrol. Favorece el surgimiento de la dualización social y de las fuerzas 'antisistémicas'. Ninguna sociedad escapa a este infortunio''".

Es indudable que los pueblos y sus gobernantes no pueden asumir ante la globalización la actitud del avestruz. Tienen que afrontarla con sus riesgos y posibilidades. De la sabiduría y las políticas acertadas que no pueden limitarse a una esfera aislada como la economía desconociendo el efecto social, ideológico, cultural, etc. depende que se salga con éxito de tan arriesgada empresa.

Ante todo es necesario diferenciar los planos objetivos y subjetivos de los procesos globalizadores, así como la precisión conceptual y su diferenciación de otros términos con sentidos relativamente familiares como universalización, mundialización, etc.

Es cierto que desde que aparecen las primeras comunidades humanas surgen procesos de intercambio de conocimientos, experiencias tecnológicas, comunicación, comerciales, de concepciones jurídicas, políticas, influencias ideológicas, etc. que algunos podrían considerar las primeras manifestaciones de la globalización. Mas sería un


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camino erróneo extrapolar los límites de los procesos reales que en las últimas décadas de este siglo XX se conocen como fenómeno de la globalización En todas las épocas históricas del proceso civilizatorio y en su conformación, los pueblos han sido culpables o víctimas de relaciones de conquista y dominio con objetivos de beneficio económico, ante todo, pero también por otras razones de carácter espiritual. Los dominadores no se han limitado a acumular riquezas, sino que necesitan además disfrutar de mútiples placeres que implican hasta el orgullo de imponer sus valores y concepciones como las más adecuadas.

No siempre este proceso de expansión axiológica ha resultado negativo para la humanidad. En ocasiones el gé-ñero humano ha sabido aprovechar los efectos de la dominación de pueblos con niveles civilizato-rios superiores en todos los órdenes de vida material y espiritual y hasta le han permitido tales asimilaciones alcanzar posteriormente grados de autonomía e independencia que posibilitan aceleración en su desarrollo socioeconómico.

Tales procesos de universalización de las conquistas culturales han existido siempre y existirán, pues son consustanciales a la historia humana. El hombre es un ser que por naturaleza no es ni bueno, ni malo, ni imperfecto, ni perfecto. El hombre no es más que el producto de su propia acción consciente y educativa. Es un ser que se perfecciona continuamente si las condiciones favorecen ese perfeccionamiento, de lo contrario se pueden unlversalizar, en lugar de valores, los antivalores que atentan contra su propia condición.

El hombre es el único ser que posee plena conciencia de su interés por la trascendencia y la cultura. El afán por constituirse en un ser trascendente se plasma en todas las dimensiones de sus acciones y obras. El hombre no construye, ni crea, ni engendra para que resulten efímeros los resultados de su labor. Siempre concibe los productos de su trabajo, de su inteligencia y de sus relaciones humanas para la eternidad y como expresión de una actividad culta.

Por esta razón Armando Hart considera que "la cultura no es algo accesorio a la vida del hombre, está comprometida con el destino humano y ejerce un papel funcional en la historia. Situada en el sistema nervioso central de las civilizaciones, en ella hacen síntesis los elementos necesarios para la acción y el funcionamiento de la sociedad como organismo vivo"10.

La historia de la humanidad no es más que el producto y a la vez el agente de tal proceso de búsqueda de trascendencia cultural. Pero del mismo modo, los efectos sociales, económicos, políticos, incluso éticos, que traen aparejadas estas relaciones generalmente desequilibradas, por cuanto no


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se establecen entre pueblos en que prevalezcan las similitudes sino más bien las grandes diferencias en todos los órdenes, -y ante todo en lo económico-, no pueden ser apreciados a priori como necesariamente beneficiosos en la que todos los finales de los dramas concluirían como los films de Hollywood o las novelas de Corín Tellado, lo cual resulta tan iluso como irreal.

Es indudable que desde la época de los grandes imperios antiguos y medievales sus gestores tenían plena conciencia de que estaban unlversalizando su cultura, aunque no la denominasen así. Además, por supuesto la entendían no como su cultura sino como la cultura o la civilización en general, como fue usual primero la utilización de este último antes que el de cultura para caracterizar estos procesos generales de asimilación progresiva de valores.

Lo mismo los artífices de imperios como el romano, el mongol, el árabe, el Incaico, el azteca, etc. como de los nuevos imperios coloniales español, inglés, francés, nazi, etc. siempre se autovaloraban como los portadores exclusivos de la "razón"y la 'justicia" universal. En ocasiones buscarían justificaciones hasta sobrenaturales para sus acciones impositivas de su criterio del "deber ser", en otras les ha bastado el argumento del éxito para intentar demostrar su superioridad y por tanto, presumida validez de argumentos.

Para cada uno de los gestores de estos procesos de dominación, el mundo ha sido concebido en relación con las fronteras expansivas de sus respectivos imperios. Y los otros imperios han sido concebidos no como otros mundos que tienen derecho a coexistir, sino como mundos conquistables también para que formen parte de su mundo.

El mal llamado descubrimiento de América fue el momento máximo hasta entonces de toma de conciencia de las extraordinarias dimensiones del globo terráqueo, pero también de sus límites espaciales, y por eso se lanzaron pequeños pueblos como el español, el portugués, el inglés, el francés, el holandés, el belga, etc. a conquistar espacios que multiplicaban extraordinariamente el área de sus respectivos territorios, así como la magnitud de sus poblaciones. De ese modo aspiraban centuplicar sus mundos y a "unlversalizarse", es decir a tratar que los demás se convirtieran en seres más o menos semejantes a ellos, aunque siempre los enjuiciase como inferiores por su carácter de copia y no de originales.

Quizás algunos consideren con mayor o menor razón que este fue un momento decisivo de los procesos glo-balizadores. Otros, tampoco sin razón, aprecian esta conquista europea del continente -posteriormente denominado americano-como una expresión necesaria de la internacionalización de las relaciones económicas que exigía el desarrollo del capitalismo con todos sus logros y desafíos culturales añadidos.


Resulta indudable que a partir de ese momento, junto a la paulatina conquista del Africa y hasta de remotas regiones del Asia, se tomó conciencia de la finitud de la esfericidad del globo terráqueo, pero a la vez se pensó que las riquezas contenidas en él eran inagotables y sólo bastaba explotarlas indiscriminadamente.

Algunos pueblos ancestrales, entre ellos los aborígenes de estas y otras regiones, tenían concepciones más proporcionadas de su poderío y flaqueza frente a las fuerzas y riquezas de la naturaleza. Por tal motivo, desarrollaban una cultura de genuino cultivo tanto del entorno natural, como de la propia condición humana, para que esta, en desequilibrada lucha, no terminase en suicidios genocidas conscientes o inconscientes como se temen en la actualidad.

Fue este un momento de choque de culturas, no de atenuado encuentro o sencilla hibridación, fue inicio de un mestizaje no concluido y que no concluirá jamás porque ese parece ser el destino de todas las etnias y culturas que se autopresentan como paradigmas de pureza.

En ocasión del V Centenario del proclamado descubrimiento de América se enfrentaron los sectarismos de un lado y otro del Atlántico. Defensores del paternalismo ibérico y eurocéntrico frente a intransigentes indigenistas llegaron a posiciones extremas. Es cierto que hubo también posturas más equilibradas y conciliadoras, pero tampoco fueron las más abundantes. Prevaleció más el criterio sobre el necesario pase de cuentas.

Otras efemérides significativas conmemoradas este siglo XX, tales como el bicentenario de la Independencia de las trece colonias inglesas en Norteamérica y el nacimiento de los Estados Unidos de América, el bicentenario de la Revolución Francesa, los jubileos de la Revolución de Octubre en Rusia o el fin de la Segunda Guerra Mundial han motivado reflexiones en ciudadanos comunes de muchos países sobre las dimensiones de la historia universal y sus efectos para la construcción de una cultura universal concebida sobre la base sobre pretendidos valores también considerados universales.

Pero en verdad, como plantea Samir Amin: "En esta expansión mundial el capitalismo reveló la contradicción que existe entre sus pretensiones universales y las polarizaciones que genera en la realidad material. Los valores, totalmente vacíos, promulgados por el capitalismo en nombre del universalismo (individualismo, democracia, libertad, igualdad, secularidad, ley, etc.) son meras mentiras para las víctimas del sistema, o valores que sólo se adecúan a la cultura de Occidente. Esta es una contradicción permanente, pero en las fases en que la globalización aumenta (como ahora


mismo), deja al descubierto su violencia"11.

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A la vez, se aprecia la aceptación universal de innumerables conquistas científicas y tecnológicas que en su proceso de universalización se han difundido a la mayor parte de los países del mundo, aun cuando sea para el disfrute de una minoría de la población, como el uso de antibióticos, vacunas, prótesis, insecticidas, aparatos de aclimatación, automóviles, teléfonos, radios, televisores, y otros electrodomésticos, alimentos conservados, productos higiénicos, etc.

Es difícil concebir en cualquier parte del mundo a una persona culta que desconozca o prefiera prescindir de estas conquistas de la humanidad. Pero simultáneamente se han ido imponiendo no sólo patrones de consumo material sino concepciones políticas respecto a la forma de organizar los estados y gobiernos, criterios sobre cómo debe funcionar la democracia, normas jurídicas, éticas, estéticas, etc. Incluso las religiones más difundidas pugnan entre sí por lograr mayores niveles de universalidad.

Y en medio de ese mundo de objetos e ideas que deben ser consumidos cada día, unos hombres se levantan con la incertidumbre de la supervivencia inmediata y otros con la seguridad relativa que ofrece la opulencia, siempre amenazada.

De un modo u otro les llegan nuevas informaciones sobre nuevos productos que salen al mercado, nuevas investigaciones que prometen la eterna búsqueda de la longevidad o la potencia sexual ilimitada, o sobre la forma superior de organizar su economía,

de perfeccionar su familia, sus compañeros de trabajo, vecinos, conciudadanos, etc. o de cómo defenderse de los ladrones y violadores.

Todos parecen ser expresiones de la mal llamada cultura moderna, cultura de masas, cultura de consumo, etc. ¿Acaso algunos de estos productos "culturales", que llegan a preocupar hasta al presidente de los Estados Unidos de América al criticar los filmes de violencia que estimulan los asesinatos que tanto adultos, adolescentes y hasta niños en ese país, deben ser calificados propiamente como culturales?

¿Son genuinamente hechos culturales o deDen ser considerados como especie de excrementos sociales que debe purgar la humanidad como todo organismo vivo?

¿Algunos de estos fenómenos sociales no serian mejor calificados si se considerasen como expresiones de anticultura o de contracultura? ¿Con qué derecho debemos endilgarle al concepto de cultura, calificativos tales como "cultura de la violencia", "cultura del crimen", "cultura guerrerista", etc. que atentan contra la etimología de este concepto?

Aquí también podría decirse lOhl Cultura, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. ¿No es más apropiado caracterizar a estos fenómenos como expresión de sociedades violentas, guerreristas, criminales, etc.?

Ante todo, salvemos el concepto de cultura, si es que aspiramos a que nos globalizemos con dignidad, o sea, con criterios de humanismo practico.

A partir de tal criterio diferenciador de los conceptos de cultura y sociedad se puede comprender mejor el ca-


rácter mediador del primero tanto de la relación de este último con relación a la naturaleza, -como de ambos, es decir, la naturaleza subsumida en el concepto de sociedad- con relación al de humanidad.

La humanidad no solo es el producto de la acción humana en su permanente perfeccionamiento; es también el punto de referencia o sentido de superación de todo lo existente. La cultura, con todas las potencialidades productivas, tecnológicas, científicas, ideológicas, éticas, estéticas, etc. que encierra, debe constituir el instrumento más preciado para mejorarla, en la misma medida en que ella se autocorrige.

¿Pero quiénes son los sujetos correctores? Afortunadamente no existen preelegidos para tales misiones, aunque algunos se lo crean. Tales sujetos son múltiples y en muchas ocasiones se dimensionan de manera distinta a través de los mismos individuos que a la vez pertenecen a una comunidad, un barrio, una familia, un partido, una organización de la sociedad civil, una clase social una institución, una empresa, una ciudad, un pueblo, un país o una comunidad de ellos.

Depende del grado de comprensión del problema del papel del sujeto político y social ante los desafíos culturales que plantea la globallzación que tenga en cada lugar en que ese individuo concreto que en definitiva tomará decisiones favorables o no a sus intereses y a los de la humanidad entera pasado por cada una de las demás entidades o agrupaciones de las que forma parte.

En ocasiones encuentra conflicto en el choque posible de intereses de algunas de esas Instancias entre sí al tomar determinadas decisiones, pero cuanto más elementos posea su elección será más libre y culta.

Cuando el capitalismo inició sus primeras etapas era mucho más evidente la interdependencia entre saber y poder, y por tal motivo el afán de todos los ilustrados era constituir una ciudadanía culta para el ejercicio de la democracia y el adecuado despliegue de las relaciones jurídicas, políticas, tecnológicas, comerciales, etc.

En la actualidad ese criterio se ha modificado sustancialmente, por tal motivo Heinz Dietrich Steffan, con acierto, sostiene: "La unidad tendendal entre la cultura, la universidad y la clase burguesa, que en la fase de ascenso de la burguesía y de su lucha contra el feudalismo parecía posible cual coexistencia armónica entre el sabery el poder, se esta convirtiendo rápidamente en mito del pasado. La regresión política de la burguesía desde una clase revolucionaria hacia una clase reaccionaria-plutocrática; su trivia-lización e instrumentalización de la cultura como medio de castración ideológica de las mayorías y la transformación de las universidades en empresas de servicio -que únicamente generan conocimientos de dominación política y de maximización de ganancias- llevan la idea de Voltaire sobre la historia mundial como medio de la lucha para el progreso y la educación del ser humano, ad absurdum. De esta manera, la dialéctica de la ilustración pareciera encontrar -al menos temporalmente- su fin unidimensional en el triunfo de la razón instrumental"12.


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La actividad productiva vital de todo ser humano en nuestros días no es solamente afectada por procesos globalizadores de la economía mundial que, quiera o no, repercuten en la productividad, calidad productiva, etc. sino que todo lo que él produce de un modo u otro se articula a esas relaciones económicas y sociales. Por tanto, no puede ignorarlas.

No puede pensar prejuiciadamente que produce para un mercado exclusivo de consumidores obligados a adquirir una única mercancía. Entre las causas económicas del derrumbe del llamado "socialismo real'', está el error de considerar un cliente robotizado, condenado a adquirir siempre el mismo producto, aun cuando éste incluso, hubiese disminuido en su calidad.

Ni el obrero, ni el ingeniero, ni el científico y mucho menos el artista o incluso el político pueden partir del falso presupuesto del público asegurado para su obra en tiempos de globalización porque los criterios de consumo se tornan tan dinámicos en la actualidad, dados los sistemas informativos y de comunicación masiva, que rápidamente se transforman, y declaran obsoletos productos y concepciones que años atrás demoraban mucho tiempo en transformarse.

Tal situación no debe apreciarse con signo negativo, sino aprovechar tales mecanismos comunicativos que facilitan la oferta de mejores opciones a fin de que el producto de nuestra actividad no quede engavetado para los museos de errores tecnológicos o científicos o expresión de la chapucería humana.

La globalización demanda creatividad y esta debe ser entendida en todas sus dimensiones, tanto de eficiencia económica como de utilidad social para que constituya propiamente un bien cultural y no otro producto que se añada a los excrementos mercantiles que finalmente deben ser hasta incinerados. Mas la creatividad exige, a su vez, criterios de conservación ecológica, perspectivas de género, generacionales, incluso hasta étnicas, ideológicas, religiosas, etc., pero sobre todo demanda criterios éticos y estéticos. Ignorar estos dos componentes en toda creación, tanto material como espiritual humana, es nefasto para el destino final de cualquier obra.

Por supuesto que no todos los productores en los distintos países toman en consideración tales criterios, ni existen los mecanismos engrasados de control y regulación jurídica para que constantemente aparezcan desastres de todo tipo, que por lo regular se experimentan primero en aquellos países dependientes tecnológica, comercial y financieramente de los grandes bloques de poder del capitalismo actualmente transnacionalizado13.

En la actualidad, con la crisis de los estados nacionales y el poder ilimitado adquirido por el capital financiero transnacional en su desenfrenada carrera especulativa, ya no son ni siquiera gobernantes y parlamentos los que


deciden en ocasiones la política nacional y las medidas de carácter internacional, sino los grandes banqueros quienes imponen sus criterios no muy culturales, ni democráticos.

Tal preocupación la expresa el actual presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso cuando expresa:

"Esa es la gran contradicción que tendremos que enfrentar en el siglo XXI: a la globalización del sistema productivo, del área económica, no le siguió en la misma proporción una definición también global, en el plano del poder.

No existe el poder mundial legítimo ni una definición de la autoridad mundial legítima. Tampoco la regla opuesta, la de la fuerza que se impone sin consentimiento, sin autoridad, y que aún continua siendo importante en el plano mundial, tampoco ésta tiene mecanismos suficientemente fuertes para definir de qué manera se reestablecerá la convivencia democrática en el plano internacional"'6.

Esto significa que los desafios que plantea la globalización tienen una raigambre Drofundamante política y en dependencia de como se comporten ante ella gobiernos, partidos, clases sociales, entidades de la sociedad civil podrá tomar un rumbo más favorable o no a los intereses de los países económicamente débiles.

Ante tal situación, la actitud de estos países no debería ser la clásica postura de las fracasadas burguesías nacionales que de forma oportunista sacrifican los intereses nacionales y en aras de salvar sus riquezas los ponen también a volar como capitales golondrinas, como con frecuencia sucede cada vez más en los países latinoamericanos14. Pero entre el "deber ser" y "el ser" existen muchos abismos, aún antes que Kant. La realidad es que para estos países el efecto de la globalización a la larga trae más resultados negativos que beneficiosos para la mayoría de la población.

Pensar que las ventajas culturales de la globalización se miden por el número de teléfonos celulares de los ejecutivos, de automóviles que se congestionan en las calles, la altura de los edificios que compiten con los de New York, por la similitud de los comerciales de la televisión y las mercancías en los supermercados, resulta una manera muy superflua de apreciar la cultura.


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Esos pueden ser algunos de los desafíos culturales que trae aparejada la globalización al producirse fenómenos de homogeneización de la vida tal como que en ocasiones motiva que un individuo se sienta lo mismo en un país que en otro cuando está encerrado en algunos de los grandes centros comerciales de similares características.

Sin embargo es erróneo pensar que tales procesos conducen irremediablemente a la pérdida de identidades y a la erradicación de las necesarias diferenciaciones.

Como sostiene José Ramón Fabelo "Y es que la globalización de las relaciones sociales y el origen de una comunidad mundial, íntegra e interdepen-diente, no borró en modo alguno la heterogeneidad del planeta y las grandes diferencias entre los distintos grupos humanos. Es obvio que el surgimiento de un nuevo marco social no hace desaparecer automáticamente a los otros, de menor rango de generalidad. La aparición de las clases no eliminó a la familia, la formación de las naciones no acabó con las clases, el arribo de la comunidad universal no significa la desaparición de la división del mundo en naciones. Todo esto genera la coexistencia de una multitud diversa de grupos humanos. Cada uno de estos conglomerados, divididos por sus niveles de desarrollo socio-económico, su pertenenecia nacional y estatal, su posición de clase, su auto-conciencia religiosa, factores de raza, etnia, propiedad, etcétera, conserva sus propios intereses, fines y posibilidades reales de lograrlo, así como su propia escala de valores"15.

Los pueblos tienden a aprender unos de otros y en tal sentido contribuyen a unlversalizar sus respectivos valores del mismo modo que a criticarse por sus antivalores. En una época como la presente en que la comunicación ha adquirido parámetros tan extraordinarios es de esperar que el balance de tal intercambio de valores sea como se ha comportando hasta el presente en la historia de la humanidad más favorable que perjudicial.

Los parámetros para medir la calidad de vida han comenzado a modificarse en los países capitalistas desarrollados, porque lo que en otros momentos eran sutiles formas de enajenación, se han tornado tan evidentes para muchos ciudadanos comunes que comienzan a rechazar aquellos "productos culturales" enlatados.

Un elemento que ha favorecido cambios de conducta en la población mundial es el turismo y su incremento considerable en los últimos tiempos. Este intercambio ha permitido a muchos apreciar que sus concepciones y hábitos de vida no siempre son los mejores ni los más humanamente deseables. Toda acción que contribuya a que los seres humanos se conozcan mejor, se autovaloren y valoren a otros pueblos, contribuye al enriquecimiento de la condición humana, independientemente de los imprescindibles riesgos que implica cualquier relación humana. Todo dependerá del tipo de prejuicio con el cual ésta se asuma.

Los pueblos no tienen por qué temer a conocerse mejor, a intercambiar sus artes, sus costumbres, sus concepciones y criterios de vida. Podran sal-


vaguardar su identidad cultural en la misma meaida en que sean más auténticos, es decir, que sus ideas e instituciones se correspondan mejor con sus condiciones específicas de existencia y necesidades de desarrollo propio.

No sólo resulta menos aburrido ser auténtico que ser idéntico, sino es imposible. Asi la imposibilidad de que la globalización produzca una clonación cultural lo será más en la misma medida en que el factor subjetivo, esto es, la acción de gobernantes y ciudadanos se lo planteen, preocupen y ocupen efectivamente por impedirlo.Y para lograr tal objetivo es imprescindible que se conozcan y divulgen los valores de la cultura nacional, de sus proceres, pensadores, intelectuales, artistas, de la sabiduría popular, del folklore genuino, y no el que se produce artificialmente para consumo de turistas.

Si se cultiva la verdadera cultura -y valga esta redundancia- entonces podrá afrontarse con criterios humanos conscientes y bien dirigidos los procesos que hoy plantea la globalización y que en todo futuro planteará la permanente universalización de toda cultura propiamente dicha.


1

   Véase: Alfonso González, G y otros. La polémica sobre la identidad. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 1997.

2

   Rodríguez, PP "Cultura e identidad. Notas en medio de un debate". Cultura e identidad nacional. Ediciones Unión. La Habana. 1995. p. 247.

3

   Véase: Guadarrama. Y Pereliguin, N. Lo universal y lo específico en la cultura. UIMINCCA. Bogotá 1987; Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 1990; (2a edición ampliada) UNINCCA. Bogotá. 1998.

4

   Chomsky, N. El nuevo orden mundial (y el viejo). Crítica. Barcelona. 1996. p. 243.

5

   "(...| si bien la globalización es un fenómeno que tiene sus raíces mas profundas en el desarrollo de determinadas leyes y fenómenos económicos de naturaleza objetiva que se presentan a nivel mundial -especialmente en el funcionamiento del sistema capitalista de economía mundial somos de la opinión de que este proceso, a diferencia de sus predecesores -la internacionalización y la transnacionalización- se distinguen por las interrelaciones que se presentan entre muy distintas tenaencias. Anteriormente los contenidos de dichas tendencias no habían alcanzado el nivel de globalidad e imparto internacional que hoy presentan. Esto se debe tanto al desarrollo de las fuerzas productivas como de las relaciones de producción a nivel mundial: Baró. S. Globalización y desarrollo mundial. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 1997. p. 136.

6

   Mato, D. "Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas en América Latina en tiempos de globalización en. Matos. D. Montero, W y Amodio, E. (Coordinadores) América Latina en tiempos ae globalización: procesos culturales y transformaciones sociopolíticas". CRESAL-UNESCO. Caracas. 1996. p. 12.

7

   "La Cortina de Terciopelo de la cultura ha reemplazado la Cortina de Hierro de la Ideología como la más significante división en Europa". Hungtington, S.P El choque de las civilizaciones. Universidad Nacional. Costa Rica. Heredia. 1996. P 19.

8

   "La globalización: una mirada desde la izquierda". Temas. La Habana. N. 5. 1996. R 18-19.

9

Ibídem.

10

Harr A., «Identidad vs. globalización. Hacia una ética humanista en la postmodernidad» en Revolución y cultura. La Habana. N. 1. 1997. P 5.

11

Amín, S. "Imperialismo y culturalismo: mutuamente complementarios'' en Vega, R. Marx y el siglo XXI. Ediciones Pensamiento Crítico. Bogotá. 1998. p. 302.

12

Steffan, H D. "Globalización. educación y democracia en América Latina" en Chomsky, N. y Steffan. H.D. La sociedad global. Educación, mercado y democracia. Editorial Abril. La Habana. 1997. p. 123.

13

"En lo esencial, a finales de la década del 70, ya estaban creadas las premisas económicas, políticas, ideológicas y científico-técnicas, que permitirían un avance sin riendas del imperialismo hacia lo que, con toda propiedad, podemos considerar un nuevo estadio de su desarrollo, cuyo rasgo distintivo es el predominio económico, político e ideológico del capital monopolista transnacional" Cervantes, R. Gil, F. Regalado, R. y Sardoya, R. "La metamorfosis del capitalismo monopolista" Cuba Socialista. La Habana. N. 8. 1997. R 46.

14

   "No lo olvidemos, a partir dei siglo XIX todos los proyectos cognitivos, económicos, políticos y estéticos del subcontinente han sido legitimados por los saberes expertos que despliega la globalización" Castro-Gómez. S. "Modernidad, latinoamericanismo y globalización" Cuadernos americanos. Nueva Época. N. 67 enero-febrero. 1997. p. 210.

15

Fabelo, J. R. Retos al pensamiento en una época de tránsito. Editorial Academia. La Habana. 1996. p. 19.