Algunas Nociones y Conceptos pgtg Fundamentar INVESTIGACIÓN PE LA HISTORIA l/RBANA EN CIUDADES ¡ PEQUEÑAS

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‘Pintor egresado de la Escuela le Artes de Bogotá, Licencíalo en Filosofía e Historia de la Jniversidad Santo Tomás, es-íecialista en Planeación del desarrollo Educativo y Cultural; cursó estudios de Maestría :n Educación por el Arte y anidación sociocultural en el Ins-:ituto Pedagógico Latinoame-icano y Caribeño IPIAC de La Habana, Cuba. Actualmente es íefe del Programa de Artes Vidales y docente del Departa-

Íento de Artes. .............

J3ime Rxiiz Solórzano*

Se considera que en la actualidad «el fenómeno contemporáneo fundamental es el de la ciudad; ésta se nos ofrece cada vez más compleja y rica, múltiple en las experiencias subjetivas que produce y ofrece a sus habitantes. Gracias a esta diversidad, sabemos que no podemos hablar de una memoria de ciudad, sino de una pluralidad de memorias, que van desde las oficiales -aquellas que buscan fijar el pasado en torno a unos mitos fundadores- hasta las más libres y nómadas, como las del creador artístico»,1 y en cuyos estudios laboran las distintas ciencias sociales como constructos obligados para comprender las sociedades contemporáneas.

Motivo por el cual escribir el título arriba enunciado obliga a preguntarse: ¿Qué es lo urbano?, ¿Son lo urbano y la ciudad una misma identidad?, ¿Es igual o constituye una analogía la historia urbana y la historia de la ciudad?, ¿Se deben privilegiar las dimensiones económicas, políticas, sociales o culturales?, ¿Estas dimensiones se deben considerar en la larga o en la corta duración?, ¿Cuál modelo historiográfico y qué orientaciones metodológicas se pueden seguir para construir una historia urbana?, ¿Cuáles son las principales nociones y conceptos que puede contener una historia urbana de las ciudades pequeñas? En este sentido, el presente ensayo trata de aventurar algunos planteamientos nocionales y conceptuales para ser contenidos en un eventual proceso de investigación sobre una ciudad pequeña, o que lo haya sido a través del tiempo. Dicha preocupación se origina también en la necesidad de comprender e interpretar el universo cultural en el cual se habita. Para ello trataremos de responder estos interrogantes, teniendo en cuenta


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lo que Manuel Delgado Ruiz nos advierte: «Siendo materia, lo urbano estaría más cerca de la forma que no de la sustancia»; escribe Lefebvre: «Lo urbano viene a ser un continente que se acaba de descubrir, y cuya exploración se lleva a cabo edificándolo». Podría decirse, en otras palabras, que lo urbano está constituido por todo lo que se opone a no importa qué estructura solidificada, puesto que es fluctuante, efímero, escenario de metamorfosis constantes, por todo lo que hace posible la vida social, pero antes de que haya cerrado del todo tal tarea, justo cuando está ejecutándola, como si hubiéramos sorprendido a la materia prima de lo social en estado todavía crudo y desorganizado, en un proceso, que nunca nos sería dado ver concluido, de cristalización.

Lo mismo podría aplicarse a la distinción entre la historia de la ciudad y la historia urbana. La primera remite a 1a historia de una materialidad, la segunda a la de sus utilizadores, es decir sus usuarios. La primera habla de la forma, la segunda de la vida que tiene lugar en su interior, pero que la trasciende. La primera atiende a lo estable, lo segundo se refiere a las transformaciones o a las mutaciones, o, todavía mejor, lo que la escuela de Chicago cifraba como la característica principal de la urbanidad: el exceso, la errancia, el merodeo».2

No obstante, dentro de la perspectiva de una investigación histórica, una no debe excluir a la otra sino que se complementan dentro de una intención de argumentar y que trate de dar cuenta de «las cosas y de los hombres», pues

son las relaciones sociales que se producen en el espacio urbano las que permiten construir la ciudad, y dentro de esta dinámica se hace básico comprender las relaciones de producción a la par de las formas, códigos y símbolos que se construyen en los espacios y en la vida cotidiana, los cuales establecen sentidos particulares en los procesos de desarrollo de los espacios urbanos a través del tiempo.

El historiador Fabio Zambrano Pantoja explica que la ciudad en la historia se ha iniciado con la aldea generada por la revolución neolítica; las primeras transformaciones se deben a la especialización del trabajo, la organización social vertical y el predominio de un dios; la ciudad teocrática-militarista articula el poder del rey con el sacerdotal e institucionaliza la guerra como modo de vida; en la teocrática predominan las ideas religiosas como único horizonte cultural; la moderna cambia el modelo teocrático por el secular con ideas de igualdad, justicia y libertad; la contemporánea se caracteriza por el control burocrático e institucional y por la venta de la fuerza de trabajo, hasta las posibilidades del futuro de las urbes que son quimeras por realizar fraguadas en la búsqueda de un nuevo humanismo3. En dicho devenir es preciso interpretar el conjunto de instituciones, industrias y valores y sus concomitantes procesos.

Sobre los procesos económicos Kula \ afirma que «toda teoría económica de cualquier sistema debería explicar» jf cuatro leyes fundamentales: 1. Las leyes i que regulan el volumen del excedente


económico y las modalidades de su apropiación 2. Las leyes que rigen la distribución de las fuerzas y medios de producción 3. Las leyes que rigen la adaptación de la economía a las cambiantes condiciones sociales, o sea la dinámica a corto plazo 4. Las leyes de la dinámica a largo plazo, en particular los factores internos de desintegración del sistema dado y de su transformación en otro sistema».4 En síntesis, «la teoría económica de cualquier sistema consiste en formular las leyes que rigen la magnitud del excedente económico y su utilización (puntos 1 y 2) elucidadas en sus dos dimensiones: a corto y largo plazo (puntos 3 y 4)».5

Sin embargo, un discurso histórico sobre la ciudad debería incluir, aparte del devenir de las relaciones de producción, el patrimonio cultural o la producción cultural (bienes inmuebles y muebles) en el accionar de estas creaciones asociados a contextos o dominios concretos, además de los distintos universos simbólicos en los cuales los sujetos interactúan a partir de las relaciones que mantienen y se muestran en la vida cotidiana. Las ciudades han sido construidas por hombres que más allá de sus dimensiones biológicas, han tenido la capacidad de reconfigurar los espacios habitados y por medio de su existencia en sociedad han construido la realidad social del presente.

Respecto a los aportes de la cultura material a la historia, Joseph Ballart dice: «El valor de los bienes del patrimonio histórico como fuente para el conocimiento nace de considerarlos indicadores de un determinado lenguaje social»6, «casas históricas, museos, parques y ruinas arqueológicas, que trabajan con la materia con la cual está hecho el pasado, tienen el potencial para que el conocimiento histórico gane una nueva lectura crítica y plural y sea más útil».7

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En cuanto a la ciudad y la representación del poder, se asume el enunciado de Duby: «El Estado crea la ciudad, sobre la ciudad el Estado toma lugar. Función política: ese es el papel de una ciudad. Esta condición obliga a que la disposición del espacio urbano tenga una función representativa del orden. Es por eso que en las distintas ceremonias públicas cada habitante de la ciudad ocupa una posición de acuerdo con su rango. La ciudad se ordena como un gran teatro, donde la obra que se representa es el poder, lo que exige que el espacio urbano se disponga según las necesidades de la teatralidad». «La ciudad es utilizada como una gran escenografía. Las normas del urbanismo están asociadas a las funciones de gobernar; por ello el urbanismo se convierte en un instrumento de poder».8

Lo anterior se puede complementar con lo que dice Germán R. Mejía Pavony, citando a Duby: «A lo largo de su historia, la ciudad no se caracteriza ni por el número, ni por las actividades de los hombres que allí habitan, sino por rasgos particulares de su status jurídico, de sociabilidad y de cultura. Estos rasgos derivan del papel que cumple el órgano urbano. Este papel no es económico, es político: «Polis». La etimología no se equivoca; la ciudad se distingue del medio que lo rodea en lo que ella es, en el paisaje, el punto de enraizamiento del poder. El Estado crea la ciudad. En la ciudad el Estado toma su asiento, ella es centro, el eje de un sistema de soberanía. La capacidad de regir y asegurar el orden en general se condensa en este punto focal, desde aquí ella se expande hasta sus márgenes. La ciudad es indisociable de las extensiones rústicas que la rodean y que ella tiene vocación de organizar, está dada por todo esto».9


De acuerdo con lo anterior se entiende que, ateniéndonos a lo determinado por Althusser: «Marx concibe la estructura de toda sociedad como constituida por los «niveles» por «instancias» articulados por una determinación específica: la infraestructura o base económica («unidad» de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción), y la superestructura que soporta dos «niveles» o «instancias», el jurídico (el derecho y el Estado) y la ideología (las diferentes ideologías religiosas, morales, jurídicos, políticas, etc.)».10 Lo que se procura es, en términos marxistas, trabajar la infraestructura y la superestructura de manera integrada y lo más equilibrada posible, sin imponer el avasallamiento de una sobre la otra.

Al respecto Pierre Vilar considera que la historia: «Es el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras, es decir, las modificaciones espontáneas de los hechos sociales de masas, a la sucesión de los acontecimientos». La historia como conjunto dinámico ha sido el fundamento de su aportación. De sus aportes a la historiografía destacamos:

a)    La preocupación teórica, no presente en Annales. Según Vilar, para explicar la historia hace falta adoptar una teoría global, y él hace servir la de Marx porque considera que permite explicar la unidad y el carácter sintético del proceso social.

b)    Esta preocupación teórica se explica al construir la historia total: es una explicación de aquellas cosas nucleares de las cuales depende el todo y aquello que depende del todo. Las relaciones de producción, las experiencias de los hombres, las instituciones de poder, las conciencias, las acciones políticas; no se juntan, se integran».11

Respecto a la temporalidad se recomienda privilegiar las duraciones cortas desde el enfoque braudeliano o las dinámicas de corto plazo según Kula, es decir, los de corta duración que son los acontecimientos, fenómenos de coyuntura.12 El tiempo corto, a medida de los individuos, de la vida cotidiana, de nuestras ilusiones, de nuestras rápidas tomas de conciencia.13 El «análisis de coyuntura» se concibe como la forma de manifestación de una sociedad en un momento determinado, articulada por el conjunto de tendencias efímeras que tienen variación en el tiempo, mientras lo estructural permanece.

Las investigaciones históricas por lo general han indagado por las grandes ciudades, pero pocas veces se han ocupado de las medianas y pequeñas ciudades. La mayor parte de las investigaciones históricas se orientan a las realidades sociales de las grandes metrópolis.

Por lo cual se considera que el modelo historiográfico a seguir se orientaría por la Microhistoria. «Se basa en esencia en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental».14 La nueva historia cultural,15 u otros modelos renovadores. Propuestas historiográficas como las de la historia oral, la historia de la vida cotidiana, la historia de los conceptos.16


Sobre la pregunta por el método de la historia urbana, una orientación nos la brinda Germán R. Mejía Pavony: «En primer lugar, la característica principal del espacio urbano es que no es sólo físico sino histórico, producido por el ser humano en cuanto sociedad. El espacio humano es un producto social. Alfonso Álvarez (dice): Y como producto que es, es necesario conocer cómo se ha hecho y quiénes han intervenido en su producción. A través del análisis del proceso de producción del objeto ciudad, estamos en disposición de conocer las características del sistema o sistemas sociales que han contribuido a hacerla realidad.

En segundo lugar, el objeto ciudad asume las transformaciones sobre el espacio ocasionadas por los cambios ocurridos entre los sistemas sociales allí presentes. Esto es, el objeto ciudad, comprende el espacio heredado, porque siendo histórico no pierde la materialidad de su componente físico y la materialidad de las construcciones, trazos o formas que adquiere por el modo como es construido.En este sentido, la relación entre espacio urbano y sociedad está dada por la capacidad de refuncionalización y agregación que tiene un sistema social.

Como tercer lugar, «el objeto ciudad hay que concebirlo desde la materialización real de la fábrica urbana como desde el pensamiento que se forja a propósito de las elaboraciones teóricas de determinados modelos urbanos, estas elaboraciones son textos instaurados del espacio, los que sin poseer capacidad de materialización inmediata nos permiten conocer cómo se razonaba y cómo se concebían los modelos espaciales requeridos históricamente.

En este sentido, la relación entre espacio urbano y sociedad se alimenta de modelos o concepciones que informan de manera específica la construcción de dicho espacio, a su vez, tales modelos o concepciones se revisan desde el campo de los intereses y del poder social. Por ello, «la ciudad ha resultado como yuxtaposición histórica sobre unos mismos espacios, de intervenciones urbanísticas de muy distinto signo como sucesión estratigráfica de diferentes formas de entender la definición del espacio urbano».

Cuarto, es inobjetable que sobre el objeto ciudad actúan fuerzas sociales pasando por el Estado, por los movimientos de población, por la dinámica generada por la circulación de seres humanos, mercancías e ideas. El punto no es desconocer estas fuerzas y su capacidad de generar entre su tendencia a la inercia y su potencial intrínseco de cambio. Por el contrario, es reconocer que el modo como actúan estas fuerzas, causantes de la historia, no se da en el vacío espacial, no hay historia sin espacio; la ciudad es tanto producto como productor de relaciones sociales».17


A nivel metodológico se pretende una construcción que interprete, argumente, explique y elabore un discurso integrador, por lo cual el problema que se le presenta al historiador urbano es la, totalidad del sistema social en una de sus formas más radicales de materializarse. «Los historiadores urbanos sólo disponen de una metodología particular. Los historiadores de la arquitectura y del urbanismo se interesan en los edificios, los geógrafos históricos en la distribución espacial y los historiadores sociales en las familias que habitan en ellas, pero sólo los historiadores urbanos están interesados en la interacción entre la fábrica urbana y la fábrica social».18

En consecuencia, se asume el propósito propuesto por Fontana cuando dice que «El objetivo de esta revisión de la historia no es el de elaborar una nueva profecía sobre el futuro, ya que esto significaría perpetuar el mismo error con un nuevo engaño, sino ayudamos a entender mejor el presente en que vivimos para que actuemos conscientemente hoy y preparemos, con nuestras acciones, el mundo que ha de venir, que no ha sido determinado previamente por algún juego sobrehumano sino que será el resultado de lo que entre todos nosotros sepamos y queramos hacer».19

Para atender el propósito expuesto serán identificados y explicitados los términos básicos que componen el centro de los planteamientos tales como cultura, territorio, vida cotidiana, función y sentido en el uso del espacio, previo esbozo de la orientación teórica, de la temporalidad a emplear, de los posibles

modelos historiográficos y de la orientación teleológica.

En consecuencia, las ciencias sociales como la antropología o la sociología facilitan una definición de la cultura. Una de las críticas más reconocidas a las formas limitadas de definir la cultura la realizó Clifford Geertz así: «El modo de vida global de un pueblo; el legado social que un individuo adquiere de un grupo; una forma de pensar, sentir y acreditarse; una abstracción del comportamiento; una teoría elaborada por el antropólogo, sobre la forma por la cual un grupo de personas se comporta realmente; un modo de aprendizaje en común; un conjunto de orientaciones establecidas para los problemas recurrentes; comportamiento aprendido; un mecanismo para la reglamentación normativa del comportamiento; un conjunto de técnicas para ser ajustadas tanto al ambiente externo como en las relaciones con otros hombres; un precipitado de la historia».20

Su argumento es que el hombre está amarrado en tejidos de significados que él mismo creó, siendo estos tejidos la propia cultura. En este sentido, su crítica busca generar y procura desarrollar dentro de la antropología una ciencia interpretativa, interpretando significados, más que explicaciones iguales. Para él «la cultura no es un poder, algo a lo cual pueden ser atribuidos casualmente los ' acontecimientos sociales, los \ comportamientos, las instituciones o los procesos; en un contexto, sino algo dentro del cual pueden ser descritos de forma inteligible».21




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Para sustentar su crítica a respecto de la visión estratigráfica de la existencia ikumana, Geertz propone un sistema unitario de análisis de esta existencia a través de dos ideas principales. Para la primera, argumenta que la cultura no debe ser apenas vista como complejo de patrones de comportamiento, sino más como un conjunto de mecanismos de control, como reglas, planes, instrucciones para que se pueda «gobernar el comportamiento». En la segunda, argumenta que el hombre es un animal dependiente de todos los mecanismos de control «extragenéticos», para ordenar su comportamiento. Su perspectiva de cultura presupone que el pensamiento humano no es sólo fruto de su mente, mas implica un movimiento con otros símbolos significantes.

Comenta que desde este punto para cualquier individuo, todos los símbolos le son dados en su mayoría. Encontrando un uso corriente en la comunidad cuando nacen y permanecen en circulación después de su muerte, con algunos agregados, substracciones y alteraciones parciales, de los cuales puede no participar. En cuanto vive, los utiliza a veces deliberadamente, la mayoría de las veces espontáneamente con facilidad, pero siempre con el mismo propósito: «para hacer una construcción de los acontecimientos a través de los cuales él vive, para autoorientarse en el curso corriente de las cosas experimentadas».22

Existe, para este autor, la necesidad de identificar sistemas organizados de


símbolos significantes para que o cu la gobemabilidad del comportamiento humano v, de esta forma, la cultura como una totalidad de patrones culturales, o sea, de sistemas de símbolos significantes, «no es apenas un ornamento da la existencia humana, es una condición esencial, la principal base de su especificidad».23

La esencia del hombre es la capacidad de crear patrones culturales, que son recreados constantemente en un ciclo eterno. Se define la creación como la capacidad de hacer surgir lo que no estaba dado. Somos obligados a pensar que a esta capacidad corresponde el sentido profundo de los términos imaginación e imaginario, fantasía, memoria y reflexión.24 Cuando nos abandonamos a los usos superficiales de estos términos, la imaginación es apenas la capacidad de combinar elementos ya dados para producir otro. La imaginación es la capacidad de generar nuevas formas y nuevos contenidos.

De cierto modo, los sujetos utilizan los elementos que ya estaban dados, pero las formas y los contenidos que se van articulando, en cuanto tal, son nuevos. Este ciclo permanente de autocreación está también relacionado con las sociedades instituidas -junto al conjunto de significaciones imaginarias sociales que le confiere sentido a la existencia humana- ya que es el hombre quien se apropia de la sociedad, pues son los sujetos quienes la han hecho existir. Los


hombres en conjunto producen el ambiente humano, como la totalidad de sus formaciones socioculturales. Así, el orden social es una producción humana continua, creada para que los hombres formen para sí mismos un ambiente adecuado para su conducta. Las instituciones desempeñan un papel fundamental para este control, constituido a través del tiempo. Es imposible entender las sociedades, las ciudades y sus transformaciones sin entender los procesos históricos, los cuales generaron el tipo de ciudad que logró articular. En consecuencia, «hay distintos tipos de ciudad cuyas características fundamentales son política, las administrativas, económicas, sociales, rentistas, episcopales de iglesia, cortesanas y artesanales. Tres tipos de ciudades se pueden distinguir en Occidente. La ciudad abierta, otro tipo de ciudad cerrada; y la ciudad-Estado.»25 En esta perspectiva las construcciones culturales y sus productos son siempre históricos, dependientes de las interacciones sociales.

La vida en sociedad es el resultado de un proceso cultural que se concreta por las relaciones sociales que instituyen los símbolos que expresan una determinada visión del mundo, manifestándose en varias formas de comunicación como las edificaciones, el arte, los artefactos materiales, el lenguaje, los comportamientos, etc. La sociedad, entonces, puede ser considerada como un agregado de relaciones sociales y culturales en su contenido, enfatizando en los recursos acumulados que los sujetos adquieren como herencia en la medida en que los utiliza, transforma, acrecienta y transmite.26

De esta manera, la cultura no aparece como una realidad monolítica; cada una recibe un legado diferente, que se modifica con el correr de su existencia. La comprensión de la cultura también se encuentra relacionada con el proceso continuo de creación, en el cual los roles sociales son aprendidos a lo largo de la vida y modificados a través de la experiencia, admitiendo que la cultura es un sistema abierto y cambiante, la «suma de los comportamientos, los saberes, las técnicas, los conocimientos y los valores acumulados por los sujetos durante sus vidas y, de otra parte, por el conjunto de los grupos (en los tiempos sincrónicos) de los que hacen parte».27

En este sistema cultural de creación permanente y su concomitante sistema de significaciones, se interrelacionan de manera intrínseca los sistemas económicos y políticos, en consecuencia no pueden ser tratados de manera segmentada. En efecto, la cultura es al mismo tiempo condicionada por determinantes de la conciencia y las prácticas de los individuos. Prácticas desarrolladas por el individuo, o grupos de individuos, que están íntimamente relacionados con el ejercicio del poder, donde los grupos dominantes entran en conflicto con los subalternos por imponer su modo de vida a través del dominio y reproducción de la cultura que garantice su perpetuación. Desde ahí que el espacio «es evocado para articular y reforzar la aceptación y la participación en los códigos culturales de la clase dominante».28


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La cultura, vista en un horizonte histórico, representa un sistema de significaciones que dan sentido al mundo, destacando la importancia de interpretar los símbolos que I representan los modos de vida y las ' relaciones entre los individuos o los i grupos de individuos con su ambiente. I Refuerzan la necesidad de considerar las relaciones de clase, demostrando que sus conflictos determinan la cultura y la existencia material de la sociedad, imprimiendo un carácter imprevisible en el proceso de transformación.

Con todo, algunos autores han demostrado varios límites en sus categorías explicativas al utilizar la clasificación de la sociedad en clases dominantes y subordinadas. Construyen sus análisis a partir de un dualismo teórico que responde con facilidad a todos los campos de la vida social y cultural, más que suprimir su complejidad, toman la organización económica de la sociedad como criterio determinante para la clasificación de las producciones culturales. Roger Chartier, criticando el campo de la historia cultural, la división entre cultura de elite y cultura popular, argumenta que, en primer lugar, no se puede pensar en una cultura de elite o popular como cosas homogéneas y antagónicas. Ellas se comunican de diversas formas y participan procesos de producción y consumo. Finalmente argumenta que: es preciso pensar como todas las relaciones, incluidas las que designamos poT relaciones económicas o sociales, se organizan de acuerdo con lógicas que ponen en juego los esquemas de percepción y de apreciación de los diferentes sujetos sociales, luego las representaciones constitutivas de aquello que podrá ser denominado de una «cultura», sea ésta común al conjunto de una sociedad o propia de un determinado grupo.

La dimensión subjetiva de la relación entre los hombres y el espacio también ha sido explorada por las corrientes de estudios sociales a través de las categorías de «lugar» o «espacio citadino» y «territorio» o ámbito de dominio e interrelación con la ciudad. Se preocupan por interpretar los códigos y significados de los lugares y territorios, develando las ideas y las ideologías de los individuos, pues éstos viven el espacio a través de sus culturas que, a su vez, influencian sus experiencias y acciones. En este sentido, el lugar y territorio aparece como un «mundo de significado organizado» y sirve como referente para afirmar su identidad.

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Las interrelaciones de Ciudad y Territorio son básicamente de dominación. Ello significa que la ciudad se define básicamente por «contraste con una vida inferior a la suya»; es decir, «un requisito para ser ciudad es el de dominar un espacio. Crear un territorio, explotarlo, exprimirlo a favor de la ciudad, y para ello la ciudad crea símbolos, inventa tradiciones y establece ritos para legitimar su dominio, para legalizar por medio de instituciones la explotación de un territorio».29 Similar relación se da entre culturas hegemónicas y subalternas.

Es difícil construir una relación entre cultura y territorio, primero, porque el


conocimiento de una cultura exige que el investigador comprenda los códigos que determinan las relaciones culturales y, segundo, porque es necesario interpretar las experiencias de la vida cotidiana, por ejemplo, la expresión de los discursos de los individuos, o aproximarse a admitir las diferentes realidades que corresponden a diferentes expresiones individuales o grupales de su mundo. PeTo más que preguntarse por los diferentes universos culturales y las vivencias de la vida cotidiana, Geertz afirma que siempre se están interpretando las diferentes culturas de segunda o tercera mano, porque «solamente un «nativo» hace la interpretación de primera mano: su cultura».30 De aquí que, el análisis de la vida cotidiana que depende de patrones culturales podría ser refinado, a través de un diálogo continuo con las ciencias sociales, como la antropología, la sociología, para enriquecer el conocimiento historiográfico.

Entre estas categorías, el territorio estaba bastante vinculado al control del «poder estatal» y a la constitución del espacio del Estado-nación. Es claro que esta visión de territorio es también una concreción cultural, sin embargo establece una cierta rigidez de sus fronteras y una fijación temporal de control del espacio físico. Algunos autores han resuelto esta simplificación, dando énfasis al carácter político no estatal en la construcción de territorio. Marcelo Lopes de Souza designa el territorio como un campo de fuerzas, un tejido de redes de relaciones sociales que, a la par de su complejidad interna, define, al mismo tiempo, un limite, una alteTidad: o diferencia entre los (o grupo, los miembros de colectividades o «comunidades», los insiders) y los ‘otros’ (los de fuera, los extraños, los outsiders).31

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Este autor argumenta que los territorios son dinámicos, pueden construirse o destruirse en cualquier escala espacial y/o temporal. La idea de control y poder sobre el territorio es desarrollada por Sack (1986), que define la territorialidad como la tentativa de un individuo o un grupo de individuos que a través de sus acciones, controles, influencias personales, fenómenos y relaciones, hacen del espacio un mediador en la correlación de fuerzas.

Para Rogério Haesbaert, el territorio tiene una doble función: es un espacio dominado o apropiado con sentido político, pero también es apropiado en sentido simbólico, donde las relaciones sociales producen o fortalecen una identidad empleándose el espacio como referencia de demarcación, poder y exclusión.32 Así la doble dimensión del territorio, cultural y político, puede estar conjugado, reforzado por la intensidad con que se presentan la relación entre la dimensión material (politicoeconómica) y la dimensión inmaterial (simbólico-cultural).

Algunos autores explican el predominio de la dimensión simbólico-cultural en la construcción del territorio, considerado como una identificación que determinados grupos desarrollan con sus «espacios vividos», como enseña Félix Guatari. Para ello el territorio puede ser relativo tanto a un espacio vivido, como a un sistema percibido, sin ser sujeto que se siente relacionado con otro prov lugar distinto. El territori de apropiación, de subjet sobre sí misma. Es un proyectos y de represent: cuales va a desembo< ticamente, toda un: comportamientos, de nv los tiempos, en los esp£ culturales, estéticos, cog

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Pot ello podremos comprender cómo los grupos sociales ordenan y sistematizan su mundo, similarmente a la ideología que identifica al grupo, correspondiendo a los principios que organizan su universo simbólico y el tipo de poder que influyen en sus acciones y que marcan sus opciones y comportamientos en relación con el espacio y con la constitución de los territorios urbanos.

Las bases de la constitución de las relaciones de poder que delimitan un espacio y definen un territorio deben ser también interpretadas, como Marcelo Lopes de Souza,34 que el poder debe ser legitimado. Así debe ser también analizado el tipo de autoridad que domina a los hombres y de qué manera el poder es legitimado por los grupos subordinados. Para que la legitimidad ocurra, ella debe ser garantizada o sustentada, siendo necesario «acreditar» la legitimidad, o tener voluntad de obedecer, o tener una justificación interna para querer obedecer. La naturaleza de los motivos que llevan a , un grupo a obedecer la autoridad de otro determinado o a un tipo de dominación desarrollada, pueden ser de orden

personal o impersonal, a través de aparatos formales o informales. Para mantener el poder «o dominio organizado, que demanda la administración continua, exige que la conducta humana sea condicionada a la obediencia para con los señores que pretenden ser los portadores del poder legítimo».35

La legitimidad del poder es ejercida o mantenida si sus aspectos simbólicos estuviesen permanentemente difundidos en la vida social, en los valores culturales de los individuos que aceptan la obediencia a través del poder simbólico.36 Este poder se constituye en las relaciones entre aquello que ejercen y aquello a que están sujetos, fundando una estructura propia de relaciones sociales en que se reproducen las creencias.

De manera similar, en las sociedades urbanas, los individuos y grupos establecen relaciones de variadas formas. Así, por más que los valores y las construcciones parezcan homogéneos en el paisaje urbano repetitivo, puede evidenciar cuáles son las representaciones de los grupos, cómo se ubican en el mundo, cómo se clasifica la sociedad, se establecen relaciones y se apropian de determinados espacios de la ciudad. La ciudad, por tanto, puede ser vista como un mosaico de lugares establecidos de manera simultánea y sobrepuesta, como un tejido de relaciones entre los grupos y los sujetos. Los ámbitos generados por estas relaciones serán diferentes en cada lugar en función del aspecto social, a partir del cual el espacio y las construcciones son constituidos.


Entonces la ciudad se presenta como una sobreposición, articulación, yuxtaposición de espacios. Los grupos que hacen parte de un lugar resisten, establecen pactos e influyen en la conformación de otros espacios. La estructura que ellos revelan, son dinámicas en una sociedad compleja. Los mismos grupos que estructuran las relaciones para la constitución del ámbito, son los mismos que determinan su organización, distribución, y construcción. En esta complejidad, constituida por la ciudad, su territorio y la modificación del espacio, la historia tiene que interpretar los procesos de configuración, los usos y funciones, el sentido y los significados, además de la vivencia cotidiana a través del tiempo, como un abordaje para comprender la cultura de los espacios urbanos.

Es en la vida cotidiana que se desenvuelven las conductas dotadas de sentido a partir de los significados que se construyen en común y que se instituyen en la complejidad de la realidad social. No son los hechos históricos excepcionales y puntuales los que determinan la institución de valores culturales. Se asume que «la vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por los hombres y subjetivamente dotada de sentido por ellos en forma de un mundo coherente».37 En la vivencia diaria es que los hombres son lanzados en múltiples realidades que aparecen como normales, evidentes, naturales y ordenadas. También en la vivencia del aquí y del ahora es que los hombres construyen el mundo y se interesan por él, es en lo cotidiano que la creación humana se perpetua, pues en «la vida cotidiana se sitúa el núcleo racional, y centro real de la praxis».38

Pese a todo, esta cotidianidad está próxima a los hombres, pero parece oculta, distante e invisible en varias investigaciones. Lefebvre demuestra la dificultad que presenta la interpretación de la vida cotidiana, argumenta que «todos la conocemos (y sólo a ella conocemos) y cada uno de nosotros la ignora. La historia de las ideas nos muestra que hombres y pueblos, épocas y civilizaciones, no alcanzan sino en última instancia lo que eran en sus inicios. Para expresar claramente lo que son, necesitan verlo fuera de ellos, comparándolo con otras formas de vida».39 Este autor critica la tendencia de la filosofía en generar sistemas de pensamiento absolutamente originales e innovadores, pero dejando de lado las estructuras que sustentan el mundo social, cotidiano y el sentido común. Argumenta que «la filosofía intenta descifrar el enigma de lo real y en seguida diagnostica su propia falta de realidad [...] y cuando la filosofía se considera la razón completa, en cuanto el filósofo, entra en una vida imaginaria».40

La vida cotidiana es estructurada espacial y temporalmente de modo diferente en cada sociedad. La temporalidad de la vida cotidiana en las ciudades pequeñas se encuentra marcada por las regularidades en las actividades (trabajo, fiestas religiosas, etc.), que son regidas por las formas de producción, por las condiciones naturales y por las tradiciones, con algún grado de interferencia externa, dando muchas veces la impresión de estancamiento. Es común la expresión «la ciudad no va para delante», para definir el carácter cíclico de los acontecimientos contrario a las grandes ciudades donde todo parece modificarse con rapidez, dada la articulación que mantienen con otros espacios y las grandes interferencias de factores externos.


Las relaciones sociales en las ciudades pequeñas son direccionadas por las personalidades que generalmente ejercen un control eficaz sobre los miembros de la comunidad. Clifford Geertz, que trata la cultura sobre la perspectiva de un «mecanismo de control» como anteriormente quedó expuesto, argumenta que «con el presupuesto que el pensamiento humano es básicamente tanto social como público, que su ambiente natural es el patio familiar, el mercado y la plaza de la ciudad».41 Motivo por el cual este autor explícita que es necesario enterarse del «comportamiento» de las personas, las «micropolíticas», porque es a través de la acción social que las formas culturales encuentran articulación y así, desempeñan su papel en el patrón de vida instaurado.

Al lado del ambiente de la casa que tiene como referencia a la familia, el ambiente fuera de la casa es altamente controlado por el «vecindario», y son entonces los espacios fuera del vecindario los que ganan importancia. El espacio límite de los «vecinos» sirve de encuentro como bares, restaurantes, salones de baile, parroquias, campos deportivos, lugares de comercio, sitios de esparcimiento. La forma del comportamiento de las personas está sujeta a una determinada forma de control, porque en las pequeñas ciudades «todo el mundo conoce a todo el mundo y se mete en la vida de todo el mundo». Los espacios demarcados de esta manera son utilizados como referencia para distinguir sus usuarios como pertenecientes a una red de relaciones y, para pertenecer a esta red, es preciso que se cumplan determinadas reglas de convivencia.

La necesidad de convivencia en la pequeña ciudad «lleva al usuario a mantenerse como a «la defensa», al interior de códigos sociales precisos, todos centrados en torno al reconocimiento, en esta especie de colectividad».42 Se utiliza la noción de «conveniencia» para definir esta necesidad de reconocimiento social que se establece en la práctica. Michel de Certeau destaca la riqueza de los relatos de las experiencias de los sujetos en relación con el espacio. Este autor considera que, en el momento en que una persona transforma su experiencia en relato, ya está filtrando y estableciendo uniones con el universo cultural que ha internalizado. Comenta que «ese comportamiento de relato ofrece por tanto un campo rico al análisis de la especialidad. [...] El relato tiene un papel decisivo. Sin duda «describe». Mas «toda descripción es más que una fijación, y un acto culturalmente creador».


En este sentido, se observa que en las pequeñas ciudades, con una estructura material simple, sus habitantes perciben su diferenciación interna, mantienen diferentes comportamientos y relaciones dependiendo del lugar donde están. Cuando los vecinos se trasladan de su espacio de vecindario en dirección al área central identifican una diferenciación topográfica lo cual denota un reconocimiento de una jerarquía social relacionada con la percepción, organización y construcción del área central, entonces se desarrollan relaciones diferenciadas distintas a las dadas en el vecindario, en el barrio, muchas veces compuestas por una población con fuerte tradición rural.43

Es en el área central de las ciudades donde están localizados los servicios públicos, el comercio, el sistema judicial y el religioso. En estos lugares una convivencia de dos códigos, «uno moderno e igualitario -por lo cual somos «individuos», seres autónomos, iguales frente a la ley y el Estado- ; y otro tradicional y jerárquico -por lo cual somos personas, seres relaciónales, con prerrogativas dadas por los lugares ocupados en determinados segmentos de la sociedad y del espacio donde viven-».44 Las prácticas que se desarrollan son entre personas, y no entre individuos, las cuales son siempre identificadas con particularidades, reconocidas social y espacialmente.

Se considera que los individuos son parte de la ciudad, con roles en diferentes mundos, que los traspasan del trabajo a

lo sagrado, esta posibilidad de desempeñar diferentes relaciones sociales en espacios distintos los faculta para vivir en un relativo anonimato, característico de las metrópolis. En las pequeñas ciudades también se desempeñan distintos papeles, pero el anonimato es imposible y la personalidad impera en los comportamientos de los individuos. Así las relaciones de carácter formal se cruzan con relaciones de afectividad, parentesco y respeto, generando una confianza establecida por reglas difícilmente quebradas, porque quienes las infringen están sujetos a perder las ganancias del capital relacional.

Si «todo el mundo se conoce» y tal reconocimiento se convierte en control social rígido, reconociéndose también las diferencias internas de cada grupo social y el lugar de cada uno en la estructura social y espacial de la ciudad. Por tanto, se considera el concepto propuesto por Werther Holzer que define el territorio como un conjunto de lugares, donde se desenvuelven lazos afectivos y de identidad cultural de un determinado grupo social, independiente de ser o no un espacio fichado, y con la posibilidad de sustentar la existencia de espacios en las pequeñas ciudades. Es importante que, para este autor, «la territorialidad es mejor comprendida a través de las relaciones sociales y culturales que un grupo mantiene con esta trama de lugares e itinerarios que constituyen su espacio citadino».45

En este sentido, cada grupo social que tiene una identidad (una historia común), representado por instituciones (formales e informales) y que posee espacios propios de socialización, constituye un territorio o un lugar. Para verificar la constitución de los territorios y espacios citadinos a través del tiempo es necesario observar las prácticas sociales, los códigos y la formación de redes. Es preciso «identificar marcos, reconocer divisas, anotar puntos de intersección a partir no sólo de la presencia o ausencia de equipamientos y estructuras físicas, también de elementos en relación con la práctica cotidiana de quienes de una forma u otra usan el espacio: los actores».46


Las prácticas desarrolladas por los grupos pueden estar en espacios de múltiples usos, porque los sentidos que son habituales pueden cambiar dependiendo de la hora del día y de la práctica de sus usuarios. «Realidad son las prácticas sociales que dan significado o resignifican a tales espacios, a través de una lógica que opera con muchos nexos de significación: casa/calle; masculino/femenino; sagrado/profano; público/privado; trabajo/ocio...».47

De esta manera en la plaza central de una pequeña ciudad «donde todo acontece» (a la vista de sus habitantes), están localizadas las residencias de la elite local, donde se forman «redes de prestigio» con integrantes de un determinado estrato social que no necesariamente poseen poder económico, pero concentran las familias tradicionales. Ese mismo lugar puede servir de espacio de socialización de jóvenes, o sirve para la realización de fiestas religiosas o tradicionales congregando varias clases, unidas por las creencias religiosas o culturales. Así, la apropiación del espacio es determinado por las relaciones que se establecen entre sus miembros, y por el manejo de símbolos y códigos comunes.

La unión entre los lugares vividos y experimentados a través de la socialización es realizada por los trayectos que las personas utilizan en su desplazamiento, y sus itinerarios, como denomina Werther Holzer, que siguen también una lógica dictada por los sistemas de compatibilidad. La selección de los caminos a los que se refiere Kevin Lynch refuerza el significado que sus habitantes tienen de su espacio, representando escogencias no aleatorias, lo mismo que pueden ser inconscientes.48 Tales trayectos, a través de los cuales los sujetos observan y aprehenden la ciudad y crean su imagen, son recorridos reforzando los lazos de sociabilidad, pues propician los encuentros de amigos «más allegados» que «se encuentran» en los bares o casas comerciales, por ejemplo, ejercitando los códigos de conveniencia descritos por Pierre Mayol. Así, «caminando, estamos en el mundo, nos encontramos en un lugar específico y, caminar en ese espacio, lo tomamos como un lugar, una memoria o un territorio, una habitación con un nombre».49

En una pequeña ciudad, de cualquier punto más alto, la vista alcanza sus límites. Así mismo la diversidad está presente. Para Kevin Lynch los barrios representan un carácter común que establece una identificación a los habitantes de la ciudad. Esta identificación no es, muchas veces, perceptible a los ojos de un visitante, mas es reconocida mentalmente por las personas que habitan la misma ciudad. La identificación de los barrios depende no sólo de los individuos (de dentro), también de la manera como los demás ciudadanos los ven. Es común la identificación de barrios por los códigos de valores que posen, por ejemplo, áreas con fuertes tradiciones rurales son denominadas como barrios de «pueblo», siendo considerados más «peligrosos» que otros por los incidentes y contravenciones que se presentan; y las de «gente seria o bien», como áreas habitadas por algunos grupos de «mejor calidad de vida» y «seguros».50


En conclusión, en la investigación histórica de las pequeñas ciudades se deben indagar los procesos sociales conceptuados como los estados sociales «en cualquier sociedad histórica es posible distinguir distintos estados sociales que podríamos denominar también estados socio-históricos. En marxismo, se denomina formación social o formación económico-social. La idea de estado social, sus características estáticas y dinámicas, la duración queda abierta a la decisión y el método del investigado. Es evidente que un historiador puede representar un «conjunto de estados» sucesivos; la historia general, también historias sectoriales o temáticas; el propio investigador define la escala, los límites de un sistema social, de un estado y de un acontecimiento; el historiador puede establecer la existencia de varios estados distintos y secuenciales; también que el investigador distinga muy diferentes estados sociales en un período de no más de diez años de historia, es posible distinguir coyunturas económicas y diferencias institucionales. La descripción de un estado social puede comenzar con el análisis de las estructuras sociales existentes, las relaciones entre las personas, bases materiales, condiciones mentales, lenguaje, mundo de las representaciones».51

En esta complejidad de representaciones es que «los monumentos, de forma parecida a otros elementos de la cultura material de un colectivo humano -sean estos objetos, estructuras o paisajes-, acostumbran a funcionar de forma muy efectiva como símbolos. Pero también y antes de funcionar como símbolos, los elementos de la cultura material, en tanto que productos tangibles que permanecen en el tiempo, ya son en sí mismo referencias sólidas e ineludibles que se prestan especialmente bien a la necesidad de los seres humanos de establecer vínculos reales con el pasado».52

Las categorías de construcciones, de lugares e itinerarios son formas de uso y apropiación del espacio que constituyen claves para la lectura, entendimiento y orientación de la ciudad. Se inscriben como puntos socialmente reconocidos como relevantes en la dinámica social, se apunta como referencia para las prácticas que componen lo cotidiano.

Por tales razones, para realizar la historiografía de una pequeña ciudad,

o que lo haya sido en el transcurso del tiempo, debe conllevar a la revisión de su cultura, del uso de las territorialidades urbanas. En este sentido sería pertinente analizar la función que cumplió la producción material en el espacio. Es en el horizonte de la vida cotidiana donde podemos comprender las divergencias, los transgresores, la obediencia a un orden impuesto, las dinámicas socioculturales; interpretando, en fin, las relaciones sociales que dan contenido al espacio urbano en los cortes del tiempo.

«Los estudios de historia local «global» son adecuados para ilustrar la manera de entender este punto básico del objeto historiográfico. En las pequeñas agrupaciones humanas que tienen unos límites bien precisos... precisas relaciones con su «entorno» - municipios, el antiguo concejo, las aldeas de cultura más primitivas, la pequeña comunidad campesina, etc -¿se parece esto al procedimiento de la «descripción densa» practicada por el antropólogo Clifford Geertz...?»-.53 Cobra, entonces, plena validez lo que han dicho varios historiadores y que Le Goff sintetiza: «Un estudio monográfico limitado en el espacio y en el tiempo puede ser un excelente trabajo histórico si plantea un problema y se presta a la comparación, si es llevado como un case study».54


PIE PE NOTAS

1    MONTOYA, Jairo, Ciudades y Memoria, Ed. Universidad de Antioquia, Medellin, 1999, contratapa.

2    DELGADO RUIZ, Manuel, Ciudad Líquida, Ciudad Interrumpida, Ed. Universidad de Antioquia, Medellin, 1999, pág.10.

3    ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, «La ciudad en la historia», en La Ciudad: Hábitat de Diversidad y Complejidad, Ed. Unibiblos, Bogotá, 2000, págs. 122-130.

4    KULA, Witold, Teoría Económica del Sistema Feudal, México, Ed. Siglo XXI, 1974, págs. 9-10.

5    Ibidem, pág. 10.

6    BALLART, Joseph, El Patrimonio Histórico y Arqueológico: Valor y Uso, Ed. Ariel, Barcelona, 1997, pág. 97.

7    Ibidem, pág. 109.

8    ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, «La ciudad en la historia», en La Ciudad: Hábitat de Diversidad y Complejidad... págs. 139-141.

9    MEJÍA PAVONY, Germán Rodrigo, «Pensando la Historia Urbana», en Mejía Pavony, Germán Rodrigo y Zambrano Pantoja, Fabio (Editores académicos), La Ciudad y las Ciencias Sociales, Ed. Ceja, Bogotá, 2000, págs. 59-60.

10    ALTHUSSER, Lois, Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado, Ed. Tupac-Amarú, Bogotá, 1970, pág. 21.

11    http://www.lafacu.com/ apuntes/historia/ cont_univ/default.htm

12    BRAUDEL, Fernand, La Historia de las Ciencias Sociales, Ed. Alianza S.A., Madrid, págs. 13-14.

13    Ibidem, pág. 65.

14    ARÓSTGUI, Julio, La Investigación Histórica: Teoría y Método, Ed. Crítica, Barcelona, 2001, pág. 164.

15    Ibidem, pág. 165

16    Ibidem, pág. 173.

17    MEJÍAPAVONY, Germán Rodrigo, «Pensando la Historia Urbana» en Mejía Pavony, Germán Rodrigo y Zambrano Pan toja, Fabio (Editores Académicos), La Ciudad y las Ciencias Sociales...págs. 69-71.

18    Ibidem, pág. 72.

19    FONTANA, Joseph, Introducción al Estudio de la Historia, Editorial Crítica (fotocopias sin año de publicación), Barcelona, pág. 302.

20    GEERTZ, Clifford, La Interpretación de las Culturas, Ed. Zahar, Río de Janeiro, 1978, pág. 14.

21    Ibidem, pág. 24.

22    Ibidem, pág. 57.

23    Ibidem, pág. 58.

24    ACHA, Juan, Introducción a la Creatividad Artística, Ed. Trillas, México, 1992, pág. 93.

25    ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, «La ciudad en la historia» en La Ciudad: Hábitat de Diversidad y Complejidad.... pág. 135.

26    SILVA, Joseli María, Cultura e Territorialidades Urbanas, en Revista de Historia Regional Voi. 5. No. 2. A:\v5n2-Joseli.htm. 2000.

27    Ibidem.

28    Ibidem.

29    ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, *La ciudad en la historia», en La Ciudad: Hábitat de Diversidad y Complejidad... págs. 131-132.

30    SILVA, Joseli Mari'3 Cultura e Territorialidades Urbanas, en Revista de Historia Regional Voi. 5. No. 2. A:\v5n2-jcseli.htm. 2000.

31    GEERTZ, Clifford, La Interpretación de las Culturas, pág. 25.

32    SILVA, Joseli María, Cultura e Territorialidades Urbanas, en Revista de Historia Regional Voi. 5. No. 2. A:\v5n2-Joseli.htm. 2000.

33    Ibidem.

34    Ibidem.

35    Ibidem.

36    Ibidem.

37    Ibidem.

38    Ibidem.

39    Ibidem.

40    Ibidem.

41    Ibidem.

42    GEERTZ, Clifford, La Interpretación de las Culturas...pág. 57.

43    SILVA, Joseli Maria, Cultura e Territorialidades Urbanas, en Revista de Historia Regional Voi. 5. No. 2. A:\v5n2 -Joseli.htm. 2000.

44    Ibidem.

45    Ibidem.

46    Ibidem.

47    Ibidem.

48    Ibidem.

49    Ibidem.

50    Ibidem.

51    ARÓSTEGUI. Op. cit. págs. 249-250.

52    BALLART. Op. cit. pág. 35.

53    ARÓSTEGUI. Op. cit., pág. 250.

54    LE GOFF, Jacques, Pensar la Historia, Ed. Altaya, Barcelona, 1999, pág. 48.