Recibido: 3 Septiembre de 2018 / Aceptado: 30 Noviembre de 2018
La actual crisis de las masculinidades híbridas
The current crisis of hybrid masculinities
A atual crise das masculinidades híbridas
Wilber Fabián Marín Pinzón
Estudiante programa de psicología
Universidad Surcolombiana
wilbermarin82@gmail.com [Link]
En este ensayo pretendo describir e interpretar la actual crisis de las masculinidades a partir de los estudios realizados por la antropología, la sociología, la psicología, los estudios de género y los aportes que las ciencias de la complejidad hacen al tema. La masculinidad que en el pasado constituyó un atributo para triunfar, ahora parece ser más bien, un problema a superar, donde lo instaurado por la cultura patriarcal se estremece ante las nuevas posibilidades que emergen en la sociedad y hacen que el hombre y su masculinidad entren en crisis, de manera que ya no se puede hablar de una masculinidad sino de masculinidades. Ahora se abre un abanico de posibilidades que cuestionan profundamente la manera de ser y de actuar de los hombres.
Palabras clave: educación, masculinidades, psicología, crisis de la masculinidad
In this essay I intend to describe and interpret the current crisis of masculinities from the studies carried out by anthropology, sociology, psychology, gender studies and the contributions that complexity sciences make to the subject. The masculinity that in the past was an attribute to succeed, now seems to be rather a problem to overcome, where what is established by the patriarchal culture shudders at the new possibilities that emerge in society and make man and his masculinity enter in crisis, so that we can no longer speak of masculinity but of masculinities. Now opens a range of possibilities that profoundly question the way of being and acting of men.
Keywords: education, masculinities, psychology, crisis of masculinity
Neste ensaio pretendo descrever e interpretar a atual crise de masculinidades a partir dos estudos realizados pela antropologia, sociologia, psicologia, estudos de gênero e as contribuições que as ciências da complexidade trazem ao sujeito. A masculinidade que no passado foi um atributo para o sucesso, agora parece ser um problema a superar, onde o que é estabelecido pela cultura patriarcal estremece com as novas possibilidades que surgem na sociedade e fazem o homem e sua masculinidade entrarem em crise, para que não possamos mais falar de masculinidade, mas de masculinidades. Agora abre uma gama de possibilidades que questionam profundamente o modo de ser e agir dos homens.
Palavras-chave: educação, masculinidades, psicologia, crise de masculinidade.
La crisis a la que me refiero consiste, de modo sintético, es la vulneración del modelo tradicional de masculinidad, por nuevos modelos instituyentes que, al no ser compatibles, generan confusiones, malestares e inseguridades en los hombres. Sostendré como hipótesis central en este ensayo que la hibridación de modelos tradicionales y emergentes de masculinidad genera un profundo malestar subjetivo en los hombres y, en buena medida, explica gran parte de los episodios de violencia contra las mujeres.
Gómez y Moreno (2013), siguiendo a Badinter (1993), señalan que el feminismo logró desnudar al rey y sus contradicciones desde sus más profundos cimientos, sin embargo, fue un proceso que no se constituyó de la noche a la mañana y que tiene su antecedente más remoto, partiendo del trabajo de Gamba (2007), a fines del siglo XIII cuando Guillermine de Bohemia sugirió crear una iglesia de mujeres afirmando que la redención de Cristo no había alcanzado a la mujer, y que Eva aún no había sido salvada. La secta fue denunciada a la inquisición a mediados del siglo XIV, los cambios sociales posteriores empezaron a hablar someramente de la lucha de las mujeres por su reconocimiento.
Lucha que se expresa más tarde, en los años de 1660, con el surgimiento del movimiento de las preciosas francesas, que se encontraban en dos sitios totalmente opuestos; la corte y los prostíbulos, eran mujeres particularmente elegantes –cada una en su medio- y desenvueltas que jugaron un papel de singular importancia sentando las bases para las luchas posteriores de conformidad con González, (2003). Sin embargo, hoy se conoce mejor la reacción patriarcal a este fenómeno, según Álvarez, (2005): “reacción bien simbolizada en obras tan espeluznantemente misóginas como las mujeres sabias de Moliere” (p.2). A su vez, en el año de 1673, la obra del filósofo cartesiano Poulin de la Barre titulada, La igualdad de los sexos, discurso físico y moral, en la que se destaca la importancia de deshacerse de los prejuicios y que, para. Cazés (2007), sería la primera obra feminista que se centra explícitamente en fundamentar la demanda de igualdad sexual. Amorós, (1992) encuadra esta obra en el contexto más amplio de la ilustración, como parte de un continuo feminista que se caracteriza por radicalizar o universalizar la lógica de la razón, racionalista primero e ilustrada después. (Citado en Orozco 2011, p. 19). De igual manera Fraisse (1991) señala:
... que con esta obra se estaba asistiendo a un verdadero cambio en el estatuto epistemológico de la controversia o guerra entre los sexos: la comparación entre el hombre y la mujer abandona el centro del debate, y se hace posible una reflexión sobre la igualdad (citado en Orozco 2011, p. 19).
Pero es a partir del advenimiento de la revolución francesa, en el año de 1789, que se empiezan a encontrar las primeras manifestaciones de lo que se podría considerar como un feminismo incipiente, al manifestarse las mujeres por demandas sociales, que las beneficiaran y reivindicaran como tales, en contra de la desigualdad, opresión, discriminación y explotación de las que eran sujetas, como lo expresa González, (2003). Sin embargo, aunque las mujeres fueron un referente de suma importancia en la revolución y en la consecución de las consignas de igualdad, libertad y fraternidad para todos, terminada esta, no las incluyó y en 1793 la diputación de la nueva república les negó los derechos que se habían ganado. Gouges (1791) en la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadanía, afirmaba, que los “derechos naturales de la mujer estaban limitados por la tiranía del hombre, situación que debía ser reformada por las leyes de la naturaleza y la razón” por lo que fue guillotinada por el propio gobierno de Robespierre.
Al año siguiente de dicha declaración, Mary Wollstonecraft en Inglaterra, escribe la Vindicación de los derechos de la mujer, planteando demandas inusitadas, para la época: igualdad de derechos civiles, políticos, laborales y educativos, y derecho al divorcio como libre decisión de las partes (Gamba, 2007).
Dentro del marco de la revolución industrial y el auge de los movimientos socialistas, se llegó a pensar que la situación de la mujer podría cambiar, pero la realidad fue muy distinta, por un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal. Por otra parte, el proletariado y lógicamente las mujeres proletarias quedaban totalmente al margen de la riqueza producida por la industria, y su situación de degradación y miseria se convirtió en uno de los hechos más sangrantes del nuevo orden social, según lo indica Álvarez (2005). Estás contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y los movimientos sociales de los siglos XIX y XX.
A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, como lo sugiere Gamba (2008), en EE.UU e Inglaterra se empieza a gestar el movimiento sufragista liderado por mujeres de la burguesía con participación de mujeres de la clase obrera. En EE.UU las sufragistas participaron en las sociedades antiesclavistas de los estados norteños. En 1848, convocada por Elizabeth Cady Stanton, se realizó en una iglesia de Séneca Falls el primer congreso para reclamar los derechos civiles de las mujeres. Acabada la guerra civil, se concedió el voto a los negros pero no a las mujeres, lo que provocó una etapa de duras luchas. En 1920, la enmienda 19 de la Constitución reconoció el derecho al voto sin discriminación de sexo. Por su parte, en Inglaterra, en 1903, se crea la unión política y social por las mujeres, dirigida por Emmiline Pankhurst, quien organizó actos de sabotaje y manifestaciones violentas, propugnando la unión de las mujeres más allá de las diferencias de clase. Declarada ilegal en 1913, sus integrantes fueron perseguidas y encarceladas. La Primera Guerra Mundial produjo un vuelco de la situación: el gobierno británico declaró la amnistía para las sufragistas y les encomendó la organización del reclutamiento de mujeres para sustituir la mano de obra masculina en la producción durante la guerra; finalizada ésta, las mujeres conquistaron el voto.
En esta línea de tiempo de los antecedentes de la crisis de las masculinidad, es hasta 1960 cuando se da inicio a un verdadero y generalizado movimiento feminista, - a partir de los cambios producidos después de la segunda guerra mundial, la publicación de obras importantes como El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir (1949) y La mística de la feminidad, de Betty Friedan (1963). Tal como González (2003) expresa, la condición de la mujer es y está social e históricamente determinada, y por lo tanto, su problemática es compleja y diversa.
A partir de los años 70 del siglo XX el feminismo dio un salto cualitativo en el afianzamiento de sus propósitos, al destacar el carácter histórico de las mujeres y de su discriminación. Por consiguiente muchos de los trabajos de esos años, como sostiene Scott (2008), se centraron:
... en hacer de la mujer el foco de cuestionamiento, el tema de la historia, un agente de la narrativa, tanto si es una crónica de acontecimientos políticos y de movimientos políticos o si es un recuento más analítico del desenvolvimiento de procesos de cambio social a gran escala. La misión sigue siendo la construcción de las mujeres como sujetos históricos (p.35).
Ahora bien, según Álvarez (2005) las principales obras que guiaron el feminismo radical fueron Política Sexual, de Kate Millet (1970) y la Dialéctica Del Sexo (1976), de Sulamit Firestone, armadas de las herramientas teóricas del marxismo, del psicoanálisis y del anticolonialismo, acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista como el de patriarcado, género y casta sexual.
Al respecto Varela (2013), afianza esta postura crítica con en el slogan; lo personal es político, comenta que el feminismo radical ha identificado como centros de dominación patriarcal esferas que hasta el momento se consideraban privadas, a las mujeres se debe el mérito de haber revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad. Más leña al fuego de la crisis actual de la masculinidad.
De igual manera crearon los grupos de autoconciencia que consistían en que cada mujer participante explicaba “las formas en que experimentaba y sentía la opresión, cuyo propósito era despertar la conciencia latente que todas las mujeres tenían sobre su sometimiento, para así propiciar la reinterpretación política de la propia vida y poner las bases para la transformación”, según lo refiere Galeana 2004 p. 210.
Al avanzar en el recuento histórico del feminismo, como antecedente determinante de la actual crisis de la masculinidad, se encuentra el feminismo cultural que parece afianzarse en la diferencia, es decir, para este grupo de feministas, encabezadas por Victoria Sendón de león y Luce Irigaray, el camino hacia la libertad parte precisamente de la diferencia sexual: “no queríamos ser mujeres emancipadas, queríamos ser mujeres libres porque sí, por derecho propio” (p.14), afirma León (2002). A su vez Varela (2008) añade que “el feminismo de la diferencia plantea la igualdad entre mujeres y hombres, pero nunca la igualdad con los hombres, porque eso implicaría aceptar el modelo masculino” (p.43).
Por todo esto y a manera de conclusión de este apartado, señalo que el feminismo como movimiento social tiene un poder de transformación, que ha venido socavando las bases de la masculinidad tradicional y del patriarcado como sistema de dominación masculina sobre otros y otras. Y ha sido precisamente a través de su pluralidad y las diversas prácticas que el feminismo ha desvelado cómo y qué tan profundamente la cultura patriarcal permea todas las cosmovisiones, los conocimientos, las maneras de ser y estar, la emocionalidad, las formas de relación consigo mismo y con los otros y en especial la subordinación de las mujeres en todas las esferas de su vida. El feminismo, ha develado cómo y de qué manera los hombres se han puesto en una situación de poder en detrimento de aquellos que no cumplen con la Heteronormatividad creada, desarrollada e impuesta por ellos mismos.
Las luchas del feminismo han provocado profundos cuestionamientos a la masculinidad imperante y a su vez han mediado en el desarrollo de movimientos de hombres nuevos que se enfrentan a una crisis debido a que quieren ser diferentes, quieren expresar sus sentimientos y emociones, establecer relaciones más cercanas con sus amigos, compartiendo más con sus esposas e hijos sin tener que aparentar ser los machos de antes, cuidar de sí mismos, su salud, su estética, dar vía libre a sus gustos y maneras de ser impedidas en el sistema tradicional. De esta manera el feminismo también empieza a transformar al hombre y que este señale al patriarcado como la fuente de sus excusas e incapacidades que le impiden ser mejores personas.
Bonino (2001) cree que la presión social sobre los machos ha sido devastadora para la salud mental y emocional de millones de hombres, debido a que la masculinidad tradicional está sometida a diario a constantes pruebas, un hombre tiene bajo el marco de lo normativo que estar demostrando que no es una mujer, que no es un niño, que no es un homosexual, tiene que demostrar que es valiente, agresivo, activo, autoritario poniendo en riesgo su vida y la de otras personas. Pero, al mismo tiempo, desde el discurso crítico al machismo y al patriarcado se reclaman nuevas masculinidades, no hegemónicas, que subviertan el sistema tradicional. Es decir, la crisis que enfrentan estos hombres se expresa en que tienen que demostrar que son valientes, sin que ello implique poner en riesgo su salud física, emocional y psicológica; que son activos, sin que eso haga referencia a que no puede tomarse las cosas con calma o permitir que otros les ayuden; tener autoridad, sin convertirse en un tirano o un déspota; demostrar que no son como las mujeres, pero sí manifestar a ellas su sensibilidad, paciencia y ternura. Hombres que no sean afeminados pero sí capaces de lavar, planchar y hacer aseo en su casa; que sigan siendo fuertes pero dispuestos a llorar; Que sean maduros, no niños, sin que eso les impida jugar y compartir con sus hijos. Por último, hombres que dejen en claro que no son homosexuales, sin que eso les impida establecer con ellos relaciones de afecto y respeto.
Esta ambivalencia de discursos tradicionales y emergentes en la subjetividad masculina implica la crisis actual, que exige aprender a vivir sin los dualismos del pasado. Es precisamente esa ruptura de los dualismos imperantes en todos los campos de las sociedades modernas a la que se convoca desde la perspectiva de las ciencias de la complejidad. Con base en Maldonado (2016) esta perspectiva se caracteriza por trabajar con aquellos fenómenos, espacios y problemas de los cuales, por las razones que sea, para la ciencia normal son irrelevantes, de esta manera las ciencias de la complejidad se ocupan principalmente de las excepciones, los desequilibrios y las singularidades, los fenómenos particulares que por lo general resultan más importantes, significativos, problemáticos, innovadores o sensibles. Esta perspectiva, a diferencia de la tradición científica orientada a las definiciones de objetos disciplinares, trabaja con problemas transversales e interdisciplinares, como el de la masculinidad. Así las cosas, el autor señala que “un sistema complejo es todo aquel que, entre otras cosas se caracteriza por impredecibilidad, inestabilidad, fluctuaciones, turbulencias, emergencias, auto organización, en fin no linealidad” p.26. De igual modo aclara que no se habla simple y llanamente de sistemas complejos, sino, “de sistemas de complejidad creciente porque, esencialmente, es capaz de aprendizaje y de adaptación, no en vano los sistemas complejos constituyen la mejor expresión y comprensión de un sistema dinámico” (p.26) al respecto Morín (1994) en la critica que realiza a las ciencias de la modernidad señala: “La lógica de occidente era una lógica homeostática, destinada a mantener el equilibrio del discurso mediante la expulsión de la contradicción y del error” (p.51). De este modo las ciencias de la complejidad dan un paso hacia lo desconocido, a las tierras aún no exploradas o como lo señala Morín (1994) la posibilidad de entrar en las cajas negras.
Ahora bien las ciencias de la complejidad abordan el estudio de los sistemas humanos ya que son de los más complejos en el mundo debido precisamente a que no se reducen a leyes, organizaciones e instituciones, en fin a costumbres y hábitos, a ritualización y conservatización de la vida misma. Son ciencias basadas en las lógicas no clásicas que rompen con el determinismo como lo señala Maldonado (2016) “cuando la idea de una sola lógica, un único tipo de racionalidad y un único modo de comprender el mundo se traslapan al universo humano, las cosas se tornan bastante más difíciles” (p.238). Dentro de este marco conceptual se desarrollan las lógicas polivalentes:
... que admiten y trabajan con numerosos e incluso infinitos valores de verdad, y no ya únicamente con un sistema dual o binario como la lógica formal clásica. En este sentido, las verdades del mundo no se reducen a verdadero o falso, sino, por el contrario, abren el abanico a múltiples, incluso infinitos valores (p.251).
De este modo las lógicas polivalentes permiten reemplazar las lógicas binaristas-bivalentes enraizadas dentro de la normatividad tradicional, por ejemplo, de hombre y mujer y ponen sobre la mesa otras alternativas y posibilidades. En este punto en particular las ciencias sociales, los estudios de género y las nuevas masculinidades se hayan ante fenómenos sociales de complejidad progresiva que consideran perjudiciales los binarismos como lo hace notar Badinter (2003): “No hay una masculinidad universal sino múltiples masculinidades, tal como existen múltiples femineidades. Las categorías binarias son peligrosas porque desdibujan la complejidad de lo real en beneficio de esquemas simplistas y condicionantes”. (Citado en Bautista 2017, p.4).
Hecha esta salvedad, las ciencias de la complejidad son un referente importante a la hora de comprender las disyuntivas que representan los estudios de género y las nuevas masculinidades.
De modo que las ciencias de la complejidad, como lo señala Maldonado (2016): “buscan comprender la complejidad del fenómeno humano en toda la extensión de la palabra” (p.18) y añade: “las ciencias sociales y humanas nos enseñan cómo vivir; esto es, tanto cómo hemos vivido, cómo vivimos, y cómo podríamos vivir, la complejidad estriba en el hecho de que nos hemos olvidado cómo vivir” (p.18)
Por otra parte el llamado a que se ha olvidado “cómo vivir”, hace referencia, según lo explica Maldonado (2016), a las nostalgias de occidente respecto a la Grecia antigua, al llamado a volver a una edad arcaica, pero también se trata del trabajo de recuperación de formas de vida que existieron en algún momento en el pasado y que pueden o podrían ser posibles en el contexto actual. Porque no pensar en esas formas de vida de algunas tribus y/o comunidades que han sido objeto de estudio de la antropología y la sociología, en cuanto a la diferenciación sexual y los roles de género, lo cierto es que hay comunidades en lugares remotos de este planeta donde esa divergencia de roles no existe, y se encuentran hombres, que cuidan del hogar, que comparten dichas tareas, que expresan sus emociones y pensamientos con las esposas, etc.
Sin embargo estos procesos de socialización donde hombres y mujeres han compartido en igualdad de condiciones ha estado supeditado a ciertos momentos excepcionales en la historia que dependen de aspectos como la cultura, la religión, las costumbres, la sexualidad, el tiempo y el espacio donde se han desarrollado, la antropología en este sentido ha hecho interesantes aportes desde los estudios de Mead (1934) sobre tres sociedades en Nueva Guinea “donde reflexiona el porqué de las diferencias conductuales y de temperamento concluyendo que estas son creaciones culturales y que la naturaleza humana es increíblemente maleable” (Citado en Lamas 1986 p.176), a su vez Linton (1956) señala que:
...todas las personas aprenden su status sexual. Dentro de esa línea se concebía la masculinidad y la feminidad como status instituidos que se vuelven identidades psicológicas para cada persona…pero ocurre que a veces alguna persona no está de acuerdo con ese status (Citado en Lamas 1986 p.176).
Al seguir esta lectura y en relación con este conflicto Devereux (1935) documentó el caso de los Mojave, al respecto señala que un hombre biológico se puede convertir en una mujer social, o viceversa, entrando a una tercera categoría de género, los varones femeninos simulan la menstruación y el parto y las mujeres masculinas son reconocidas como los padres sociales de los hijos de sus mujeres.
Autores como Mead (1963) y Malinowski (1971) a su vez señalaban el peligro de abordar el estudio de las sociedades del siglo XX bajo el modelo de aquellas sociedades existentes, lo que llevó a estudiar a cada sociedad especifica en sus propios términos permitiendo de esta forma reconocer otras costumbres sexuales y a un reconocimiento de la validez de distintos sistemas sexuales (Weeks, 1998). Esta especificidad de la organización social dio como resultados diversos estudios, donde los autores antes mencionados encontraron que cada una de las tribus tenían una forma de organización social que se diferenciaba en muchos sentidos de otras, dichas diferencias se centraban en los roles de género, la cultura, la religión, la sexualidad, la familia y el trabajo.
Al respecto Malinowski (1975) señala que en las tribu trobriand al ser el matrimonio patrilocal, es decir, que la mujer se va a vivir a la aldea del marido y habita en su casa, “el padre es para sus hijos un compañero para todos los instantes, que toma parte activa en los cuidados que se les prodigan, siente por ellos un afecto profundo, que manifiesta con signos visibles y, además, participa en su educación” (p.58). Y agrega que esa significación emocional entre padre e hijos se encuentra condensada en esas numerosas experiencias de la primera infancia, donde se expresa un sentimiento típico de afecto reciproco.
Mead (1963) en sus estudios sobre las tribus Arapesh señala que “hombres y mujeres se unen en una aventura común que es primariamente maternal, amorosa, y orientada en sí misma hacia las necesidades de la generación siguiente” (p.43). Sin que esto indique que hombres y mujeres hagan las mismas cosas, en los Arapesh los hombres gozan de mayor autoridad, sobre estos recae el papel de ser responsables, lideres e intervenir en lo público, sin embargo, como lo señala la autora, estos hombres en su madurez huyen encantados de esas cargas impuestas cuando sus hijos mayores llegan a la pubertad. Los Arapesh son una sociedad donde “prevalece la simpatía hacia las preocupaciones de los otros y la atención a las necesidades de los demás, en substitución de la agresividad, iniciativa, competencia y afán de posesión” (p.43).
De este modo la etnografía ofrece algunos ejemplos ilustrativos de organizaciones sociales, donde las personas escapan al binomio hombre/mujer y se constituyen individuos con género y sexualidades alternativas.
Los Jurki, por ejemplo, realizan una ceremonia de iniciación para permitir abandonar una posición masculina en favor de una femenina y cuentan con un tercer género denominado i-wa-musp (Izquierdo, 1985). Entre los Yuma los hombres o mujeres que se comportaban de acuerdo al otro género, podían elegir contraer matrimonio con el otro género.
Los Fa-afafine aunque tienen cuerpo de hombre, se sienten y se comportan en todo momento como mujeres y su comportamiento sexual perece orientarse hacia la heterosexualidad. Entre los Chukchee habitantes de la costa ártica siberiana, existía, más allá de los ritos de paso, prácticas chamánicas para lograr la transformación de sexo de los conocidos como hombres delicados (Pérez 2014 p.10).
De esta forma se entiende que las relaciones establecidas en las distintas comunidades dependen de aspectos tan esenciales como la cultura, la sexualidad, las formas de ser y estar en el mundo que propenden unas transiciones tanto personales como sociales.
En ese proceso se hace necesario un ejercicio de deconstrucción de la masculinidad tradicional y sus prácticas, esto implica la ruptura de los dualismos imperantes en el discurso que promueven sociedades donde por ejemplo la razón se sobrepone sobre los sentimientos y los afectos, donde la fuerza y la agresividad socavan la sensibilidad y el diálogo. Es así, como en medio de esta crisis de la masculinidad se presentan otras posibilidades en el ser y el hacer que propenden subvertir todo ese bagaje patriarcal y construir sociedades incluyentes, respetuosas y afectivas donde los hombres puedan cuidar de sí y de su entorno, es en este contexto donde surge la ética del cuidado que se abordará desde Gilligan.
La crítica de Gilligan (1985) a la teoría del desarrollo moral “se centra en señalar que dicha teoría es válida sólo para medir un aspecto de la orientación moral focalizado en la justicia y los derechos, dejando de lado las cuestiones particulares o de vida buena” (p.21) donde los hombres eran los únicos que podían alcanzar un desarrollo moral post-convencional y las mujeres no. Al respecto Medina (2016) dice que:
... al contrario de afirmar la existencia de una moralidad propia de las mujeres, -la crítica de Gilligan- muestra que otros caminos de desarrollo moral son posibles, por tanto, trata de expandir el ámbito de la moralidad proponiendo la noción de ética del cuidado y sentando las bases para su posterior diálogo y complementación con la ética de la justicia (p.89).
De donde resulta que la ética del cuidado no es una ética femenina, sino feminista, y el feminismo guiado por una ética del cuidado podría considerarse el movimiento de liberación más radical (Gilligan, 2013). Que permitiría democratizar la sociedad humana, una sociedad más justa y más igualitaria donde las nociones de cuidado, justicia, libertad y moral interactúen entre sí. De ahí que Gilligan (Citado en Medina, 2016) enmarca su trabajo dentro del pluralismo moral, según la cual puede existir más de una forma de moralidad y de madurez moral correcta… ya no se trata tanto de definir estructuras morales universales como lo señalaba Kohlberg, sino de explicar el desarrollo moral desde una perspectiva que incluya las relaciones de cuidado.
Sin embargo estamos frente a una sociedad que evita el diálogo y en su lugar hace uso constante de la violencia, con una educación que no cumple las expectativas necesarias para avanzar como colectivo y que tampoco brinda a los seres humanos las pautas para desarrollar la habilidad de encontrase a sí mismos, de descubrir su subjetividad, sus emociones y afectos. Esos puntos discordantes en la educación que recibimos, permite mantener los patrones de conducta habituales que son los que continúan generando violencia contra la mujer y contra sí mismo.
En este marco de constantes cambios internos, de transformaciones y cuestionamientos subjetivos los hombres siguen haciendo uso de la violencia en todas sus formas. ¿Por qué? El hombre que quiere estar en igualdad de condiciones con su pareja, pero llegado el momento en que ésta sale de casa sin informar, este hombre se enojará y reaccionará con violencia cuando ella regrese, el hombre que quiere ser menos posesivo y permitir que su compañera comparta con sus amigos y amigas en otros espacios, pero que en el momento dado reacciona con furia cuando ve a la esposa- novia bailando con otro hombre, el varón que promulga la igualdad de género en lo público, pero al llegar a casa se sienta a ver la tv, mientras la mujer cuida de los niños y hace los quehaceres. Son ejemplos de situaciones de la vida cotidiana donde la inseguridad de los hombres sale a flote, siendo incapaces de responder de una manera adecuada, cayendo nuevamente en ese círculo de la violencia del que intentan escapar pues lastimosamente están atravesados por siglos de historia donde se les ha enseñado a que actuar así es lo correcto. Así son sus inseguridades y frustraciones, las que emergen recreando una vez más el ciclo violento. La psicología social se ha interesado por el origen de la agresividad y de la frustración como detonante de la misma, al respecto Domenech y Iñiguez (2002) señalan que del resultado de las teorías psicoanalíticas y la emergencia de los modelos ambientalistas surge la llamada teoría de la frustración agresión; donde se prevé que la agresión es un comportamiento “resultante de una pulsión interna pero que esta pulsión depende de un elemento externo: la generación de frustración” en definitiva, cuando las personas ven impedida la acción que pretenden por alguna fuerza externa, experimentan frustración, su aumento desencadena agresión y esta elimina la frustración. Que es lo que puede suceder cuando el hombre nuevo en su inseguridad y constante frustración al perder el control, vuelve a hacer uso de la agresión. Lo que es un tema de preocupación a la hora de preguntarse cómo y de qué manera se están haciendo las cosas, pues según las cifras de Medicina legal la violencia física que terminó en feminicidio, en enero de 2017, fue de 60 casos y en enero de 2018 de 76 casos, en relación con la violencia intrafamiliar hacia la mujer, a enero del 2017 se presentaron 2436 casos y, para este año, la cifra fue de 2651 casos, de igual forma se realizaron a enero de 2017, 1281 exámenes médico legales por presunto delito sexual, para enero del 2018 la cifra aumento a 1581 casos. Lo cual es un indicador de que la violencia en todas sus formas contra la mujer no ha mostrado ningún tipo de variación que permita entrever un cambio positivo, por el contrario las cifras de violencia han aumentado. Por ello es importante reconocer esas estruendosas falencias dentro del proceso de transformación y trabajar en ello, pues no se puede hablar de hombres nuevos si estos ante algún signo de debilidad e inseguridad reaccionan con violencia hacia la mujer y hacia los otros, así es imposible avanzar como sociedad.
Para concluir, resalto la enorme trascendencia que el feminismo como movimiento social y cultural tiene no sólo en la búsqueda de la igualdad y la reivindicación de los derechos de las mujeres, sino también por abrir cuestionamientos profundos en la subjetividad masculina, que han permitido de una u otra forma abrir otras posibilidades donde los hombres se preguntan a sí mismos sobre su papel en la sociedad y cómo ese papel impuesto por la normatividad les ha impedido el libre desarrollo de aspectos de su personalidad como los afectos y el cuidado de sí. Generando en ellos una hibridación de sus discursos a causa de sus cuestionamientos y su manera de ser y estar en el mundo, donde muchas veces a causa de la frustración que esas transiciones generan los llevan desafortunadamente a seguir ejerciendo violencia, en especial contra la mujer.
Por su parte las ciencias de la complejidad como paradigma del siglo XXI rompe las dicotomías bivalentes imperantes en las ciencias positivas y las ciencias sociales tradicionales, en donde sólo se aceptaban dos opciones, o era A o era B, así las lógicas no clásicas han facilitado ver el mundo desde la polivalencia, donde se plantea la existencia de muchas otras posibilidades de ser y estar en el mundo y no sólo las nociones de hombre y mujer con sus roles estáticos. Por su parte, los estudios etnográficos permiten el análisis de otras sociedades que han existido y que existen en las cuales se pueden encontrar hombres que cuidan de sus hijos, comparten con ellos y expresan sus afectos, comunidades donde se pueden observar opciones distintas en pro de una mejor comprensión de las sociedades occidentales donde a partir de los cambios generados por las luchas feministas, los hombres se cuestionan profundamente y empiezan un lento proceso de transición hacia sociedades más justas, igualitarias y sin violencia contra la mujer y los otros distintos. Parece una utopía a estas alturas, pero se debe tener el compromiso y la voluntad de cambio desde la academia, la política y todas las esferas de la sociedad.
Referencias
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PAIDEIA, No. 23. Universidad Surcolombiana / Facultad de Educación, 2018