LA URGENCIA DE POLITIZAR LA UNIVERSIDAD
Las comunidades universitarias del país comenzamos a vivir los finales de la primera experiencia de gobierno autónomo, elegido internamente, de acuerdo a los parámetros aprobados por los distintos Consejos Superiores, sin la imposición directa y grotesca de los barones del poder. Los resultados actuales aparecen deficientes, opacos, sin marcar la diferencia entre los Rectores de antes y los de ahora, no se vislumbra la liberación del engranaje politiquero del país.
Todavía percibimos los recintos universitarios cundidos de intrigas, de componendas directoriales, de clientes en cautiverio, de votos chantajeados, de voluntades compradas a bajo precio, de amigos en contubernio, de ofertas en un mercadeo electoral, de concertaciónes con sensación de repartija y todo la ava-lanche de vejámenes propias de la política nacional.
Nuestro deber histórico debería incitarnos al ejercicio de una política distinta, más a la altura de la honestidad, tendida hacia el arte(Platón) o hacia la ciencia regia (Aristóteles), alternativa real del bien y del bien supremo, decantación en lo inmediato pero también en lo mediato, actividad de trascendencia, de humanización. Pero nos hemos atascado en el lodo, en una política anémica, atacada por todo tipo de fervor sin contenido, no es el arte, tampoco la ciencia, ni siquiera una técnica, es lo peor, una carpintería barata, una mecánica repugnante para repartir baratijas.
Desconcierta el desconocimiento de la política en los recintos universitarios, su práctica irreflexiva, sin los fundamentos cognoscitivos propios de la universidad, rebajada únicamente a la imitación de los desastrosos modelos externos. Tal vez dentro de la universidad suceda lo que sucede afuera: la política la ejercen hombres comunes, sin dimensiones reales de lo superior, ataviados de la astucia, del fervor por el poder, personas obsesas en la distribución del presupuesto a diestra y siniestra, entre clientes y beneficios personales. Algunas veces los políticos de adentro como les de afuera, sólo alcanzan la altura del "chichipatoso" humano, el cerebro atiborrado de tantos intereses secundarios, los suficientes para anular la alternativa de pensar la naturaleza prístina de la política.
No se le perdona a los políticos de afuera su política instintiva, a base de pura voluntad, apenas informado en el mejor de los casos pero ignorantes de la profesión que ejercen. Esta ignorancia deficiente abandera el desplome social, la caída del género humano. Mucho menos se perdonaría al político universitario esa torpeza por estar vinculado al ejercicio del conocimiento, a la búsqueda de la luz a través del cerebro, al enriquecimiento de su esencia a través de la academia.
Nos podemos acoger a la excusa de la novedad experimental, a justificarnos con la idea de que apenas hemos elegido un solo rector, de que no es fácil desaprender en tan poco tiempo tanto siglos de mañas para acceder a un ejercicio limpio de la polítical, liberado de la acumulación de tantas taras históricas. Pero también deberíamos acogernos al reto de iniciar el camino hacia una política humana, capaz de tejer el desarrollo material sin ninguna distinción, de incitar a los problemas mayores del hombre, de bordear su altura y nos libere de esta rapiña de lobos menores. Sin lugar a dudas, sería el mejor aporte universitario para su pueblo, en consonancia con su función social, servir de faro a una sociedad fundida en el caos .2^