EDITORIAL

Los legisladores colombianos tienen el hábito de legislar para el papel. Construyen enormes y sólidas estructuras lingüísticas mientras la realidad marcha entre los escombros, la incoherencia y la inoperancia. Nuestra Constitución es una bellísima pieza literaria para un país sumido en el caos. Nuestras leyes nos sitúan en el cielo mientras los colombianos deambulamos al garete en la tierra. Nada tan irreal como las leyes que rigen este país.

La Facultades de Educación no escapan a este engorroso estigma. El decreto 272 nos convierte -lingüísticamente- en una institución respetable pero sin fundamentos. Nos habla de dedicar Docentes a la investigación -papel- cuando ni siquiera existen los necesarios para las clases, -realidad-. Nos habla de computadoras y todos los medios tecnológicos avanzados -papel- cuando no hay tizas ni marcadores ni ventiladores ni luz en los salones -realidad- Este decreto parece enmarcarse en la costumbre de legislar demasiado bien para una realidad demasiado deficiente. Legislar para la apariencia.

Los legisladores conocen lo que hemos dicho; a pesar de ser personas de las grandes urbes, conocen el caos del país. Sin embargo, no conocen forma distinta de hacer leyes, todos sus articulados conducen al país formal, al ideal. Así pasan los decretos, pasan como las imágenes de televisión sin haber construido gran cosa. Cada nuevo Ministro entra con su paquete de compromisos. Y cada nuevo paquete va derribando los anteriores. Son pocas las cosas que permanecen erguidas cuando un nuevo Ministro se posesiona del Ministerio.

Sólo los Docentes, los Empleados/los Trabajadores y los Estudiantes -por un tiempo- permanecemos en la Facultad gran parte de la vida. Conocemos su realidad caótica, hacemos parte de ella, la vivimos. Estamos abocados a exigir y a exigirnos una , Educación real, al servicio del ser humano y no una Educación de proyectos políticos, de puro papel para mostrar en los simposios internacionales de Ministros de Educación.

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