Ensayos

ENTORNOS, Vol. 31, No. 2, Noviembre 2018





Un siglo después del Manifiesto de Córdoba, el eco de estas palabras aún resuena entre nosotros. En 1918 la voz de los jóvenes universitarios amplificaba el deseo de libertad. En sus corazones palpitaba la hora americana, el sentimiento de una revolución que se abría camino desde las aulas emancipadas y liberadas de los poderes monárquicos y escolásticos de ese tiempo. Hoy pretendemos liberarnos de los poderes neoliberales y del mercado. También sentimos como nuestro el rumor de la libertad.


Hoy, cien años después de la exhortación de Córdoba, la fuerza expresiva de sus consignas nos permite reconocer el momento que vivimos en Colombia. Han pasado 26 años desde la promulgación de la Ley 30 que allanó el camino hacia la crisis del presente. Y no fue sólo la sistemática desfinanciación de la Universidad Pública la consecuencia de esta Ley, otros efectos se anidaron durante más de dos décadas y recrean el escenario ante el cual nos enfrentamos.


La Universidad que hoy tenemos en Colombia no sólo está desfinanciada, también está privatizada en su misión y su visión. Una generación de gobiernos al servicio del neoliberalismo, lograron desmantelar el sentido de lo público y arrojar a los centros universitarios al mercado de la venta de servicios, las consultorías y los proyectos de autofinanciación.


¿A qué intereses responde hoy la Universidad Pública en Colombia? El capital parece ser la única respuesta oficial; pero desde las aulas, desde la libertad de cátedra, desde las movilizaciones sociales, la respuesta es otra, lo popular. Una Universidad al servicio del pueblo es un sueño compartido y ha sido bitácora de la larga lucha del movimiento universitario en Colombia.


Es por ello que nos pronunciamos a favor de una Universidad capaz de transformar las condiciones que hoy ponen en riesgo la pervivencia de lo público; nos pronunciamos en contra de los gobiernos que hoy buscan despojar a la Universidad de su significado más profundo, de su compromiso con la sociedad.


Hoy nos pronunciamos, con un siglo a cuestas y con una herencia de resistencia, a favor del modo como la Universidad Pública vuelve a las calles y se moviliza en su defensa. Pero también sentimos que no basta defender sin reinventar lo que somos. Sabemos que la Universidad es la conciencia crítica de la sociedad, y en medio de las marchas, nos preguntamos, ¿está preparada nuestra sociedad para recibir la Universidad Crítica que ahora está en las calles?


Hoy nos pronunciamos desde el eco que dejaron en nosotros las palabras de Rafael Gutiérrez Girardot, y nos afirmamos en su idea: “Alma mater se llama a la Universidad, escribía Gutiérrez Girardot, ella puede ser la madre de la paz, de la democracia, de la justicia. Pero universidad y dogma se excluyen. ¿Qué fuerza llevará a la sociedad colombiana a comprender estos elementos esenciales de la vida social moderna? ¿Quizá la curiosamente llamada universidad pública?”


Al defender la Universidad también defendemos el sueño de paz, democracia y justicia. Tal vez el presente nos exija reinventar el pasado del 68 y encarnar el manifiesto del 18, porque pronunciado sus palabras, los dolores que nos acompañan son las libertades que aún no conquistamos, que la consigna de una hora americana trasciende los contextos y se inscribe en nuestros deseos de debilitar el autoritarismo y alcanzar la autonomía del pensamiento; legado histórico que llamaba a renombrar la realidad social como posibilidad de emancipación: “Córdoba se redime”, Colombia también.


Las movilizaciones del presente, que abrigan históricas banderas, abren también horizontes y promesas para el futuro. Las consignas entonadas en las calles de Colombia no son nuevas, tienen una historia, arrastran con una memoria en resistencia.


Lo que ha cambiado es que hoy somos más y todavía deseamos pronunciarnos