Revista Estudios Psicosociales Latinoamericanos

ISSN 2619 - 6077



Revista Estudios Psicosociales Latinoamericanos -REPL
repl@usco.edu.co

DOI: / Vol. 3, Número 1, 2020 / pp. 6-202: / ISSN 2619-6077



La cocina de lo comunitario femenino
La potente ambivalencia de colectivizar los cuidados

The kitchen of the feminine community
The powerful ambivalence of collectivizing care



Juliana Díaz Lozano. diazlozano.juliana@gmail.com

Dra. en Ciencias Sociales.

Becaria Posdoctoral CONICET.

Co-coordinadora del Grupo de Trabajo: “Cuerpos, territorios y feminismos”

De Clacso. La Plata, Argentina.



Recibido: 02-Junio-2020
Aceptado: 29-Agosto-2020

Resumen


Este artículo analiza las prácticas de colectivización de los cuidados, que realizan mujeres de sectores populares, en el barrio Villa Argüello de Berisso, parte de ellas en el marco de la organización social Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Argentina. Se enfoca su trabajo en los comedores populares, donde, al tiempo que gestionan en común el alimento y el cuidado de niños y niñas, construyen tramas políticas que sostienen la estructura organizativa y la protesta.

Se reflexiona sobre la coexistencia de una dinámica de sobrecarga de trabajo, con la habilitación de márgenes de autonomía a partir de dicha participación cotidiana. Se concluye que los saberes femeninos en relación con los cuidados como experiencia histórica, pueden motorizar modos particulares de hacer política denominados política en femenino1.


Palabras Claves: Mujeres, Trabajo de cuidados, Participación política.


Abstract


This article analyzes the collectivization practices of the care provided by women from popular sectors in the Villa Argüello neighborhood, Berisso, part of them within the framework of the social organization Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional of Argentina. Its work is focused on the soup kitchens, where, while managing the food and care of boys and girls together, they construct political plots that sustain the organizational structure and protest.

It reflects on the coexistence of a dynamic of work overload, with the empowerment of margins of autonomy from said daily participation. It is concluded that feminine knowledge in relation to care as historical experience, can motorize particular shapes of politics called politics in femenine.

Keywords: Women, Care work, Political participation.



Cómo citar este artículo: Díaz lozano, J. (2020). La cocina de lo comunitario femenino, La potente ambivalencia de colectivizar los cuidados. Revista Estudios Psicosociales Latinoamericanos, 3: 48-64.



Introducción


El territorio barrial, constituye para los sectores populares, en las últimas décadas un espacio de construcción de entramados políticos y comunitarios central (Merklen, 2005; Grimson, Ferraudi Curto y Segura, 2009; Vommaro, 2006). Para las mujeres, protagonistas mayoritarias y constantes en este proceso, el barrio es el lugar privilegiado para resolver las necesidades personales y familiares, es decir para el sostenimiento de la vida (Pérez Orozco, 2014; Federici, 2013). Por consiguiente, en muchos casos, resulta un marco propicio para el activismo de base y el aprendizaje político femenino.


La integración en organizaciones sociales, políticas, religiosas, barriales, entre otras, es parte de un conjunto de tácticas (Certau, 1986) de sostenibilidad de la vida que las mujeres configuran en el quehacer diario; ellas realizan estas participaciones colectivas en algunos casos, reconciliando en los tránsitos cotidianos prácticas e idearios institucionales diferentes y hasta contradictorios, estableciendo relaciones de intercambio, conflicto y cooperación que configuran lo común comunitario (Gutiérrez, Linsalata y Navarro, 2016; Linsalata, 2015). En el caso de las organizaciones populares barriales, las mujeres constituyen las principales participantes -en número-, y las dinamizadoras de las tareas diarias de estas organizaciones, como lo demuestran estudios de Andújar (2014), Causa (2007), Cross y Partenio (2004), entre otras.


En este caso2 abordamos los modos de participación de mujeres, en una organización social y política de base territorial –en adelante Frente o FPDS CN- en el barrio Villa Arguello de Berisso, fundamentalmente pensando cómo construyen mecanismos para la colectivización de los cuidados, en el marco de esta organización barrial. El Frente, en tanto organización de matriz piquetera3 incluye entre sus definiciones políticas y organizativas el anticapitalismo y antipatriarcado, postulados desde los cuales plantea el cambio de las relaciones sociales opresivas al interior del colectivo y en la sociedad. En lo organizativo, el colectivo sitúa a la a asamblea como el espacio de deliberación política, según principios de “democracia directa”. Además, plantea la construcción de espacios de “trabajo libre y compartido” que opone a las formas de trabajo bajo patrón. En relación con lo anterior, postula como característica de sus construcciones la idea de “prefiguración” (FPDS, 2004, p. 1)4 en las prácticas colectivas actuales de las prácticas y valores de la sociedad que se busca construir.


La participación en el Frente, implica para las mujeres el cumplimiento de una serie de “criterios” (término nativo), asimilables a lo que Linsalata denomina “obligaciones recíprocas y compartidas” (2015, p. 144), entre las que se cuentan, el trabajo de mantenimiento del barrio, la participación en las asambleas barriales semanales (espacio de decisión) y en las movilizaciones callejeras. En este artículo hacemos foco en el trabajo femenino en comedores populares5 del Frente, labor que nos permite abordar la “centralidad del trabajo de cuidados que constituye el sostén familiar y comunitario realizado fundamentalmente por mujeres como parte de un continuo de trabajo donde se solapan diversas tareas cotidianas” (Díaz Lozano, 2018, p. 11).


La práctica del comedor comunitario, escenifica un doble sentido del trabajo de cuidados, como responsabilidad –u obligación- femenina, y cómo “experiencia histórica de las mujeres” (Carrasco, 2017, p. 32) que posibilita y fundamenta lo colectivo barrial. Aquí abordamos esa disyuntiva que consideramos muy potente, desde la reconstrucción de las experiencias de alrededor de una veintena de mujeres que en algún momento de sus vidas participaron en el Frente, en alguno de los tres comedores que la organización tiene en el barrio Villa Argüello de Berisso denominados “Juanito Laguna”, “Los Amigos” y “Madres Unidas”6


Entre las mujeres encontramos, una mayoría migrante de provincias del norte de Argentina o países limítrofes, con diversas edades y tránsitos laborales. La gran mayoría de ellas está atravesada por la experiencia de la maternidad, siendo un tercio de ellas, la principal persona a cargo del sostén del hogar. Para ellas, la participación política en el Frente constituye una vivencia significativa, que dialoga con otras múltiples actividades y determinaciones vinculadas, por ejemplo, con su condición de género, clase, étnica y/o nacional.


En relación con el recorte espacial, el barrio Villa Argüello surgió por el desborde de la zona industrial del casco histórico de Berisso y constituye un espacio donde se manifiestan socialmente:


Las transformaciones operadas con la desindustrialización y desafiliación de amplios sectores del mundo del trabajo y de las estructuras sindicales. Reúne diversos procesos migratorios, y una diversidad de instituciones y organizaciones barriales en una tensa coexistencia. En este barrio dicha organización desarrolla su trabajo militante desde el año 2002, promoviendo entre otras actividades ligadas a la supervivencia de las familias. (DíazLozano, 2018, p. 9)


Como comedores y cooperativas de trabajo e impulsa instancias específicas para mujeres o con perspectiva de género, tomando en cuenta también la conformación de espacios grupales específicos para las jóvenes, bachilleratos populares y talleres culturales.


La focalización en este territorio, nos permitió analizar las experiencias de diferentes mujeres que transitaron la organización entre los años del trabajo de campo 2012-2018. Es decir, gran parte del trabajo de campo fue realizado durante el período definido por algunos/as autores/as como neodesarrollismo (Féliz 2014 y 2017), correspondiendo en Argentina a los dos gobiernos consecutivos de Cristina Fernández (2007-2015). En términos de políticas sociales, este período estuvo signado por los denominados Programas de Transferencia Condicionada (Rodríguez, 2011) y el impulso de programas de trabajo cooperativo de baja remuneración por parte del Estado que organizaciones como el Frente disputaron y autogestionaron en forma de trabajo de mantenimiento barrial. Asimismo, las organizaciones piqueteras y otras organizaciones barriales recibían durante este período un monto fijo de alimentos por parte del Estado (fundamentalmente productos no perecederos) que utilizaban en los comedores como complemento de otros recursos conseguidos a partir de colectas o actividades solidarias.


Este artículo se organiza de la siguiente forma: En un primer momento, se presenta al comedor como ámbito de sostén de los cuidados colectivos. En segundo término, retomamos las conceptualizaciones de la economía feminista, para pensar el concepto de trabajo en sentido amplio, poniendo los cuidados en un lugar central. En un tercer apartado, postulamos al comedor como la instancia que posibilita y sostiene la organización territorial y la protesta. Luego se esbozan reflexiones finales, en torno a lo que denominamos la potente ambivalencia del trabajo de cuidados y su gravitación para pensar la llamada política en femenino.


1. El Comedor comunitario: colectivización y politización de los cuidados


En la construcción cotidiana de las organizaciones barriales, las mujeres de sectores populares, migrantes, trabajadoras, indígenas, desempleadas, campesinas, constituyen el componente de mayor fuerza, tanto numéricamente como por constituir el sostén diario de numerosas actividades productivas, de cuidados colectivos, administración, y de autogestión comunitaria. A pesar de aquello, raramente ellas representan la imagen pública de las organizaciones, tanto en los medios de comunicación como en los actos o gestiones frente a autoridades gubernamentales.


Por detrás de lo visible, por dentro de las dinámicas colectivas las mujeres viven la vida, atravesadas por lo colectivo, pero también por las familias, los múltiples trabajos, los vínculos barriales, los deseos y proyectos, certezas y preguntas, en un movimiento cotidiano que hace que la experiencia de lo colectivo se viva sin calco ni copia en cada una. (Díaz Lozano, 2018, p. 63)


Por detrás de lo visible, por dentro de las dinámicas colectivas las mujeres viven la vida, atravesadas por lo colectivo, pero también por las familias, los múltiples trabajos, los vínculos barriales, los deseos y proyectos, certezas y preguntas, en un movimiento cotidiano que hace que la experiencia de lo colectivo se viva sin calco ni copia en cada una.


En las organizaciones de base territorial, el trabajo de las mujeres en los comedores comunitarios es incesante y poco analizado en su espesor social y político. Este constituye, generalmente, el espacio al cual se integran las mujeres como puerta de entrada a las organizaciones como el Frente y, además, es la actividad que suele iniciar la inserción barrial de la organización en un nuevo territorio. En el cotidiano, a pesar de que unos pocos varones colaboran intermitentemente, el sostén cotidiano de los comedores es garantizado por manos de mujeres.


La entrada a la organización popular por la puerta de la cocina y cucharón en mano se explica porque las mujeres se convocan, desde lo que saben hacer, y podemos decir, desde lo que se espera de ellas según la división por género del trabajo tradicional, la llamada ética reaccionaria del cuidadoque pone bajo la órbita femenina y doméstica la reproducción y el sostenimiento de la vida (Pérez, 2014 y Federici, 2013). Como afirma una entrevistada “para las mujeres, pensar que tenés que hacer un comedor desde sus experiencias individuales y colectivas -previas-es natural. Es siempre una idea cercana”7. Esta “idea cercana” puede relacionarse con el hecho de que cocinar colectivamente es una práctica que tiene una referencia antecedente en la vida de cada mujer, ya sea en el marco familiar, como así también en otras organizaciones barriales, sociales y/oreligiosas.


“Efectivamente, participar en un comedor actualiza en las mujeres una serie de referencias, memorias y recursos muy cercanos, como herramientas aprendidas en un desenvolvimiento femenino previo que se reavivan con la integración al nuevo espacio” (Andújar, 2014, p.73). Es posible rastrear en las biografías femeninas una historia de intervención público-política, labrada en vínculo que se pone en común en esta nueva experiencia. Cocinar colectivamente, genera toda una serie de prácticas, que resultan de la puesta en común de necesidades, y que generan nuevos vínculos y encuentros.


Las mujeres esgrimen que se organizan por sus hijos e hijas, para darles de comer, y en este argumento concuerdan todas las entrevistadas. Sin embargo, volcarse a un ámbito colectivo también es una decisión entre tantas otras posibles que asumen en primera persona. Sobrevivir realizando varios trabajos informales, integrarse a una iglesia donde provean alimentos, salir a buscar y/o pedir dinero o recursos, trabajar informalmente bajo la órbita municipal, se encuentran entre estas posibilidades según los relatos recopilados. (Díaz Lozano, 2018, p. 148)


Efectivamente las mujeres expresan una amplia gama de motivos para integrarse al comedor de una organización como el Frente: “me sumé para cocinar”, “vengo para no quedarme con los problemas sola”, “por mis hijos”, “por necesidad”, “para tener algo mejor para mi vida”, “porque me siento útil”, son algunos de las razones aludidas. En este sentido, es importante recuperar las tramas cotidianas de las organizaciones y los barrios para reconstruir las acciones, más allá de los enfoques que enfatizan, o bien el interés material como única guía de acción, o bien la posibilidad de agencia incondicionada de los sectores populares. Es decir, “comprender la participación de las personas en estos espacios a partir de las vivencias que se establecen allí, por las expectativas y obligaciones mutuas” (Quirós 2006 a, en D Ámico, p.86). En la cotidianeidad del trabajo conjunto en los comedores, se visualiza la generación de lazos comunitarios fuertes y potentes, asentados en intercambios de problemáticas familiares, de pareja, debates políticos, relato de episodios barriales, preocupaciones sexuales y reproductivas, y una permanente búsqueda organizativa vinculada al sostén de la vida común.


Justamente, el seguimiento del entramado social que configura el comedor comunitario, da cuenta de que la integración de las mujeres a ámbitos colectivos barriales, no suele estar definida únicamente por conseguir recursos materiales. Además de resolver necesidades básicas, en el comedor se ponen en juego elementos del orden de lo relacional, de lo subjetivo y de los afectos que resultan clave para explicar la participación. La sostenibilidad de la vida, entonces, no se reduce a la gestión de bienes materiales, sino a la construcción de una red de relaciones sociales desde la que las mujeres pueden sustentar sus vidas. Aquí resulta pertinente la noción de desesidades, un concepto que Pérez Orozco (2014, p. 26) retoma de la Educación Popular para resignificar la noción de necesidades, rompiendo la escisión con los deseos. También resulta interesante la conceptualización de Karl Polanyi (2009, p.76), quien eligió ampliar la idea de sustento a todo un conjunto de interacciones e intercambios que pueden servir para el sostenimiento humano. Salvando las distancias entre los/as autores/as, ambas conceptualizaciones son útiles para pensar a la cocina y al comedor popular, mucho más allá del recinto donde se resuelve la necesidad de comer. Las mujeres que participan en el Frente pasan muchas horas diarias en el comedor, donde cocinan, cuidan a sus hijos e hijas, arman romperos comunitarios, trabajan en la huerta, conversan sobre sus problemas y sobre los de otras personas, organizan actividades, van y vienen entre sus casas, el comedor y otras instituciones varias veces en el día. Y solo la búsqueda de sustento en sentido amplio puede explicar estos tránsitos que enlazan necesidad y deseos.


Laidea de trabajo de cuidados8, incorporada desde la economía feminista, es útil para pensar esta carga política cotidiana del trabajo desarrollado por las mujeres en el comedor. Para Carrasco (2017), el trabajo de cuidados es aquel que “se realiza para abordar las necesidades físicas de reproducción de la vida, pero también aquellas necesidades emocionales fundamentales que se satisfacen a través de los afectos y el reconocimiento” (p. 28). Según Pérez (2014):


La noción de cuidados se solapa en parte con la de trabajo no remunerado: el conjunto de actividades que deben hacerse para llegar hasta donde el consumo no llega. Y con la de trabajo reproductivo: el conjunto de actividades que se hacen porque son precisas para reproducir y mantener la vida, no para producir en el circuito de valorización de capital. (p. 94)


Desde esta perspectiva, se destaca el aspecto relacional del trabajo de cuidados, es decir, que es una actividad centrada en el reconocimiento de la vulnerabilidad humana y la interdependencia, por lo que la defensa de la vida está en el centro. Los cuidados, así entendidos, intentan llegar donde el Estado no garantiza y el consumo no llega, a esos espacios dañados por la lógica de acumulación. Para la citada autora, estas actividades de cuidados en el marco de la sociedad patriarcal, son realizadas fundamentalmente por mujeres de forma individual y oculta, debido a que existe una ética reaccionaria que guía la división del trabajo. Esta ética naturalizada dificulta la posibilidad de cuestionamiento por parte de las mujeres del conjunto del sistema capitalista que privatizó y aisló este trabajo llevándolo a las fronteras del hogar (Pérez, 2014, p. 94). La situación de aislamiento y compartimentación de las mujeres por parte del capitalismo, para privatizar el


trabajo reproductivo y recluirlo en los hogares fue analizado por toda una serie de investigaciones (Dalla Costa, 2009; Dalla Costa y James, 1972; Federici, 2013) que señalan que este proceso ha creado una forma particular de familia, sexualidad y procreación. Este confinamiento en la esfera privada de las mujeres, ha impedido que el trabajo de cuidados y reproducción de la vida sea pensado como un trabajo que produce no solo fuerza de trabajo sino personas vivas (Federici, 2013, p.47).


Ahora bien, ¿Qué sucede cuando las mujeres salen de las fronteras de sus hogares, (la llamada esfera privada) y ponen en común la reproducción de sus vidas y de las personas que dependen de ellas, más aún, cuando deciden que su trabajo, puesto en común permita sustentar a otras personas con las que comparten territorio? Siguiendo la conceptualización de la economía feminista sobre los cuidados, se puede responder que:


El comedor se conforma como un espacio de gestión colectiva de los cuidados, es decir un espacio colectivo que se organiza para resolver las necesidades no solo físicas sino también todo el conjunto de aspectos que se relacionan con el sustento de la vida. Salvo excepciones, estos cuidados en los comedores son garantizados por mujeres que, como se dijo, se integran cocinando a una organización. (DíazLozano, 2018, p. 147)


Cuyas prácticas y propuestas exceden el espacio del comedor. Aquí, a diferencia de la invisibilidad y aislamiento en que las mujeres garantizan este trabajo en los ámbitos privados (Federici, 2013; Dalla Costa, 2009), algo diferente y central ocurre con los cuidados cuando se ponen en común. El comedor es un escenario donde se produce la colectivización de trabajos que las mujeres de otra forma resuelven en el ámbito de los hogares, como la alimentación, el vestido y la crianza de los hijos e hijas.


La colectivización que realizan las mujeres de una parte del trabajo de cuidados en estos espacios genera una potente ambivalencia. En primer término, sostiene la división por género del trabajo, porque este trabajo sigue recayendo sobre cuerpos femeninos. Pero por otra, este trabajo de cuidados colectivizado en el comedor deja de ser individual y de reproducir el aislamiento femenino en los ámbitos hogareños, situación que habilita la producción de nuevos sentidos. Se transforma en un trabajo compartido, y visibilizado como trabajo de sostén comunitario y social.


Cuando una parte del trabajo de cuidados se socializa en el marco de la organización, se vuelven colectivas y visibles al barrio tareas que suelen ocurrir dentro en las estrechas fronteras de los hogares. En otras palabras, estas actividades residuales para el mercado (Pérez Orozco, 2014, p. 94) tienen un potencial transformador de dinámicas grupales y subjetivas frecuentemente invisibilizado, centrado en su capacidad de generar en común, es decir relaciones comunitarias que pueden socavar las dicotomías que sostienen el capitalismo y el patriarcado: lo público/privado y lo personal/ político.


De esta forma, a partir de la gestión común de estas necesidades en una organización abierta al barrio y a la sociedad, podemos advertir que surgen deslizamientos acerca de los deberes y derechos de crianza, disputas en torno a las definiciones de maternidad y sin duda, un desdibujamiento de las esferas pública y privada, de las divisiones entre las cuestiones personales y políticas. Una situación ocurrida en el comedor “Juanito Laguna” durante el almuerzo puede ilustrar estos deslizamientos y tensiones:


En los platos quedan solo restos de comida y Leo está abriendo una lata de duraznos. Se terminan de charlar algunas cosas que Luz lee desde su cuaderno (...) comienza el berrinche de Javier que le recrimina a su madre que no la deja comer el durazno porque no comió el almuerzo. `Es tu propia regla, hijo, tú no quisiste comer la comida y dijiste delante de todos los compañeros que no te importaba perder el durazno ́. El niño, que tiene diez años, sigue gritando `quiero duraznos ́, Luz, sin levantar la voz, pero exasperada vuelve a repetirle que había hecho el acuerdo `delante de los compañeros ́. Ante esta frase, el niño dice `ellos no deciden acá ́ y ella contesta (creo que,haciendo referencia a la asamblea barrial, a la organización) `y yo tampoco decido sola acá ́. Ante eso el niño grita: `entonces pierden un niño en el comedor, no como nunca más acá ́. Durante esta discusión que dura media hora, Javier no deja de gritar y Luz de contestarle, adentro del galpón. El resto está exasperado y comentan sobre la necesidad de límites9.


Pese a tratarse de una escena singular, situaciones similares fueron registradas en observaciones de campo en los otros espacios. Estos episodios ponen de manifiesto que la crianza, en el ámbito colectivo, asume un carácter político, porque comienza a ser terreno de deliberación más allá de los espacios hogareños, y a regirse, en parte, por acuerdos establecidos en este caso desde la organización social. En algunos casos, simplemente, los/as niños/as se vuelcan a la participación más o menos activa en las tareas colectivas de sus madres, pero en la mayoría de los casos, el trabajo de las mujeres en el comedor genera la necesidad de nuevas prácticas colectivas de cuidados, que se agregan o reemplazan las redes familiares de cuidados que constituyen una práctica habitual femenina de reparto de tareas. Estas redes,donde alguien cuida para que otra pueda salir, se trasladan frecuentemente hacia lo colectivo, donde muchas veces las hijas mayores reemplazan o acompañan en las tareas comunitarias a sus madres, paraque ellas puedan realizar otra tarea de cuidados, o un trabajo remunerado. Entonces, así como las redes de cuidado familiares son mecanismos permanentes que las mujeres ponen en juego para compatibilizar tiempos y actividades, también surgen o se renuevanestos mecanismos entre las integrantes de la organización.


En algunos casos, estas redes y mecanismos se formalizan, configurando espacios más establecidos en tiempo y espacio, como bibliotecas infantiles, “juegotecas” y guarderías.


La puesta en comúnen los comedores de parte del trabajo de cuidados tiene entonces un sentido ambivalente. Por un lado, sigue asignando a las mujeres estas tareas, pero al mismo tiempo, genera ciertos deslizamientos de la ética reaccionaria de los cuidados. En primer lugar, porque su colectivización transforma a los cuidados en un tema de deliberación común, y base para la generación de acuerdos colectivos. Por otra parte, porque produce la necesidad de nuevas instancias organizativas que, en pos de sostener el trabajo remunerado y la participación en la protesta por parte de las mujeres produce una institucionalidad que vuelve a los cuidados una responsabilidad colectiva. En esta nueva institucionalidad, están presentes lógicas de cooperación antagónicas con la individualización del capital y el aislamiento que promueve la división por género del trabajo.


1. Los trabajos femeninos, más allá de las jornadas


Decíamos que el trabajo de cuidados (colectivizado y con mayor visibilidad) en el marco de los comedores sigue descansando sobre cuerpos y mentes femeninas y feminizadas. Además, este es solo una parte de la totalidad de trabajo realizado, por las mujeres de sectores populares para la sostenibilidad de la vida. Desde diversos estudios feministas, fundamentalmente desde las perspectivas feministas de la economía, se ha apuntado a visibilizar el volumen de trabajo realizado por las mujeres cotidianamente, incluyendo tareas remuneradas y no remuneradas, productivas y reproductivas, según diversas denominaciones.


Esto implica una ampliación del trabajo en cuanto categoría, considerando la totalidad del trabajo realizado por las mujeres como un continuo, que fluctúa en función del contexto económico, social y político y también de las prácticas individuales y colectivas desplegadas por las mujeres. Esta concepción del trabajo, rompe su correspondencia con la idea ligada a la remuneración de las tareas y la amplía a todo el conjunto de trabajos que las mujeres realizan, incluidos –y, sobre todo-los que no son valorados socialmente como tales. Asimismo, la noción de división sexo-genérica del trabajo, (Carrasco, 2017; Anzorena, 2013; Pérez Orozco, 2014; Rodríguez, 2015) señala justamente la existencia de una separación entre el llamado trabajo productivo en el mercado, terreno privilegiado de los varones, yel trabajo reproductivo y de cuidados que se asigna “naturalmente” a las mujeres. Esto implica una división del trabajo y también de los espacios por género “las mujeres en casa y los hombres en el mundo público” (Carrasco, 2017, p. 30). Según Kergoat (2000) la división sexual del trabajo tiene dos principios que la organizan: el principio de separación (hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres) y el principio jerárquico (un trabajo de hombre “vale” más que un trabajo de mujer).


La idea de señalar la existencia de dobles y hasta triples jornadas laborales femeninas, tiene un profundo valor explicativo y político, que al tiempo que vuelve visible los trabajos ocultos y no pagos realizados por las mujeres, da cuenta de la desigual división del trabajo sexo-genérico en la sociedad, y la sobre carga específica sobre mujeres del pueblo trabajador. Para Rodríguez (2015) por ejemplo, la multiplicación de las jornadas para las mujeres es el “vector de reproducción de las desigualdades sociales”. Ahora bien, apesar de que la visibilización de las jornadas tiene esta importancia innegable, en el análisis de las experiencias vitales de las mujeres que entrevistamos se desdibujan en cuanto momentos y espacios definidos, es decir, trabajo remunerado fuera del hogar/ trabajo no remunerado dentro. En la práctica, en las vidas de las mujeres de sectores populares se entremezclan en tiempo y espacio diferentes actividades remuneradas y no remuneradas. Veamos, por ejemplo, como Margarita, una de las mujeres que participa en el comedor “Madres Unidas” describe su día:


Arreglarme el día se me hace complicado a veces. Por ahí los días de las marchas se me hace complicado, por ahí un poco difícil de organizarme. En la mañana por ejemplo tengo que llevar este año, un cargo más tengo, llevar a mi hijito o retirarlo del jardín. A la vez, a las 8 de la mañana va al jardín, y tengo que estar al pendiente a ver si no me llaman del jardín. Eso tengo eso en mi cabeza, aparte de ir a trabajar y volver 11 o 12 del mediodía, como tengoacá el quiosquito también tengo otra responsabilidad. Luego a ir a hacer compras. Ir y volver y como sea a las 12:30. Voy a comprar sola en la moto. Yo todavía no sé manejar la camioneta, entonces me lo trato de arreglar con la moto solamente, por ahí voydía por medio o todos los días si me falta algo. Y tengo que volver de dónde sea para las 12:30 porque mis dos hijos mayores a esa hora salen para la escuela. Y como yo llego a los dos chiquititos, tengo que llegar sí o sí, sea de una reunión, de una gestión o de una compra tengo que regresar, acá. Y después ya tengo que ver en la tarde de hacer mis cosas de la casa y los viernes la marcha un poco se me complica porque tengo que ver de no hacerle faltar mucho a la escuela a mi hijo y a la vez quiero ir a la marcha, ahí se me divide un poco, porque tengo dos obligaciones. Trato de resolverlo, por ahí me los llevo a los chiquitos y si puedo dejarlos con alguien, voy. Trato de resolvérmela así. Estar en una organización también es una responsabilidad más, pero aprendes de ahí, también es un beneficio para que aprendas más tú, abrirte más, un poco mejorar tu vida10.


Para Margarita, entonces, el día es una gran jornada laboral, con tareas entrelazadas y preocupaciones mezcladas en tiempo y lugar. En el relato de Margarita, y en general en el de todas las entrevistadas, la estrategia es la mezcla y la sobrecarga, el correr de un lado hacia el otro, de cuidar sin salario al tiempo que cuidan por un ingreso; de cocinar para el barrio, al tiempo que cobran un “plan social11”, irse de la asamblea a las apuradas para bañar a uno de sus hijos y volver para el final con el niño cargado, ir a la movilización con uno de sus hijos y repasar los deberes del colegio mientras se espera la respuesta de la gestión... Coincide con lo planteado por Federici como “el aprieto (...) de que dependan de nosotras las vidas de otras personas y la imposibilidad de ver dónde comienza y termina nuestro trabajo, dónde comienzan y acaban nuestros deseos” (Federici, 2013, p. 42). De hecho, pensar entérminos de cómo las mujeres usan y/o modifican sus usos del tiempo, permite analizar cómo la dedicación a las actividades de cuidado y mantenimiento de la vida, vienen determinadas básicamente por razones de género. Entonces, si bien la idea de jornadas laborales puede servir para visibilizar la sobrecarga femenina, sugerimos que, ante la mezcla y superposición continua de actividades, es más pertinente hablar de múltiples presencias femeninas en relación al trabajo. Esta idea no será desarrollada aquí, pero la potencialidad de pensar en términos de presencias, puede dar cuenta más fielmente del esfuerzo mental y físico de realizar cuidados familiares, comunitarios y trabajo remunerado solapadamente pero también de las tácticas femeninas para lidiar con elenorme volumen de trabajo cotidiano12.


Justamente, advertir los condicionamientos de las mujeres de sectores populares:


No implica negar la capacidad de la agencia femenina. De hecho, en la cotidianeidad se manifiestan prácticas que las mujeres fueron configurando individual y colectivamente en relación con esta sobrecarga y con el lugar que la división por género del trabajo asigna a los múltiples trabajos femeninos. (Díaz Lozano, 2018, p. 142)


El comedor, como forma de colectivización de parte de este trabajo, es una táctica para compatibilizar los tiempos y las tareas para resolver los cuidados y formar parte de un ámbito comunitario.


Pero, además, de estas tácticas para organizar los cuidados, la participación en ámbitos colectivos es nombrada por las mujeres como “esfuerzo” y “sacrificio”, también es impulsada por sentimientos de deseo, expresados de distintas formas: “me gusta”, “me siento orgullosa de participar”, “soy otra”, “me hace sentir bien ser parte de algo”, “aprendo”. La participación colectiva es, en sí misma, un hecho que mueve estructuras en las vidas de las mujeres, porque más allá de las adscripciones político-ideológicas, se encarna en poner el cuerpo cotidianamente, en haceren colectivo y más allá de los límites familiares y hogareños asignados por la lógica de la heterosexualidad y la división por género del trabajo en el capitalismo patriarcal.


2. La cocina de la asamblea y la protesta


Así como decisiones referentes a la crianza, comienzan a formar parte de lo común, lo mismo ocurre con otras definiciones y sentidos que se juegan en la conversación cotidiana, alrededor de la mesa, con mujeres juntas cocinando. Por ejemplo, en una oportunidad, la decisión sobre la cantidad de hijos/as, los métodos de anticoncepción, el lesbianismo, el abuso sexual, fueron temas que circularon como resultado de un comentario sobre el taller de género de la semana anterior. En otro caso, la crítica a una participante (ausente) que tomaba un rol “autoritario” en el barrio y que no “traía” toda la información de las reuniones también se discutió amasando tortas fritas. E incluso, el estado de las calles luego de las lluvias, el festival en la iglesia, el asesinato de una joven migrante, fueron otros temas de intercambio que al tiempo que instauraban vínculos entre las mujeres, también generaban insumos para la asamblea, propuestas para otros barrios, cuestionamientos a esposos, etc.13. Con foco en esta cotidianeidad aparentemente rutinaria y repetitiva, y reconociendo la significación política de este hacer juntas, los ámbitos públicos de la organización pueden considerarse en su vínculo inseparable con los cuidados colectivizados. Se percibe aquí el nexo entre el comedor (el espacio de la reproducción y del cuidado colectivo) con los dos ámbitos que para la bibliografía sobre el movimiento piquetero son los espacios resaltados como creadores de una política con rasgos específicos, el corte de ruta o piquete y la asamblea14.


Estas instancias, episódicas y más visibles para el mundo académico y para los medios de comunicación, no podrían existir sin este espacio cotidiano enraizado en la cotidianeidad del dar de comer.


La asamblea, es considerada el ámbito privilegiado de decisión en un colectivo que,como el FPDS CN, se organiza según principios de democracia directa. Sin embargo, cuando se abarca la totalidad del trabajo diario colectivo, la práctica de la asamblea semanal no constituye el ámbito único y exclusivo de definición. Esto es porque frecuentemente este espacio semanal rubrica definiciones colectivas, que se fueron construyendo previamente de diferentes formas en esa cotidianeidad del comedor (y también por fuera, en el barrio). Cada semana, existe una reiteración de preocupaciones, entre las charlas informales y el temario final, incluso los argumentos en pro y contra de un debate se van tejiendo a un tiempo mucho más lento que las dos o tres horas que dura una asamblea. Así sucedió, por ejemplo cuando un comentario sobre el frío llevó a una propuesta de actividad para juntar recursos para terminar el local en “Madres Unidas”; un rumor barrial llevó a que se integrara en la gestión municipal, el tema del avance de la autopista sobre el barrio; una charla sobre malestares entre compañeros/as llevó a un debate sobre machismo en la organización. Y todo eso se inició como conversación coloquial en la cocina. Es posible decir entonces, que esta cotidianeidad compartida es, en parte, la cocinade la asamblea15.


La segunda relación clave es entre comedor y piquete. Las movilizaciones en el marco del Frente son -entre otras cosas-, para conseguir alimentos para el comedor, pero, además, se cocina para la marcha y en la marcha. El trabajo de las mujeres en la elaboración de alimentos uno de los pilares fundamentales de sostén de las medidas de lucha. Este sostenimiento es material, porque llevar comida o cocinar en el piquete permite extender el tiempo de protesta, pero también es simbólico. Dice Caty: “cuando prendemos el fuego para la olla popular estamos presionando más, significa que nos quedamos y también que el pueblo tiene hambre”16. Esta politización del hambre y de lasupervivencia por parte de los movimientos piqueteros, como han señalado otros trabajos (Voria, 2012), pone a las mujeres en un nuevo lugar público, porque las necesidades que son su trabajo y preocupación fundamental salen para siempre del ámbito del hogar.


Junto a ello resulta pertinente la idea de que, a partir de la integración a colectivos barriales en los que cocinan juntas, pero además salen a la calle, las mujeres resignifican los sentidos asociados a la maternidad. Las mujeres trasladan a sus familias al espacio público. En nuestro país, la participación femenina asociada a la necesidad y elección de salir a protestar una de cuyas resonancias es la politización de los roles tradicionales de madre o ama de casa-tiene una larga historia. (DíazLozano, 2018, p. 152).


Se rescata, por ejemplo, el estudio de Andújar (2014) sobre los hilos de continuidad que las mujeres piqueteras han tejido, con la referencia de las Madres de Plaza de Mayo17 y cómo la figura de la maternidad fue tomada por ellas para salir a reclamar trabajo y sustento.


En relación con el piquete, el comedor constituye además, el espacio donde se resuelve el cuidado de los niños y niñas durante la manifestación. Por ejemplo, en una reunión de delegados/as de diferentes comedores, una integrante de “Madres Unidas” explicaba que tenían apuro en culminar la construcción de material del comedor para que puedan quedarse “los hijos e hijas de las compañeras durante las marchas”, durante el invierno. Y una integrante del comedor “Nuevo Amanecer” de otro barrio, Villa Nueva, explicaba que “las compañeras estamos tramitando permisos en la escuela para poder ir a llevar y retirar a los chicos al colegio mientas las madres están las marchas”18.


En este vínculo entre comedor, asamblea y piquete, puede verse cómo en la actividad aparentemente rutinaria de cocinar para ellas y para cuidar a otras personas, se elaboran mucho más que alimentos: también tramas políticas cotidianas que garantizan de manera invisible actividades en otros ámbitos del Frente. (Díaz Lozano, 2018, p. 147)


3. Obligación y saber: La potente ambivalencia de los cuidados


Pensar desde el comedor comunitario, es poner en el centro la práctica común surgida, por un lado, de la imposibilidad de una parte de los sectores populares resolver la alimentación a través del mercado. Pero al mismo tiempo, ésta no se explica solo desde una carencia, sino que tiene relación con una historia de saberes femeninos comunitarios, vinculada a los cuidados. En nuestro caso, la construcción de comedores y copas de leche o merenderos, no es vivenciada desde las mujeres que se integran solo como una acción o una propuesta de la organización (en este caso el FPDS CN) sobre el territorio. Para ellas, armar un comedor es una táctica de las familias (fundamentalmente de las mujeres adultas y madres) para organizar la alimentación y el sustento, pero además como una forma de generación de redes y lazos entre mujeres donde también se canalizan deseos de cambio personal y social.


El reconocimiento de la centralidad de la experiencia femenina en relación con los cuidados que sustenta este artículo no quiere abonar a una visión naturalista de feminidad (Federici, 2013, p. 163), estableciendo este trabajo como trabajo de mujeres. En cambio, sí interesa rescatar el gran volumen de experiencia femenina, en la gestión de estos trabajos, y las estrategias de reorganización y colectivización del trabajo de reproducción de la vida que históricamente han realizado.


Efectivamente, en la cotidianeidad del comedor puede leerse una ambivalencia en relación con el sentido político del trabajo de cuidados. Por una parte, es una práctica que continúa asignando a las mujeres esta responsabilidad. Pero al mismo tiempo, la colectivización genera ciertos deslizamientos de la ética reaccionaria de los cuidados. En primer lugar, porque los transforma en un tema de deliberación común, y base para la generación de acuerdos colectivos. Por otra parte, porque produce la necesidad de nuevas instancias organizativas que, invisibilizan los cuidados y los vuelve una responsabilidad colectiva. Al mismo tiempo, el comedor sostiene y posibilita las instancias más visibles de la organización popular, es decir, la protesta callejera y los espacios de deliberación asamblearia que constituyen los rasgos centrales de la experiencia piquetera.


El espesor político crítico de la colectivización de los cuidados, tiene que ver con que tensa dicotomías patriarcales y modernas: lo personal/ lo político y lo público/lo privado. Los límites interiores a estas supuestas antinomias se vuelven difusos cuando surgen espacios comunes para la gestión de la vida. A partir de estas múltiples experiencias, las mujeres han pugnado por romper el aislamiento hogareño del trabajo doméstico, han creado formas de lucha desde estos cuidados colectivizados, y han revisado los lugares femeninos tradicionales. (DíazLozano, 2018, p. 166)


Cuando están enfocadas desde lógicas de búsqueda de autonomía política y económica, las experiencias comunitarias son pasibles de habilitar espacios, para pensar otras formas sociales, otros modos de resolver la vida. Por eso, es necesario preguntarse por las formas políticas que se disputan en lo comunitario, los mecanismos de deliberación, los modos de gestión de las necesidades, las modalidades de jerarquía que se instalan, y de las potencialidades prefigurativas de estas relaciones, que ponen el foco en el resguardo de la vida y no la ganancia.


Por esto, la colectivización o puesta en común del trabajo doméstico, en conjunto con la disputa en torno a la división genérica-sexual del trabajo puede resultar una vía de cuestionamiento a las relaciones patriarcales y a la idea de trabajo en su totalidad. Primero porque le da una nueva visibilidad, y luego porque genera una posibilidad de encuentro y organización de las mujeres a partir de lógicas de cooperación antagónicas con la individualización del capital, que se visibilizan, por ejemplo, con las iniciativas de financiarización de los sectores populares a través de Programas de Transferencia Condicionada (Féliz y Díaz Lozano, 2018). Desde aquí nos interrogamos es hasta qué punto, esta ambivalencia puede resolverse en pos de la generación de una política en femenino, es decir, una práctica de organización y deliberación que cuestione la propia naturaleza del trabajo de cuidados, su división desigual por género y el confinamiento femenino a estas tareas.


Consideramos que el elemento disruptivo de lo comunitario tiene que ver con aquellas lógicas de organización que no reproduzcan la dominación, que no se sometan al Estado o al mercado; que mantengan disputas en clave anticapitalista y antipatriarcal en su interior y de cara a la sociedad. En esto estriba precisamente la necesidad imperiosa de la articulación de los feminismos con estas experiencias de sostenibilidad de la vida en colectivo. Los espacios comunitarios pueden ser fortalecidos, por el cúmulo de nuevas prácticas y saberes generados al calor del auge de los feminismos. La lucha por la visibilización de los trabajos invisibles de reproducción de la vida, la necesidad de enfocarnos en la interdependencia humana y con la naturaleza, la denuncia del capitalismo patriarcal colonial como sistema de despojo de nuestros cuerpos y territorios y la posibilidad de formas políticas no opresivas son solo algunas de las apuestas feministas que en diálogo con las experiencias de organización amplifican su potencial transformador


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1 Retomamos este concepto trabajado por Gutiérrez Aguilar (2015) “Políticas en femenino. Transformaciones y subversiones no centradas en el Estado” (p. 123-139).


2 Este artículo es una derivación de la tesis de investigación “Mujer Bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso” (2018; sin editar), por lo que las citas de fragmentos de entrevistas y notas de campo en este artículo remiten a esa investigación.


3 Nos referimos al conjunto de organizaciones surgidas en los territorios populares a fines de la década de los ́90 y comienzos de 2000 en la lucha por trabajo y alimentos, fundamentalmente, caracterizadas por utilizar como método principal de manifestación el piqueteo corte de rutas.


4 Con este término se hace referencia a la generación de experiencias actuales a partir de valores deseables en una sociedad futura.


5 Los comedores son espacios comunitarios frecuentemente emplazados en barrios donde viven sectores populares, donde un conjunto de personas cocina, en general diariamente o varias veces por semana para ofrecer alimento a sus vecinos y vecinas. Los comedores tienen diversas formas de funcionamiento y gestión según su origen, pero en general la obtención de los alimentos por parte de las personas que asisten no está mediada por el dinero.


6 El trabajo de campo, fundamentado en el enfoque etnográfico (Guber, 2009; Vallés, 1997), estuvo compuesto por entrevistas biográficas, observación participante y la puesta en juego de técnicas participativas (Fals Borda, 1985).


7 Díaz Lozano, J. (2016, Marzo 15). Entrevista a Celina en: “Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociales, 65.


8 Existe un largo debate en relación con la pertinencia de los términos trabajo de cuidados o trabajo reproductivo. A efectos de esta investigación, se utiliza indistintamente trabajo de cuidados y trabajo de reproducción de la vida, teniendo en cuenta que ambos permiten abordar ampliamente el conjunto de actividades que permite sustentar la vida humana y no humana en una comunidad. Es decir, se trata de una serie de labores que posibilita el cuidado de las personas y también del medio ambiente donde ellas se desarrollan.


9 DíazLozano, J. (2012, Noviembre 20). Nota de campoen la citada tesis.“Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora enCiencias Sociales.


10 DíazLozano, J. (2015,Marzo30). Entrevista a Margarita, encitada tesis. “Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociales.


11 Se refiere a la percepción de un Programa de Transferencia Condicionada de Ingresos (Rodríguez, 2011)


12 Sobre las múltiples presencias femeninas en relación con el trabajo puede consultarse: Díaz Lozano, J. (2020). Triple presencia femenina en torno a los trabajos: mujeres de sectores populares, participación política y sostenibilidad de la vida. Revista Tempo E Argumento,12(29), e 0108. https://doi.org/10.5965/2175180312292020e0108


13 Fragmentos de notas de campo en: DíazLozano, J. (2018). “Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociales.


14 Los llamados movimientos piqueteros han sido caracterizados a partir de su método de lucha, el corte de calles y rutas o piquete y la generación de asambleas como mecanismos de decisión permanente. Solo una muestra: el Colectivo Situaciones (2002, p.3) plantea “Las asambleas y los piquetes son verdaderos experimentos de contrapoder, bajo la forma de desarrollos de foros populares de discusión, de intercambio, de investigación y de acción directa. Su fuerza es, precisamente, la multiplicidad. Se juegan aquí formas nuevas y radicales de practicar la libertad”.


15 Fragmentos de nota de campo en: DíazLozano, J. (2018).“Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociale


16 DíazLozano, J. (2018).“Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociales.


17 Mencionamos también los trabajos de Jelin (1985), Barrancos (2008), Voria(2012), Schmukler, y Di Marco(1997).


18 Nota de campo en: DíazLozano, J. (2018). “Mujer bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantesdel Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso”. Tesis para optar por el grado de doctora en Ciencias Sociales.