Presentación
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Desde su aparición en las primeras grandes ciudades europeas de los siglos XIII y XIV, las universidades compitieron por ganar audiencias y obtener prestigio, alcanzando de paso la preferencia de los usuarios. Sus talentosos maestros eran el fundamento del éxito de la de París, mientras en la de Bolonia el atractivo radicaba en la gran autonomía e iniciativa de los estudiantes. La de Salerno recibió reconocimiento por su dedicación a las ciencias de la medicina y merecería posteriormente por ello el nombre de prototecnológica, pero la de Salamanca estableció una estructura organizativa que por la fuerza de su eficacia o el peso de la autoridad real terminó imponiéndose en las nacientes universidades de la América colonial.
La acreditación como conceptualización y como experiencia, como exigencia y desiderátum, como garantía de calidad y registro público de su eficacia educativa aparece oficialmente en la Constitución del 91 y en su corolario, la Ley General de Educación. Pero el decreto 272 es el que, de una parte, establece la diferencia entre la acreditación previa para las facultades de educación, para lo cual diseña los criterios y determina los requisitos mínimos a cumplir por tales entidades en orden a lograr el aval oficial a su carácter de instituciones formadoras de educadores.
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